CAPÍTULO VEINTICUATRO

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EFREN

Nos estamos besando, digo, como besando realmente. Mis manos no pueden tener suficiente tocando su rostro y las de ella no lo hacen mejor, recorriendo mis brazos, apretando mis bíceps. Alternando entre caricias y no perder el equilibrio.

Mi boca se está dando un festín con la suya, nuestras lenguas danzando juntas y no sé bien que signifique esto en respuesta a todo lo que acabo de dejarle caer. Quiero creer que es alentador.

Su sabor es divino, mi memoria no le hizo justicia en estos últimos días cuando tuve que conformarme solo con recuerdos. Mis dientes le dan un pequeño mordisco a su labio inferior y soy recompensado con un gemido. Oh, sí, también extrañé todos sus ruiditos. Las ganas de tenerla haciendo muchos más de ellos, crecen rápido en mí. De modo que decido echarme atrás aun cuando preferiría golpearme en la cabeza con un zapato. Leah no me deja alejarme mucho, reteniéndome por la parte delantera de mi saco.

—¿Qué sucede? —pregunta, sus ojos llenos de deseo.

—¿Has escuchado algo de lo que dije? —Mis manos aún están en su rostro y siento el calor de sus mejillas en mis dedos.

—Sí, ¿y tú has notado mi respuesta? —Ella pregunta batiendo sus pestañas. No puedo evitar sonreír, al fin.

—No tenía como pasarla por alto. —Me devuelve la sonrisa y la mía se agranda más.

—Bien.

—Bien.

Nos quedamos viendo de nuevo y cuando bajo mi cabeza hacia ella escucho a alguien silbar. Me detengo. Un vistazo a mi alrededor confirma mis peores sospechas. Toda la fiesta está pendiente de lo que hacemos. Hay muchos rostros sonrientes, muchas cejas alzadas y algunas de las personas mayores luciendo algo incomodas con tanta demostración de amor pública.

—Todo el mundo está mirándonos, ¿no es así? —Leah consulta y retira mis manos de su rostro para que ella misma pueda comprobarlo.

—Supongo que no pueden fiarse de nosotros, ¿eh? —digo e incapaz de dejar de tocarla, extendiendo la mano y coloco detrás de su oreja los cabellos que se le han escapado del recogido. Muero por soltarlo y ver como su pelo cae en ondas detrás de su espalda o mejor, por su pecho desnudo.

—Supongo que no.

Ella me saca de mis cavilaciones dando una risita y una incrédula meneada de cabeza. Sí, yo tampoco puedo creerlo. Mi madre enloquecerá cuando note que he besado a Leah en público. Los chicos no pararán de hablar sobre ello. Se convertirá en la gran cosa, pero increíblemente no me importa en lo absoluto. Es más, creo que estoy bien con ello.

Estoy más bien preocupado de continuar con lo que había comenzado con Leah. ¿Puedo volver a besarla? ¿Está ella bien con ello? Antes me pareció que fue un impulso, ahora con todas las miradas encima, se ve algo sonrojada. Ella no es todo sobre las demostraciones de amor públicas y yo quiero demostrarle mucho amor, justo en este momento.

Será mejor que busque un lugar privado y tengo el lugar exacto en mente a donde ir, necesito algo rápido, algo cercano. No me veo capaz de esperar hasta llegar a mi departamento o su casa.

Extiendo mis manos en sus mejillas, acariciando el rubor en ellas. Se ve encantadora. Es encantadora.

—¿Confías en mí?

Ella asiente y toma mi mano.

Me gusta esto, que jamás se piense dos veces las cosas cuando se trata de mí.

No me importa si estoy siendo irrespetuoso o algo por el estilo. La jalo hacia mí y comienzo a cruzar el patio a grandes zancadas. Leah corretea a mi espalda, arreglándoselas con los tacones hacia el interior de la casa. Subo las escaleras de dos en dos y Leah con una risita, me imita con un poco de esfuerzo. No sé si es que sabe dónde es que la llevo, pero me imagino que se hace una clara idea mientras recorrimos el estrecho pasillo de las habitaciones. Cuando me detengo frente a la puerta de la que fue mi habitación, estoy seguro de que ya lo sabe y el por qué la he traído aquí también.

Siempre LeahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora