CAPÍTULO 6

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Ático de Jonathan

Jonathan

Eran las once de la noche y faltaban dos calles más hasta llegar a mi edificio. Miré la piel de Nora mientras la sujetaba en brazos, su tez blanquecina me recordaba a Adele, también había soñado con ella varias veces, ambas de piel traslucida y pálida. Pero Nora tenía el cabello de un rojo pasión que jamás había visto. Así, sin conocimiento, y manchada de barro y sangre por todas partes, podía ver que no era tan inocente ni tan niña como creía.

Cuando llegué al portal, abrí como pude la puerta frontal. El portero me echó una mirada que perfectamente podía significar que si no le daba explicaciones en cuestión de segundos llamaría a la policía.

–      Buenas noches Raymond, ¿cómo estás tío? ¿Has tenido mucho jaleo esta noche? Creo que los del tercero han vuelto a hacer una fiesta. – dije posicionándome en frente del ascensor, aupé de nuevo el cuerpo de Nora, su abrigo estaba empapado y se me resbalaba de los brazos.

–      Hola Jona. Sí... bueno... en realidad no están haciendo mucho ruido, pero el tufo a marihuana puede olerse desde la calle de enfrente puede que suba en un rato y oye... ¿quién es la chica?

Me miró con el ceño fruncido, probablemente dándose cuenta que había intentado llevar la conversación por otro rumbo para evitar que preguntase por ella.

–      Es... es una amiga, ya sabes, salimos a tomar una copa y acabó tan borracha que se cayó por las escaleras del Irish Pub del otro lado del puente, ya sabes cómo es ese antro, tienen el suelo hecho una mierda.

Raymond soltó una carcajada seca y se volvió a sentar en su silla inclinándose hacia atrás, sintiéndose el dueño del edificio, por muy cutre que fuera, pero le encantaba su puesto.

–      Está bien... está bien, pero échale un ojo a esas heridas que tiene la muchacha ¡parecen serias!

–      No te preocupes Ray, ya sabes que trato bien a las chicas, está es un poco... torpe, nada más, cuidaré de ella.

Pulsé el botón del ascensor con el codo y volví a cogerla con fuerza, ya casi estábamos. Subimos hasta mi piso, el último de todos, y en cuanto puse un pie fuera del ascensor sentí los pasos de Kimberly desde dentro del apartamento, abrió la puerta con brusquedad y me miró con los brazos cruzados.

No sé qué coño le pasaría ahora pero no iba a tener paciencia para remediarlo. En cuanto posó los ojos sobre Nora su expresión cambió por completo.

–      ¡¿Qué ha pasado Jonathan?! – dijo acercándose, por un momento pude descifrar sus pensamientos y supe que pensaba que traía el cuerpo sin vida de una chica, y así sería en poco tiempo si no cortábamos la hemorragia de su pierna.

–      Unos borrachos la han atacado ¿puedes encargarte de mirarle la pierna? Ha perdido mucha sangre.

–      Sí... claro, aunque ¡En qué narices estabas pensando! ¿no podías haberla llevado a un hospital? ¡lo mismo se muere aquí mismo, encima de nuestro asqueroso felpudo!

–      Cálmate Kim, solo dime que puedes hacerlo.

Entré por la puerta de casa y la deje con cuidado en la cama de mi habitación, en seguida la sangre manchó mis sabanas. Kimberly trajo el botiquín que guardaba de debajo de su cama y lo abrió con nerviosismo.

–      Empiezo a trabajar la semana que viene Jona. Terminé la carrera hace dos meses y mi experiencia como enfermera es tan nula como tu habilidad para desabrochar sujetadores. – dijo sacando un frasco con un líquido trasparente y gasas.

Puse los ojos en blanco. Sabía cómo intensificar mi mal humor en los peores momentos.

Encontré este piso hace un año, ella necesitaba un compañero para conseguir pagar todo el alquiler y yo tenía que marcharme de casa. Y después de dos meses de convivencia sucedió, puede que fuese puro aburrimiento o el calentón de "una noche tonta", pero acabamos acostándonos en la azotea y arrepintiéndonos a la mañana siguiente. No hubo más después de aquel día. Nos dimos cuenta de que no llegaríamos a aguantarnos si sumábamos a la amistad el roce.

–      ¿Puedes concentrarte por favor? Te he visto abrir en canal al gato del vecino y después devolverle a la vida como si nada, esto es igual ¿vale?

La tembló el pulso al coger una jeringuilla y por un momento dudé en si llevarla a casa había sido buena idea, tenía la pierna demasiado hinchada y los labios blancos. Me levanté enfadado por haber permitido todo aquello y centré mi fuerza en la planta que adornaba una de las esquinas de mi habitación. El macetero se rompió en el instante en el que le propiné una patada y virutas de tierra me saltaron a la cara.

–      ¡Joder Jonathan cálmate! No ayudas en nada comportándote como un idiota.

De pronto escuché sus gemidos y me giré con nerviosismo para mirarla, tenía los ojos entornados y una lagrima calló por su mejilla en el momento en que Kim clavó la aguja en su pierna, estaba consciente.

–      Agárrala ¿vale? Estoy muy nerviosa y no quiero causarla más dolor del que ya siente. – dijo apretando los dientes y concentrándose en calmar su respiración.

Cogí a Nora por la nuca y puse una almohada más para que su cuerpo quedase incorporado, aunque su cabeza se ladeo y el pelo rojo le calló sobre la frente. Sentí el instinto de apartárselo, pero no lo hice.

No sabía bien por qué, pero aquella situación me ponía de los nervios. Al fin y al cabo, era una desconocida para mí, o eso quería creer.

–      Dila que pare, por favor– masculló Nora en un hilo de voz, se había despertado vagamente.

Kimberly resopló y la miró de reojo, sentí como su mirada la analizaba con fureza, probablemente culpándome de haber traído a una extraña medio moribunda al apartamento en una tranquila noche de viernes.

–      ¿Has acabado? – Pregunté tirándome del pelo, la música de la fiesta que estaba teniendo lugar en el tercer piso empezó a colarse por las paredes y me dieron ganas de tirarles la puerta abajo.

–      Ya casi está hecho, una última punzada y ya.

–      Gracias– musité cuando hubo terminado de coser, la ayudé a recoger sus utensilios y la empujé hacía la puerta. Solté todo el aire que había contenido durante los diez minutos que la había llevado cerrarle la herida y resoplé fuertemente.

Me había hecho un gran favor y ahora vendrían preguntas, pero no podía saberlo. Nadie podía saber qué me unía a Nora.

–      ¿No me piensas decir quién es? Al menos ten la decencia de presentármela, ¿o tengo que imaginarme su nombre, como hago con todas las que pisan tu cuarto?

–      Déjalo estar, has hecho lo que tenías que hacer, y te lo agradezco Kim, pero no tengo que darte explicaciones de a quién traigo a casa. Es mi vida, no la tuya.

Kim se dio la vuelta y dio un portazo al salir. Sabía que había sido duro con ella, a veces lo era, pero su personalidad insistente y sus ganas insaciables de tenerlo todo bajo control me agotaban. Fui al pequeño cuarto de baño que tenía mi habitación y me lavé las manos y la cara para quitarme la sangre de Nora, cuando volví me miraba con los ojos muy abiertos, pero estaba callada. Supongo que ninguno de los dos estábamos preparados para conocernos en estas circunstancias.

En la piel de Adele ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora