Capítulo 31

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MinSeok se sentó en la sala de espera del Hospital Universitario, golpeando con impaciencia su pie.

Por supuesto que tenía que pasar hoy. Por supuesto.

Miró el reloj de la pared y se pasó una mano por el pelo para agarrarse la nuca. ¿Por qué siempre pasa la mierda junta? Miró el asiento vacío junto a él y apretó los dientes.

El café que le habían dado hacía diez minutos era tan espeso como el lodo... y del mismo color. Mientras miraba fijamente a la puerta que llevaba a los pasillos más allá de la sala, maldijo que incluso estaba de vuelta en este hospital, pero no había otro lugar donde preferiría estar en este momento.

Escuchó el zumbido de su teléfono dentro del bolsillo del abrigo y lo sacó para leer el mensaje. Cuando lo vio, hizo una mueca. No hay mucho que pueda hacer al respecto, pensó mientras lo abría y escribía: No, quédate ahí. Envíame un mensaje cuando puedas.

Después de pulsar enviar, se sentó y cruzó los tobillos. Dae tenía razón; no tenía paciencia. Odiaba esperar por cualquier cosa, y mientras miraba a su alrededor una vez más, recordó a SungMin diciéndole que las contracciones de Irene habían empezado anoche. Eran las tres de la tarde.

Seguro que eso significaba que terminaría pronto, ¿no?

Dae aparcó el coche de MinSeok en el garaje de leighton & asociados y cogió su teléfono. EL mensaje de texto que le esperaba le hizo reír. MinSeok estaba molesto porque no podía estar en la reunión que tenían hoy con Oh, pero al mismo tiempo, no había forma de que no estuviera en el hospital cuando naciera su sobrino o sobrina.

Antes, le había dado un beso, refunfuñando sobre el momento oportuno y cómo apestaba, y luego le había entregado las llaves de su coche y le dijo que cogería un taxi.

Dae marcó y se desabrochó el cinturón de seguridad mientras esperaba a que se conectara.

—Hola.

Se rió del tono aburrido de la voz de MinSeok.

—Solo llevas ahí una hora. ¿Ya eres el tío MinSeok?

MinSeok suspiró.

—No. Y sé que solo ha pasado una hora. Pero toda esta espera es dolorosa.

—No tan dolorosa como para Irene, imagino.

—Que gracioso.

—Eso pensé —contestó Dae, revisando su teléfono.

—¿Asumo que mi coche llegó allí de una pieza?

Dae miró alrededor del lujoso interior del vehículo y asintió.

—Lo hizo. Al igual que el ocupante, de quién pareces mucho menos preocupado.

—Supuse que si puedes hablar, estás bien. Pero eso no significa que mi bebé lo esté.

Dae abrió la puerta del coche y salió, cerrándola detrás de él.

—¿Tu bebé? Estoy empezando a preocuparme por ti y tus vehículos. Tu camioneta es femenina. Supongo que éste también es femenino. ¿Debería preocuparme que quieras cambiar de bando?

Una carcajada salió por el teléfono.

—¿Dae?

—¿Sí?

Nunca tienes que preocuparte por eso. Resulta que me encanta cómo funciona tu eje. Tu pistón se desliza a través de mi cilindro.

Dae se detuvo en seco, con la boca abierta.

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