PREFACIO

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EFREN

Rastrillo mi corto cabello echando un ojo al edificio que será mi purgatorio dentro de los años venideros.

—Ya deja eso, vas a quedar calvo algún día. —Mi padre golpea mi mano desde el asiento del conductor al interior del carro. —¿Qué te tiene tan nervioso?

—Mira eso viejo, esos tipos son...

Secundaria.

Tipos del porte de una montaña ingresando al edificio de piedra. Deportistas lanzándose balones entre ellos. Golpes en sus partes bajas o coscorrones en sus cabezas. Disculpa si quiero mantenerme lejos de todo eso. El tren de la pubertad no ha llegado a mi persona. Soy del tipo adorable. Y ningún chico que se respete a sí mismo, entra a la segunda etapa de la escolaridad con un adjetivo como ese colgando sobre su cabeza.

—¿Qué hay con ellos? Lucen como tu hermano.

—Ya y seguro Rick se ve normal. ¡Es tres veces mi tamaño!

Mi hermano mayor, nació tres años antes que yo y él come todo lo que esté a su paso. Arrasa con el refrigerador todos los días y corre como si le persiguiera el diablo cada mañana. Tendrás suerte si consigues sacar mi trasero de la cama a las nueve. A las doce un día sin clases. El sol y yo somos uno, él no me jode en mi sueño, ni calienta mi habitación y así yo no le doy una vista penosa de mis piernas delgadas en pantaloncillos.

La risa de mi padre me hace quitar la atención de quienes serán mis compañeros de pasillo en esta nueva escuela.

—Hablamos de esto hijo, no es tan terrible como se ve. La secundaria suelen ser los mejores años de la mayoría de las personas. —Palmea mi brazo para infundirme ánimo o bien evitar que vuelva a jalar mi cabello.

—Seguro que lo son cuando siquiera conoces a alguien. —Suspiro frustrado.

La primaria fue una pasada; de la cual repetí dos cursos. Entre mis padres eligieron la secundaria de mi hermano como mi nuevo lugar. Ellos no van a presionar sobre mí, pero puedo ver debajo de sus sonrisas. Ellos quieren que lo haga bien ahora sí.

—Oye, mira eso, ¿no conoces a esa chica? —Se inclina por encima de mi para señalar a una chica de pie en la acera. Libros bajo el brazo como ya la he visto antes. Aunque su cabello ahora va suelto, a diferencia de las coletas usuales.

—Con un demonio —exclamo deslizándome en el asiento y cubriendo un lado de mi cara. —Deja de señalarla, te puede ver.

—¿Qué? ¿Acaso no es tu compañera de la otra escuela? ¿La chica inteligente esa, como se llama? ¿Lía?

—Leah —corrijo de modo automático. Arrepintiéndome ante la mirada conocedora de mi padre.

—Eso es, Leah. Un bello nombre para una bella chica —insiste. Sus dedos pican en mi hombro en un empujón. —Ahí tienes, háblale. Están en el mismo grado, ve si tienen clases juntos. Quizás puedas sentarte con ella.

Eso consigue alarmarme al punto de volver a estar erguido. ¿Hablarle? ¡Pero si no lo hemos hecho jamás! Niego frenéticamente. Mi flequillo siempre demasiado largo cayendo sobre mis ojos.

—No puedo hacerlo.

—¿Cómo que no puedes? —Su ceño salta de inmediato mirando entre Leah y yo. —¿Hay algún problema?

—Ninguno.

Soy un chico de papá. Vamos a dejarlo claro. Él es mi héroe. Su cabeza siempre está clara, es centrado y da consejos de maravilla. No sé cómo lo hace y no tiene que explicármelo. Él ve por encima de todo. Atrapa a Rick cuando le miente sobre sus escapadas a medianoche cuando va de visita a casa de sus novias en cada ocasión, y le obliga a confesar con solo darle una fija mirada.

Mirada que no había tenido el honor de recibir, hasta ahora.

—Está bien, ella me pone nervioso. Es como si... moviera mi piso cuando estamos cerca. —Mi voz dos octavas más altas de lo normal. Tengo que forzarle naturalidad antes de decir: — Además, es inteligente. ¿De qué puedo hablarle? Voy a aburrirla.

—Efren...

—Papá, voy en serio. La chica es de las primeras de la clase y yo ya voy dos grados atrasado. Y yo no tengo amigas.

Suelo agradarle a las chicas. Ya he tenido varias novias. Aunque ninguna me ha erizado la piel. Si mi padre es mi ejemplo a seguir. Mi madre es mi consejera. Ella saca mi cabeza de mi culo cuando es necesario y me recuerda las cosas importantes. Y enamorarte es importante. Caer por alguien es una de las cosas que valen la pena en la vida y tiene que sentirse como tal. ¿Tengo que decir más?

El timbre de inicio de clases resuena poniendo a todos en movimiento. Los estudiantes se apresuran a la puerta de la escuela, vaciando el estacionamiento. A regañadientes, dejo la seguridad del carro, colgándome la mochila en el hombro y el horario de clases en la mano.

—¿Algún último consejo? ¿Por qué estás sonriendo de esa manera?

Fue el turno de mi padre de negar, sus relucientes ojos azules brillando de esa manera que hacen lo de las personas cuando saben algo que tu no.

—Habla con ella y jamás la dejes ir. —Y con eso, se fue.

Escucho un segundo timbrazo de advertencia, por lo que no pierdo tiempo en admirar la camioneta de mi padre dejar el estacionamiento. Corro por el primer piso, asegurándome de entrar en el salón correcto. Sin maestro a la vista, pequeño respiro. Entonces veo la segunda fila de pupitres y la mirada más chocolate del mundo es puesta en mi de inmediato.

Leah.

Viéndome... esperanzada. Una pequeña sonrisa apenas tocando sus labios. Y las palabras de mi padre hacen eco en mi cabeza. Habla con ella y jamás la dejes ir. Bueno, eso es algo exagerado. Jamás es mucho tiempo. Entonces Leah sonríe por completo y la siguiente frase coherente en mi cabeza escapa por la ventana.

Puedo hacer esto, me digo tomando un paso en su dirección. Por suerte, hay un puesto vacío a su lado, así que camino, deteniéndome justo frente a ella.

—Hola, soy...

—Efren —termina mis palabras. Su voz es agradable, cálida tanto como el gesto en su rostro. Hago un ademan al puesto vacío.

—¿Puedo sentarme, Leah?

Eso la toma por sorpresa. Sus ojos se abren enormes y asiente.

—Sabes mi nombre. No creí que...

—Te recuerdo. —Hago tiempo sentándome y acomodando un cuaderno sobre la mesa. Aun no hay un maestro en el salón. Y no puedo atrasar lo inevitable. Mi voz es controlada cuando me giro de nuevo hacia ella y su rostro medio cubierto con cabello esponjoso: —¿Quieres ser mi mejor amiga?

Su boca se abre formando un circulo perfecto. Se remueve en el asiento, metiendo cabello detrás de sus orejas, despejando su rostro y acrecentando mi ansiedad.

—¿Así es cómo sucede? ¿La gente pregunta esas cosas?

Mi estómago da un vuelco.

—No lo sé, pero yo...

—Como sea, es un sí. —Me corta de nuevo. Nuestros cuerpos están separados por una palma de distancia y es agradable. El calor de ella. Su olor. Dulce. Extiende una mano hacia mí para enfatizar el acto. —Sí quiero ser tu mejor amiga.

Una sonrisa estalla en mi rostro y acepto su mano. Es una sensación extraña. Tan pequeña dentro de la mía, por primera vez me siento como si yo pudiese ser la clase de chico que cuida de alguien. Quizás podamos ser mejores amigos reales. Leah sonríe mirando nuestras manos unidas y mi piel cosquillea por todas partes.


Siempre LeahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora