"Los sueños están hechos para cumplirse", pero el soñador decide si vale la pena luchar por ello, porque aquella frase solo esta hecha para los valientes.
Shin Ryujin tiene un padre que esta dispuesto a hacer que la menor se saque de la cabeza de se...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Choi estaba unas mesas más atrás de la pelicorta, por lo que no podían cruzar miradas, pero sí compartir el mismo pensamiento: "Ambos querían irse". Claro, no podían hacerlo sin ser vistos por el señor Lee, que no los dejaba de observar. Y cuando apartaba la vista, no tardaba mucho en volver a fijarse en ellos.
Ryujin apoyó la frente en la mesa, resignada. Era imposible escapar sin ser vista por ese hombre de ojos de halcón. Suspiró y golpeó su pie contra la pata metálica de la mesa, para luego hacer una mueca de dolor. Alzó la vista hacia el hombre e hizo un puchero, viendo cómo este negaba con la cabeza.
—Señor Lee... —ladeó la cabeza y bufó al notar su negativa—. En serio, yo —se señaló— no quería llegar tarde. He tenido un día pésimo.
—Si hubieras ignorado a tu compañero en lugar de responderle, habrías llegado a tiempo y ahora no estarías aquí —apuntó el escritorio con su palo de madera, dejando escapar un suspiro cansado. En verdad le fastidiaba verla tan seguido en detención, pero era su trabajo.
—"Hubiera, hubiera" —repitió con desgano, apoyando el mentón en la mesa con una mueca.
—¿Profesor, puedo ir al baño? —preguntó Choi. Llevaba rato pensando en su plan: pedir permiso, escaparse a la cafetería y comprar una leche de plátano. ¿Qué podía salir mal?
—No —respondió Lee con firmeza, rodando los ojos. Sabía que el chico solía faltar a clases, pero contaba con el permiso de los profesores debido a sus actividades en el aula de canto. Sin embargo, esta vez no tenía ninguna excusa.
—Pero... —frunció el ceño Choi, mirando de reojo a su compañera, quien sonreía divertida—. ¿De qué te ríes?
—Señor Lee, Choi me está acusando de algo que no es cierto —señaló a su compañero con un puchero fingido.
—Niñata... es mentira, señor Lee. Ella se volteó y sonrió con burla —replicó el aludido, frunciendo aún más el ceño.
—No digas cosas que no son, me estás difamando —Ryujin mordió su labio inferior. Su paciencia estaba por agotarse.
—Digo la verdad —alzó una ceja—. Que no te hayan enseñado modales es otro tema —sonrió de lado.
—Mira quién habla de modales —soltó una risa sarcástica y aplaudió un par de veces—. Si no me equivoco, ibas a pedir permiso para ir al baño, escaparte y comprarte algo en la cafetería, ¿o me equivoco?
—Te odio —golpeó la mesa con el puño.
—Yo te odio más.
—¡CÁLLENSE, DIOS! —Lee golpeó sus cabezas con el palo, haciendo que ambos soltaran una mueca de dolor—. ¡Parecen perro y gato!
—Yo, claramente, soy el gato —murmuró Ryujin.
—Al menos los perros...
—¡¿QUIEREN QUE LOS ENVÍE A DIRECCIÓN?! —gritó el hombre, golpeando el suelo con su palo—. Si los vuelvo a escuchar hablar, llamaré a sus padres.
—Me quedo callada —hizo el gesto de un cierre en los labios.
—¿Y tú? —miró a Choi, quien suspiró y se dejó caer en su asiento.
El mayor suspiró, volviendo a su escritorio. Cada minuto que pasaba sus ojos se cerraban más y más. Estaba cansado. Su trabajo no era fácil y, con su edad, mucho menos.
Ryujin lo vio cabecear y no pudo evitar reírse un poco. Sacó su celular y le tomó una foto, observándola detenidamente antes de soltar pequeñas carcajadas.
—¿De qué te ríes? —preguntó Choi, levantando la cabeza.
Ella se volteó y le mostró la pantalla del celular. Al verla, él también rió bajo, tapándose la boca para no hacer ruido.
Ryujin volvió a su posición, jugando en su teléfono con aplicaciones que no necesitaban internet. Mientras tanto, Choi comenzaba a quedarse dormido, aunque se negaba a hacerlo. Si la pelinegra había tomado una foto del profesor, seguro no dudaría en hacer lo mismo con él.
Treinta minutos después, Beomgyu ladeaba la cabeza con aburrimiento y Ryujin bostezaba sin disimulo. El tedio era insoportable.
La joven miró de reojo al señor Lee, se resbaló lentamente de su asiento y se puso de pie con cautela. Se quedó quieta cuando el hombre se removió en su asiento, pero suspiró de alivio al ver que no abría los ojos.
—Quédate en tu lugar —murmuró Choi al notar su movimiento.
—Quédate tú si quieres. Yo me aburro —respondió ella, encogiéndose de hombros mientras avanzaba con sigilo hacia la puerta.
Beomgyu lo pensó. Podría quedarse y cumplir su castigo... pero las ganas de unos chocolates con leche de plátano lo estaban matando. Frunció el ceño y, en un rápido movimiento, se levantó y se posicionó detrás de Ryujin. Le dio unos toquecitos en el hombro, haciéndola sobresaltarse.
—¡Me asustaste, imbécil! —susurró, dándole un golpe en el brazo.
—Deja de hablar y fíjate si hay alguien fuera —susurró él—. Yo vigilaré que el viejo no se despierte.
—¿Por qué confiaría en ti? —arqueó una ceja, alejándose un poco al notar la cercanía entre ambos.
—Porque me aburro. Y si demoramos, nos atrapan —se encogió de hombros, como si fuera obvio.
—Está bien —aceptó, acercándose a la puerta y asomándose con cuidado—. No hay nadie.
Beomgyu volteó hacia el mayor y se relamió los labios con nerviosismo. Justo en ese momento, sintió un empujón en la espalda.
—No hay nadie... —repitió Ryujin, mirándolo—. Agarra tu mochila y vámonos.
Él giró sobre sus talones y caminó hacia su mesa, pero algo llamó su atención. La mochila de su compañera estaba sobre la silla. Sonrió de lado, la tomó y salió del aula sin hacer ruido.
—¿Por qué tardaste? —preguntó Ryujin, frunciendo el ceño.
—Lo siento, pues... —levantó la mochila con una sonrisa burlona—. Una muchacha dejó su mochila en el aula. ¿De quién será?
—Ay, cállate —bufó, arrebatándole la mochila de las manos y colgándosela al hombro—. Me voy, diviértete.
Pasó por su lado y comenzó a caminar.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.