CAPÍTULO 1

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Nora

Museo de Londres, clase atípica con la señorita Poppy.

– ¿Qué ha sido eso?

Me di la vuelta bruscamente empujando a un hombre que pasaba justo por detrás.

Aquel sonido, como si estuviesen bombardeando Londres en la lejanía, se coló de nuevo en mis tímpanos.

– Per-perdone señor, no le había visto– dije con voz temblorosa, mi cuerpo estaba desorientado y mi cabeza más todavía.

El hombre gruñó algo parecido a un "ten cuidado por donde pisas" y cogió a su hija por el brazo hasta que desapareció en la siguiente sala del museo.

– ­­¿Te encuentras bien Nora? Estás más pálida que de costumbre– dijo Betty.

La verdad es que Betty solía ser directa, no tenía pelos en la lengua. Y cualquier persona que no la conociese tanto como la conocía yo le resultaría irritante estar en su presencia. Aunque lo cierto era, que podía llegar a ser muy dulce y sobre todo una de las amigas más fieles que me había dado la universidad.

Pero la verdad era, que no me encontraba nada bien.

– He vuelto a sentir esa sensación­– dije entornando los ojos, necesitaba enfocar algo, lo que fuese, que me permitiera sentir que tenía los pies sobre la tierra.

– ¿No estarás embarazada verdad?

Betty, tan oportuna como siempre.

– ­¡Nora está embarazada! – gritó Kara, el espécimen más repelente de la clase y por supuesto, la más astuta a la hora de encandelar a los profesores.

Miré a mi amiga, asesinándola con la mirada y ella hizo una mueca con la boca que denotaba culpabilidad.

– Por favor, estamos en medio de la exposición de arte más valorada del mundo, un poco de respeto señoritas– la profesora Poppy, especialista en perforarnos el cerebro con sus extensos discursos sobre conservación de bienes artísticos, nos lanzó una mirada que claramente podía significar: "os estáis jugando la nota del cuatrimestre" para después recomponerse rápidamente y seguir hablando con un exceso de pasión sobre las obras de arte que nos rodeaban.

Asentimos y alcanzamos al grupo para pararnos en frente de Botticelli y su famosa Venus y Marte.

Miré desafiante a Kara deseando que dejase de tener cuerdas vocales y cómo si fuese una niña de tres años me sacó la lengua y puso los ojos en blanco.

– ¿Se trata de los "Deja Vus" que has estado teniendo estos últimos días? – me susurró Betty al oído mientras me cogía del brazo.

Asentí mirando a mi amiga para después indicarla que iba al baño. Estaba a punto de vomitar, escuchaba gritos, disparos y sonidos atroces cuando en realidad la sala en la que nos encontrábamos estaba prácticamente en silencio.

­

Me alejé bastante del grupo hasta la tercera planta donde encontré los únicos aseos habilitados del edificio. Me miré en el espejo, tenía ojeras debajo de los ojos y un aspecto bastante desastroso y desaliñado, aunque perfectamente podía ser el "look" de una estudiante universitaria hasta arriba de exámenes en su penúltimo curso de Historia del Arte.

Me enjuagué la cara con agua varias veces, sin embargo, al levantar la cabeza, allí estaba ella. La mujer que aparecía en mis sueños desde hacía semanas. Una mujer de cabellos rubios y rizados, con mas carmín del que yo jamás llevaría puesto y un atuendo que se alejaba décadas del estilo femenino del siglo XXI.

Miré a izquierda y derecha para comprobar que no había nadie ocupando los lavabos.

El cuerpo se me paralizó completamente, con las manos agarradas al mármol de la encimera y los nudillos blancos como la leche. Ella no estaba detrás mía, ni a mi lado, ella era yo. Su reflejo me miraba y yo la miraba a ella.

– ¿Quién eres? – pregunté con un hilo de voz, ni si quiera yo misma pude escucharme.

Pero no obtuve respuesta, aquella chica tan coqueta y vestida para la ocasión, con una bufanda gruesa de plumas aterciopeladas se dispuso a empolvarse la nariz. ¿por qué solo la veía a ella en el espejo, dónde estaba yo?

La muchacha posó una pierna sobre el tocador y se remangó su vestido brillante y negro, muy años cuarenta, descubriendo una de sus piernas. Parecía hecha de porcelana, tan delicada y sutil. Llevaba lencería bastante llamativa, pero más aún lo era el pequeño revolver que tenía pegado a sus medias.

– ­¿Adele? – me giré de inmediato en dirección a la puerta de los aseos. Alguien había entrado en el baño. Y no era una mujer.

Un chico alto, con una cámara de fotos bastante anticuada colgada al cuello miraba atónito mi reflejo y no exactamente a mí. Su mandíbula se desencajó sutilmente para después cerrarse y tragar saliva con fuerza.

– Perdón, no debería haber entrado– en seguida se recompuso y salió tan rápido como había entrado.

– ¡Espera! Por favor, ¡Para!­– grité en mitad de aquel corredor en el que solo había un acceso a las escaleras centrales y dos ascensores. Le alcancé por el brazo.

Su tacto estremeció todas las partes de mi ser y él se quedó quieto y rígido, dándome la espalda, parecido a las muchas estatuas de mármol blanquecino que adornaban el edificio.

– ¿Qué hacías en el baño de mujeres? – era obvio que esa no era la pregunta exacta que había formulado mi cabeza, pero estaba demasiado nerviosa para pensar con claridad.

– Estaba buscando a alguien– su voz era grave y firme, acorde con su cuerpo, fuerte y alto, pero aún no había podido verle la cara con claridad.

– ¿Y la has encontrado? Quiero decir... ¿has encontrado a quien buscabas? – un sudor frio me recorrió la espalda, me sentía enferma y cansada. Sabía que él también la había visto. Vi sus ojos clavados en la mirada de aquella chica de cabellos dorados tan despampanante como peligrosa.

– No, pero creo que tú sí. 

En la piel de Adele ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora