CAPÍTULO 15

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Nora

Los primeros rayos de sol se colaban entre las maderas rojas que cubrían el viejo establo, la tormenta había cesado y de fondo escuchaba el relinchar de los caballos procedente del piso de abajo.

Tenía los brazos de Jona cubriéndome el cuerpo, y nuestras narices se tocaban ligeramente. Le observé dormir durante un par de minutos. Su respiración profunda y la comisura de sus labios entreabierta me resultó de lo más tierno. Pero sabía que esta burbuja en la que nos habíamos metido desde la noche anterior estallaría pronto, el viento no soplaba a nuestro favor, eso estaba claro.

Abrió los ojos en cuanto la luz empezó a llenar el espacio en el que estábamos tumbados, después me miró y sonrió, como si simplemente fuésemos dos jóvenes sin preocupaciones, como si fuésemos adolescentes con las hormonas a flor de piel. Jonathan parecía experto en separar esta clase de momentos de la realidad que nos rodeaba, pero yo no. Solo pensaba en volver a besarle y quedarme allí tumbada al abrigo de su cuerpo, caliente y fuerte, pero también pensaba en mi familia y el resto del mundo.

– Buenos días– susurró con voz ronca, estiró sus brazos y después volvió a acomodarlos alrededor mío a la vez que me atraía hacia su pecho.

– Buenos días agente– dije, dejándome abrazar, su olor tan característico me nubló el pensamiento momentáneamente.

– ¿Agente? – preguntó levantando una ceja, aunque le delataba su sonrisa burlona.

– Sí bueno, al parecer ayer decidiste apresarme en este establo toda la noche y qué peor castigo que haberla pasado contigo...– dije con toda la seriedad que me permitían las ganas de reírme.

– Que yo sepa no te resististe mucho.

– Por desgracia fui seducida en contra de mi voluntad­– reímos ambos.

– Creo recordar que fuiste tú quien me besó primero señorita Jones­– dijo atrayéndome un poco más hacia él. El calor que se concentraba entre nuestros cuerpos era suficiente para mantener el espacio caldeado.

En parte me alegraba de, que, solo hubiesen sido besos, quiero decir, no besos cualesquiera, si no esos de los que se quedan en tu recuerdo para siempre y vuelven en forma de estrellas fugaces cuando menos te lo esperas, pero definitivamente me alegraba no haber ido tan rápido, no quería que pensase que era tan fácil y accesible como probablemente la mayoría de chicas con las que hubiese estado. Daba por supuesto que no tenía que ser muy difícil rendirse ante los pies de Jonathan O'Conell.

– ¿A dónde iremos ahora? – pregunté tras un silencio en el que simplemente nuestras miradas hablaban.

– Creo que deberíamos escondernos por un tiempo, después tú volverás a casa y yo frenaré los pies de Harry.

– ¿Estás de broma? Si vuelvo a casa, mi madre y mi hermano serán un blanco fijo para mi padre, no puedo hacerles eso. Él me busca a mí, no a ellos.

– Lo sé Nora, encontraremos una solución.

Jonathan se incorporó quedándose apoyado en sus codos, tenía la mata de pelo negro alborotado sobre la frente y resopló hacia arriba con sus labios para apartarse algunos pelos, después volvió a mirarme.

– Ven, te prepararé el desayuno.

Me tendió la mano y la acepté. Bajamos a la planta baja y recorrimos el jardín empapándonos los pies intentando esquivar la nieve que había cuajado de la noche anterior.

– ¿Dónde está tu familia? – pregunté al no escuchar a ninguna de las sobrinas de Jona revolotear por la casa.

– Es domingo, y eso significa día de misa. Mi hermano no ha faltado ni una sola vez desde que murió nuestra madre. Se puede decir que su mejor aliado desde que sucedió fue Dios y el mío fueron los bares.

En la piel de Adele ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora