CAPÍTULO ESPECIAL

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5 años después.

Sí, se habla constantemente y sin tapujo de lo traumática que es la guerra y sí, claro que lo sabía, había vivido dos años de entrenamiento en trauma al llegar a aquél lugar en el que el aura era pesada, donde pasábamos de la calma y el silencio absoluto al ruido estrepitoso de aviones y aviones aterrizando, aquél día estaba sentada en una banca fuera del hospital de emergencia recién instalado, Merida estaba a mi lado, su espeso cabello rojo en dos trenzas, sus ojos cerrados y su cara al cielo, el día estaba soleado y a nuestro alrededor veíamos nada más arena, mucha arena, la noche anterior se había montado una tormenta de arena abismal según lo que comentaba nuestra jefa de enfermeras, yo pensaba en papá, en Zelena, en mi sobrina, todo se sentía nostálgico aún cuando el día era tan brillante.
No estábamos en silencio pero sí en pausa, un par de soldados cargaban sus armas en el campo frente a mí al lado de un avión gris, Merida apretó mi pierna y suspiró.

-Ya no puedo más -soltó y la miré- quiero volver a casa y a mi hospital donde curo heridas hechas por perros, cortadas no muy profundas, donde un día ajetreado es un accidente de transito, ya no quiero seguir amputando, cortando, cerrando estómagos explotados ni haciendo de médica forense. Quiero dormir sin escuchar que vuelan sobre mí, sin miedo a que un día el campamento nos explote y...

-Te entiendo -apreté su mano y me miró, tenía sus ojos rojos.

-¿Podrías perdonarme si te dejo sola en este lugar?

-¿Cuándo lo harás?

-Me voy mañana.

Mérida era mi mejor amiga y mi sexo de vez en cuando, era una chica preciosa y sumamente inteligente, había conocido a su familia el año en que fuimos novias y ella a la mía, papá la amaba y nunca vi a Zelena tan entusiasmada en tener una siamesa, según ella, lo que más me gustaba de Mérida era lo que fuimos sentadas en aquella banca de madera improvisada afuera del hospital ambulante, tomadas de la mano, llorando. Se acercó a mí y me besó, me besó y floté, me sentía levitando cuando lo hacía y mentiría si dijera que en aquél momento recordaba a Emma, a Emma había dejado de recordarla y verla en cada rubia, de buscarla en Mérida, de dedicarle lágrimas, sin embargo, muy dentro de mí estaba segura que yo no podía amar a nadie como había amado a Emma, ¡como amaba a Emma! Yo flotaba con Mérida pero volaba con Emma y fue de esa manera que había logrado entender que Emma era el amor de mi vida se pudiera o no haber concretado.
Al día siguiente dejé a Mérida en una plazoleta con un beso, un abrazo, el número de casa de papá y la dirección, con la promesa de llamar y brindar una dirección y número al cual poder localizar cuando yo dejara aquél lugar; lloré, lloré tanto y tantas noches que aquella en la que sobre la camilla un pelinegro tatuado de barba creciente con una herida en la pierna, otra en el estomago y la mitad de la cara hecha un sacrilegio acostado en la cama frente a la cual estaba yo, poniéndome mis guantes, mirándolo, me dijo:

-Hola, vecina que no llegó a mi boda.

Y me dio una sonrisa guasona, con miedo, con dolor, casi me caí, estaba ahí, destrozado, ¿dónde estaba ella? Y por inercia la busqué, como si fuera a aparecer por la puerta tras mí por la que había ingresado él, como si su cabello rubio largo iba a entrar reboloteando mientras ella daba giros de ballet.

-Ganaste -soltó y lo miré- primero no lo entendía, Regina, creí que solo estaba molesta porque su mejor amiga no llegó, porque no se despidió, hasta que vi una foto que guardaba en su viejo celular donde se besaban y rebuscando di con una carpeta llena de fotos tuyas y suyas, unas en las que te besaba durmiendo y -tosió, yo seguía estática- intenté entender qué pasaba y busqué más hasta que encontré tu carta en la casa de aquél sombrero que tanto le gustaba y con el que fue a nuestra boda -sonrió y sonreí- te amaba a ti como nunca me iba a amar a mí y puede que eso dañó mi ego -me miró, lo miré, ya no sonreíamos y mi corazón parecía querer estallar- la dejé hace un año, es difícil, he de admitir que grité y reclamé y, aunque me cueste repetirlo, ella sólo aceptó que su error fue dejarte a ti y casarse conmigo -suspiró y cerró sus ojos, él estaba sufriendo- yo la amaba -susurró- yo la amo -le salió casi en suspiro y solté el aire que no sabía había empezado a retener- no creo que esto sea algo de lo cual saldré -movió una mano y lo miré más a detalle. Estaba realmente mal.

GIROS -swanqueenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora