Isis

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Al día siguiente, encontré la puerta de la habitación abierta y durante un par de semanas, vagué por los interminables pasillos de aquel sitio, deteniéndome solo cuando el hambre me devoraba. Siempre que esto pasaba, me encontraba una pequeña cesta, llena de comida dentro y aunque me daba mucha curiosidad, nunca logre averiguar quien era mi proveedor.

Un día Shane, o también conocido como Horus me reclamó. Acudí a su encuentro sin más remedio, y me encontré en una habitación no demasiado grande, decorada con rubíes finos y bien tallados.

Me situé delante de él, esperando a que empezara hablar y mientras me fije en el suelo de mármol blanco.

-Kei, ¿Cual era tu relación con mi hermano exactamente?

Me quede perplejo, no estaba seguro de haberlo oído bien.

-Hm? Murmuró solicitando mi repuesta.

Le dejé claro que yo, no conocía a su hermano y que no debía estar allí. Él suspiró y dijo algo por lo bajo que no entendí. Después de eso, me ofreció un vaso con un líquido amarillento dentro. Iba a bebérmelo de un trago cuando la bebida tembló, casi de manera imperceptible.

Algo se estaba aproximando, Horus se bebió su copa del tirón y me miró cómo ordenándome que siguiera sus pasos. Sus ojos estaban adquiriendo un tono azulado, sobrenatural y cada vez se hacía más difícil resistirse. El ruido de vidrios rotos me saco de mi ensimismamiento, alertándome de que alguien más había entrado en acción.

Me volví hacia la dirección del sonido, cuando noté el contacto del frío metal fregando mi cuello. Un pelinegro estaba apretando su arma contra mi garganta, haciendo que un hilo de sangre cayera, manchando lentamente el cuello de mi camisa. A dos metros de mí se desarrollaba una escena muy curiosa; Horus estaba como por arte de magia quieto antes de darle el golpe final a uno de los esbirros del chico que me aferraba.

Mientras, la puerta se abrió con estruendo y apareció una chica de aspecto feroz que sin contemplaciones se abalanzaba hacia mi posición.

-¡Suéltalo, por Isis! Gritó la morena.

Mi agresor soltó un taco, aflojando mi agarre y preguntó gritando.

-¿Quién diablos eres tú para ordenarme eso? Le escupió con furia.

De pronto, la imagen de la muchacha se desdibujó y se pudo visualizar algo mucho más terrible. Una pirámide, gigantesca, siendo destruida por un chacal de monstruosas dimensiones. Tenía los ojos inyectados en sangre y se notaba a quilómetros de que llevaba varios días así.

La morena volvió a su estado anterior y el pelinegro bajo lentamente hasta caer rendido en sus pies temblando.

-Isis.

Parpadeé confundido, ¿Qué?

De veras, no entendía que demonios estaba pasando en mi vida. Primero me habían raptado unos extraños que le habían disparado a una especie de chico-chacal, a continuación resulta que me convierto en una ofrenda del mismísimo dios egipcio Horus y por si no fuera poco al cabo de un tiempo me intentan cortar el cuello. Para acabar de liar la cosa, resulta que la mismísima diosa Isis viene en mi rescate, atemorizando a un hombre con solo pronunciar tres palabras.

Mientras, en el mundo exterior la diosa me estaba preguntando algo, pero yo, no lograba poner en orden las palabras en mi cabeza. Tosí discretamente y le pregunté amablemente si podía repetirlo otra vez.

-¿Seguro que estás bien? Me miró ligeramente preocupada.

Asentí y le dije que no se preocupara, maldiciendo tardar tanto en responder por mis adentros. Ella suspiró y murmuró algo sobre que si me llegase a pasar algo se las tendría que ver con su hijastro.

-Hijastro? Que yo supiera, Isis solo tenía un hijo; Horus.

-Si, Anubis. ¿No te ha dicho nada?

En ese instante estallé, y le grité que nadie me había explicado nada y que tampoco había hecho nada para merecer que me dieran tanta importancia a un mortal como yo.

Isis me sonrió comprensiva, haciendo que me arrepintiera de haber expresado mis emociones de ese modo delante de ella.

-Digamos que... Mi hijo te tiene mucho apreció y desde que desapareciste está un poco deprimido...

Entonces le hice la pregunta del millón, era sobre donde demonios había tenido yo relación con ese tal Anubis. Yo no recordaba haber tenido nada que ver con los dioses cuando era pequeño, y aún menos ahora. La diosa me miró enigmática, susurrando que cuando estaba bajo su apariencia humana tenía unos preciosos ojos verdes.

No había duda, no se podía tratar de nadie más.

¿Diferentes o iguales?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora