CAPÍTULO SEIS

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EFREN

En cuanto Leah llega a mi lado, la abrazo en un apretado agarre que ella corresponde. La calidez de su cuerpo invade el mío como un bálsamo. Solo su cercanía me hace sentir un poco mejor. Uno que otro par de estos estirados tipos colegas de Leah nos lanzan furtivas miradas. Joder, ella no se equivocó sobre ellos. Son de imagen fría y mecánica. Quizás no fue buena idea abordarla en su horario de colación.

—¿Estas bien? —Leah pregunta y me obligo a mirarla hacia abajo.

Luce... Bueno, es inesperado el hecho de encontrarla luciendo un traje de dos piezas cuando hace menos de una semana la vi con unos jeans que le destacaban el trasero y un top que apenas le cubría los pechos. Pero sigue viéndose hermosa. Su pelo se mantiene rebelde y sus ojos siguen siendo picaros. Me imagino que eso es algo que no se pierde, que no se puede controlar solo por trabajar en una puta empresa.

—Estás hermosa —Le digo y ella me sonríe con una ceja alzada.

—Estás esquivando mi pregunta.

¿Si estoy bien?

Pues no lo sé. Estoy impactado. Estaba jodido hace solo unos minutos atrás, pero tengo que calmarme con Leah cerca, ella no tiene la culpa de nada. No tiene que llevarse mi mal rato.

—No lo sé.

—¿Qué ha sucedido? —inquiere, con su lindo rostro contrayéndose de preocupación. —Tu mensaje de "la vida es una mierda" no fue muy claro.

—Salgamos de aquí. Vamos a un lugar más acogedor.

La jalo de la mano hacia el exterior. Anticipándose a mis necesidades, Leah me sigue en silencio. Nuestros dedos entrelazados, dándome apretones. Y pronto nos encontramos en una pequeña fuente de soda ambientada en los años sesenta con unas mesitas cubiertas por manteles a cuadros blancos y rojos. No es de lo más pijo, pero por el momento servirá. Aun así, le lanzo una mirada a Leah para ver si ella está de acuerdo. No quiero que se quede con hambre, ya que, tiene que volver a la oficina y terminar el día con la comida que encuentre aquí. Necesitamos algo con muchos carbohidratos y algún postre para endulzar el día. Ella me sonríe calmadamente y yo no me resisto a robarle un beso. No es la gran cosa, solo un casto beso en sus dulces labios y escogemos una mesa aun cogidos de la mano. Solo la suelto cuando leemos nuestros menús y pedimos nuestras órdenes. Leah pide una gran ensalada de pollo frito y yo solo una copa de helado de frutilla. Ambos nos fruncimos el cejo al otro, lo cual hace que la mesera nos dé una sonrisa. Es una señora cincuentona muy dulce y al mirarla recuerdo que es lo que me ha traído aquí en primer lugar.

No puedo contener el soltar un suspiro derrotado.

—Mi madre se va a casar. —Le informo y mi querida Leah reacciona tal como pensé que lo haría.

—Santa jodida mierda. —exclama llevándose las manos a la boca y yo le sonrío.

Ella es una gran chica, créanme, muy dama, pero tiene la boca de un camionero cuando de impresión se trata.

—¿Es alguna especie de broma?

—¿Te parece que estoy bromeando?

Ella niega con la cabeza aun con las manos en su boca. De pronto se pone de pie y me abraza. Mi cabeza apretada contra sus pechos. Bueno... esto no está nada de mal. Siento que la tristeza se apodera de todo mi cuerpo si es que me va a seguir abrazando así. Pero demasiado pronto para mi gusto, ella se separa y se vuelve a sentar.

—Ay, Dios, cariño... ¿Cómo estás?

—Bueno... no se puede decir que lo haya tomado de maravilla. Eso es claro.

Siempre LeahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora