NoraAl separarme de Betty sentí una punzada en el pecho. Ella sabía que no podría hacer que cambiase de opinión, ni siquiera yo misma podía haberme obligado a hacerlo. Cuando llegué a casa pasé dos horas pensando en cómo decirle a mi madre que algo no iba bien. Quería decirle que su hija veía visiones de una mujer y que ahora un extraño también lo hacía. Pero, ¿cómo? Cuando entré por la puerta estaba preparando la cena para mi hermano pequeño, Alan, no hicieron falta palabras para averiguar que estaba tan cansada como de costumbre.
– Hola cariño, ¿Cómo estás? – me preguntó con su voz dulce, aunque su sonrisa estaba apagada.
– Bien mamá, ha sido un día... productivo, fuimos de visita al Museo.
– ¡Oh! ¡Qué interesante! ¿Visteis algún dinosaurio? – preguntó Alan saliendo de debajo del sofá, el gato que teníamos desde hacía doce años salió corriendo en dirección contraria intentando huir de las manos de mi hermano.
– Solo cuadros y esculturas renacuajo, ¿por qué no dejas a Mister Bigotes en paz? – revolví su melena pelirroja oscura, como la mía y le intenté dar un beso en la frente, aunque sin ningún éxito
– ¡Se llama Rasputín! ¡Mamá! ¿Puedes decirle a Nora que "Mister Bigotes" no es un nombre válido para gatos?
Mi madre y yo reímos al unísono mientras Alan refunfuñaba algo entre dientes. Tenía ocho años y era demasiado testarudo para su edad. Cuando se hubo dormido, tras haber engullido dos platos de espaguetis a la carbonara, bajé al salón en busca de algo que pudiese servirme de arma en caso de que el chico con el que estaba a punto de encontrarme fuese un asesino en serie que hubiese estado manipulando mi cabeza durante días. Aunque sabía que eso no tenía ningún sentido, no descartaba esa posibilidad.
Acabé cogiendo rápidamente una figurita metálica en forma de caballo que teníamos en la estantería de la entrada, aunque era pequeña, parecía pesada y perfectamente útil.
– ¿Estás bien Nora? Te noto un poco... cansada, ¿por qué no vienes conmigo al sofá? Podemos ver ese show de modelos que tanto te gusta. – escondí el caballo detrás de mi espalda.
Nada me hubiera gustado más que acurrucarme en su regazo y ver American Top Models por séptima vez consecutiva, pero el reloj del salón marcaba las diez menos veinte y si no salía de casa en cuestión de minutos mi única oportunidad de obtener respuestas se esfumaría para siempre.
– Me voy a la cama mamá, ha sido un día largo, podemos verlo mañana. – ella asintió dedicándome una leve sonrisa y se arropó con una de las mantas de terciopelo gris del sofá, y a los pocos segundos sus ronquidos se escuchaban por encima del sonido de la televisión.
Salí por la puerta de casa asegurándome de no hacer el más mínimo crujido, cosa que era prácticamente imposible por la antigüedad del suelo, pero mi madre y mi hermano dormían profundamente y a diferencia de mí, ni la caída de un meteorito les hubiese despertado.
Llevaba el pelo recogido en una coleta alta, lo que por alguna extraña razón me hacía pensar con mayor claridad. Puede que fuese excesivamente abrigada, pero la temperatura de mi móvil marcaba un grado y en pleno noviembre el viento hacía que la sensación térmica fuese mucho más gélida de lo que había sugerido el hombre del tiempo durante toda la semana.
Mandé una nota de voz a Betty informándola de que estaba a punto de llegar al puente de Westminster. Me respondió casi de inmediato con una cantidad inhumana de emoticonos de caritas enfadadas desaprobando mi alocada misión suicida, para después escribir "Estaré pendiente del móvil toda la noche, he dejado el número de la policía en favoritos por si ocurre algo, te quiero, cuéntame cuando puedas"
Pero el valor que había acumulado durante las últimas dos horas se esfumó de pronto.
– Hola guapa, ¿eres irlandesa o algo así? Ese pelo rojo no lo tiene cualquiera...– pegué un salto al sentir una mano sobre mi cintura y me giré sobresaltada.
Era un borracho, o más bien varios. Detrás de aquel espécimen maloliente y de dientes amarillos venían otros dos hombres riéndose a la par que escupían cerveza al suelo.
– ¡Suéltame! – le di un codazo en el estómago al hombre que me había agarrado y no me lo pensé dos veces, corrí todo lo rápido que mis botas de lluvia me lo permitían y en ese momento me arrepentí de no llevar el calzado adecuado para la ocasión.
– ¡Espera niña! Aún no hemos empezado a jugar...– gritó uno de ellos. Me estremecí al instante.
Escuchaba los pasos torpes pero rápidos de mis asaltantes detrás mío, pero justo cuando giraba la cabeza para echar la vista atrás y asegurarme de que llevaba ventaja sobre ellos choqué con algo, o más bien alguien.
Caí al suelo rasgándome los pantalones, sentí como la gravilla del asfalto rajaba la piel de mis rodillas y grité de dolor.
– Seréis cabrones...– escuché su voz desde donde me encontraba, tirada en el suelo, había prácticamente rodado unos metros más allá.
Paralizada por el miedo me llevé las manos a mi pierna derecha, la sangre brotaba de una de las heridas. Pensé que sería inútil seguir huyendo y sentí como el nudo en mi garganta crecía. Miré hacia atrás y allí estaba él, de espaldas a mí. Solo podía ver cómo le propinaba varios puñetazos al hombre que se había dignado a tocarme, mientras los otros dos huían por donde habían venido.
Entre sollozos conseguí gritarle.
– Para, por favor, ¡le vas a matar!
No se giró, pero me había escuchado. Soltó al hombre, que tenía agarrado por su mugrienta y vomitada camiseta, apenas sus pies tocaban el suelo. Este se desplomó haciendo un ruido seco.
Vimos cómo se arrastraba hasta la acera donde siguió moviéndose hasta alejarse de nosotros.
Se acercó a mí e instintivamente intenté alejarme de él, tenía razón cuando dijo en el museo que todo había sido un error, no debí haberle perseguido por aquellas escaleras. Saqué la estatuilla en forma de caballo de mi bolso y la levanté con una mano. No sé qué pretendía, pero estaba claro que todo aquello ya era muy humillante.
– ¿En serio? ¿Piensas atacarme con "eso" después de haberte salvado de tus agresores? – algo en su tono de voz me hizo bajar el arma que empuñaba.
– No hubiese hecho falta si no te hubieses interpuesto en mi camino, estaba a punto de darles esquinazo.
Una sonrisa apareció en su rostro, tenía los dientes bonitos y eso me fastidiaba. Quería gritarle por haberme hecho venir hasta aquí y sin embargo, allí estaba, aguantándome las ganas de propinarle un guantazo.
– Íbamos a cruzarnos de todas formas esta noche, o si no ¿A qué has venido? Dudo mucho que estuvieras paseando tranquilamente a estas horas.
– Vine porque quería respuestas y ahora sé que solo me causarás más problemas.
Sollocé al ver que mi herida no paraba de sangrar e intenté levantarme para marcharme de allí cuanto antes. Pero en ese preciso instante su rostro palideció al posar sus ojos sobre el charco rojo que estaban dejando mis rodillas, y por un momento atisbé algo más en su mirada, algo que me resultaba ya demasiado familiar. Pude identificar por su aspecto paralizado que estaba viendo algo más allá de mi cuerpo magullado y tirado en mitad de aquel puente. Sentí que recordaba. Como cuando yo la veía a ella en sueños, como cuando la vi reflejada en el espejo.
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En la piel de Adele ✔️
Romantizm#PV2021 Nora Jones es una joven universitaria con aparentes visiones de otra vida, una vida pasada, una vida que no es la suya. La desesperación por saber que ocurre en su cabeza y quién es la mujer de la cual posee todos sus recuerdos, la conducen...