CAPÍTULO OCHO

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LEAH

Cuando comencé con esto que con Efren compartimos, nunca establecimos reglas. No hemos hablado de ello en absoluto. No sé si debemos de ser exclusivos o aún estamos en el mercado.

Él por su parte no parece haber cesado con sus hábitos de coquetería, porque justo la semana pasada lo vi charlando con un par de chicas. Si he de ser sincera no había ningún movimiento extraño entre ellos, pero igual, las viejas costumbres son duras de roer. No voy a ilusionarme pensando que él de pronto se ha transformado en un chico célibe solo por mí.

Aunque me gustaría de ese modo, las cosas geniales nunca pasan tan fáciles.

De todos modos, cuando vi a Efren con esas chicas colgadas de su brazo regalándole tontas sonrisitas fue como si algo hiciera clic en mi cabeza. No quiero sufrir y sé que tarde o temprano terminaré haciéndolo si es que dejo mis sentimientos por mi amigo salir. Si los reprimí hace años fue por una razón. Fue porque era demasiado doloroso verlo pasar tiempo conmigo cuando se acostaba con otras chicas del High School, fue la misma horrible sensación en mi estómago cuando una de las chicas se inclinó cerca de él para hablarle al oído.

Por muy buen sexo, por muy buena amistad; Efren significa dolor para mí. Él y los sentimientos no van de la mano. Solo bastó verlo congelado a mi lado la primera mañana después de dormir juntos. Él lucía aterrado.

—Es mejor seguir como estamos —Me digo en voz alta, estacionando fuera de casa. —No tienes por qué sentirte culpable de salir con Aarón. Él es particular, pero un caballero. Estás soltera. Puedes hacer lo que desees.

Satisfecha con la charla conmigo mismo, entro en casa. Y hay una nota pegada en la mesa del recibidor.

Nos vamos con los McCallister por el fin de semana. Se una buena chica, dulce. Con amor, papá.

Saco una foto y la envío a todos los chicos.

Vivir con mis padres, no es tan terrible como suena. Ellos son realmente amorosos conmigo. Soy la luz en los ojos de mamá y el orgullo de papá. Ellos son realmente geniales conmigo. No se meten en mis asuntos, mientras sea una buena chica. Eso va en serio.

Gano tiempo, tomando una ducha rápida y cambiando mi ropa. La función en el bar tiene un rato aun, así que me extraño cuando golpean la puerta.

Nada más abro, soy tragada por el abrazo de Mandy.

—Estoy tan feliz de poder verte. —dice contra mi cabeza aplastada contra sus pechos. Yo suelto una risita y la empujo para que entre. Justo detrás de ella, se encuentra Alice que me da un beso en la mejilla.

Ambas se dejan caer en el sofá frente a la tv y dejan las bolsas que traen en las manos en el piso. Me siento en forma india en el piso y las miro con una ceja alzada. Alice me revolea los ojos y mira a Mandy.

—Ya puedes comenzar a hablar, ha hecho silencio todos estos días y en el auto me ha puesto los pelos de punta. —Se queja Alice golpeando con el pie a Mandy ligeramente.

Esta ni se inmuta, ella luce... bueno luce bastante acabada, a decir verdad. Tiene unas ligeras sombras oscuras bajo los ojos y no tiene esa chispa que es normal en ella. Hasta está vestida fuera de lo común, con una gran sudadera que la hace lucir pequeña y sin formas y unos jeans rectos. Algo está pasando.

—¿Mandy? —Me siento a su lado y ella me mira. —¿Qué sucede?

—Estoy hecha un lío.

Alice se arrodilla cerca de nosotras y así cada una toma una mano de Mandy.

—Ya lo notamos. ¿Pero qué es? ¿Podemos ayudar?

Ella niega con la cabeza y se ve triste. Pestañea varias veces para alejar las lágrimas que acuden de inmediato a sus ojos. Ella no llora, como jamás. Lo que me hace alarmarme.

Siempre LeahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora