"Los sueños están hechos para cumplirse", pero el soñador decide si vale la pena luchar por ello, porque aquella frase solo esta hecha para los valientes.
Shin Ryujin tiene un padre que esta dispuesto a hacer que la menor se saque de la cabeza de se...
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Luego de pasar por el mercado, y después de que el mayor invitara helados durante varios meses, se dirigieron a la casa de Ryujin. La última casi se pierde en el camino a casa, pero si no fuera por su acompañante, hubieran sido asaltados en un barrio.
Finalmente, llegaron en unos veinte minutos caminando. Lo bueno de no estar lejos de la institución.
Abrió la puerta, dejando entrar a su amigo y prestándole unas pantuflas que tenía en una mueblería de entrada, donde estaban casi todos los zapatos más usados, además de las pantuflas para estar en casa.
— ¿No hay nadie en casa? —preguntó el único chico presente en ese momento, mientras seguía a Shin por detrás.
— Son las dos de la tarde recién —se giró para verlo, observando cómo este miraba cada parte de su casa— ¿te doy un tour? —bromeó.
— Lo siento —se mordió el labio superior.
— No importa —movió su brazo sin darle importancia— subamos a mi cuarto para que mi papá no nos moleste cuando llegue —se hizo a un lado— después de ti.
— ¿No se supone que debes guiar? —enarco una ceja.
— ¿Quién dijo que no te puedo guiar estando atrás de ti? —ladeó la cabeza— y lo hago para que no robes nada.
— Y yo pensando que teníamos confianza —empezó a hacerse el llorón, tapando su rostro.
— Muévete de una vez —agarró la muñeca del otro, jalándolo hacia arriba.
Se sentía bien, no iba a mentir... es agradable la sensación que siente Choi al pasar tiempo con su amiga sin discutir, aunque no estuvieran discutiendo mucho, y era para celebrar.
Ryujin abrió la puerta de su cuarto, entrando y dejando su celular sobre el escritorio. Empujó a Beom, que se había quedado en el marco de la puerta.
— No muerdo —sonrió al cerrar la puerta y prender la luz blanca de su habitación.
— Lo sé —apretó sus labios.
Giró su rostro por las cuatro paredes, no era la gran cosa, pero tenía un toque que decía que era el espacio de Shin Ryujin. No sabía por qué, solo lo sentía, y no era algo que necesitara confirmar.
La pelinegra avanzó a la otra esquina de su habitación para agarrar unas colchas y ponerlas en la cama. Agarró la silla de madera que estaba encima de ellas, la jaló hasta posicionarla al lado de su escritorio, sacó su laptop del estuche y la encendió, estirándose un rato.
— Listo, Beomgyu, espérame un momento, ¿sí? —se dirigió a su armario, sacando un buzo negro y una camiseta del mismo color— no toques nada —salió de su cuarto.