CAPÍTULO CINCO

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EFREN

Mi lunes está siendo como cualquier otro lunes. Estoy metido debajo de un carro apestando a bencina. Con mis manos manchadas de grasa. Necesitando con urgencia una ducha y reprochándome internamente no haber entrado en la Universidad.

Los trabajos de oficina no son lo mío. El mandar a alguien, gritar y permitir que mi cabello se caiga por eso, mucho menos. No me gusta llevarme el crédito de otros. Soy más manual. Así que cuando me encuentro frente a un motor. Ese pedazo de fierro engrasado y sé que puedo hacer algo por él, eso me hace inmensamente feliz. Tonto, pero feliz de hacer algo con mis manos y por lo cual me pagan. Es un sueldo por algo que yo he hecho sin necesidad de humillar a nadie.

—Hey, Efren —grita uno de los de carrocería. Julio creo que es, apenas llegó la semana pasada y habla muy mal inglés. —Hay alguien preguntando por ti.

—¿Quién es?

—No lo sé. Una mujer mandona.

Me río.

Solemos tener de esas por aquí. Manejamos las cuentas de toda clase de gente. Adinerada, sobre todo. El taller era cosa de papá. Estaba en sus inicios cuando lo dejó, pero con el esfuerzo de Rick invertido en él y algunos buenos movimientos de mi parte. Nos codeamos con jueces, políticos y la más alta rama en la ciudad. Chicos que no les alcanza para pagar, mujeres que entregan autos como calamidades, niñatos pijos y estirados; de todo. Pero de lejos, mis preferidos son los ancianos. Son de seguro los que más cuesta entenderlos. Traen solicitudes descabelladas en algunos casos, ya que, somos conocidos por adaptar carros en verdaderas máquinas de competencia. Tenemos muy buen equipo para eso y ellos tienen muy buenos clásicos para trabajar. Cuando llega alguno aquí, Rick no duda en recomendarme y a mi equipo de latinos. Ellos son oro puro.

Para cuando entro en la oficina, me doy cuenta de que el visitante es nada más y nada menos que mi madre. Está sentada en una de las butacas de espera, luciendo arreglada y guapa como siempre. En cuanto me ve, una gran sonrisa se extiende por su rostro.

Ella es por lejos la mejor mamá del mundo.

Cuando mi padre falleció, ella tuvo un día muy oscuro. Se mantuvo integra durante el sepelio y aguantó a que todos los tramites estuvieran hechos para encerrarse en su habitación y llorar por veinticuatro horas seguidas. Rick y yo estábamos muy asustados y no hallamos nada mejor que acostarnos a su lado y abrazarla dejando que todo el amor que dos chiquillos adolescentes sentían fluyera hasta ella y la consolara. Después de todo, nosotros perdimos a nuestro padre, pero ella perdió a su compañero de vida.

No me imagino lo que eso significa, ni mucho menos sacar el valor para recomponerte y criar a dos hijos hormonales sola.

Con Rick hicimos que le saliera más de una cana y ella jamás se quejó sobre ello.

Me acerco hasta ella y la abrazo apretadamente contra mí. Es menuda y no le molesta que esté apestando a basura. Pero a mí sí, así que rompo el abrazo antes de que manche algo de su delicado traje. Restriego un paño entre mis manos.

—Hey ma', ¿cómo estás?

—Estupendo querido, pasaba por aquí y quise saludar.

—Ya. Como no me viste hace solo dos días. Me siento halagado.

Ella es un ser muy transparente como para mentir. Le muestro mi mejor cara de escéptico mientras la invito a ponerse cómoda con un gesto de la mano. Ella toma una butaca y yo la imito, tomando la que queda enfrente para así mirarla mientras me habla.

—Bueno Efren, la verdad es que no solo pasaba por aquí. Ando detrás de ti. No hemos tenido tiempo tu y yo para charlar.

—Y has llegado en mal tiempo. Rick no está hoy, tenía cosas hacer así que estoy a cargo de todo. Mamá, no querrás saber de nuevo qué es lo que pasa con Leah, ¿no? Mantengo mi postura de hace unas semanas. No diré nada. Leah y yo somos adultos. Puedes volverte por donde viniste.

Siempre LeahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora