Carne de ángel

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Quiero decir en mi defensa que nunca me gustaron las visitas de mi hermano, porque al igual que él mismo, eran inesperadas, escandalosas y totalmente detestables. Pero aquella visita lo cambió todo. Aquel día tenía una de mis crisis, una de las peores que había vivido hasta entonces, y escuchar el timbre sonar una y otra vez mientras me ocultaba en el armario para resistir aquel desagradable pitillo no ayudó mucho a que me calmara.
Al final decidí abrir la puerta por el bien de la escasa salud mental que me quedaba en ese entonces, y ahí estaba él, sonriendo como si hubiera ganado la lotería, patético a mi parecer. Llegó desordenando mi vida desde el momento en el que nació, y sí, tal vez suene cruel, pero lo detestaba. Detestaba a mi propio hermano menor por las mismas razones por las que lo admiraban el resto de nuestros familiares, por el simple hecho de no ser como yo. Siempre alegre, obediente como una oveja que sigue a cualquier pastor retrasado y por sobre todo, siempre bien vestido e impecable, actuaba exactamente como todas las familias, guardando siempre sus problemas y dándole al mundo su mejor versión, aunque fuera estúpidamente surrealista.

Y después estaba yo, la oveja negra orgullosa de sí misma, siempre vestido como vagabundo, con ojeras enormes y lo peor de todo, un gran desprecio que nunca había querido disimular. Mientras él trataba de organizar mi desorden, siempre reprochando todo lo que hacía mal, yo no podía más conmigo mismo.

Allie me gritaba todo el tiempo el tipo de persona que era aquel hombre de perfecta armadura que siempre tuvo como objetivo de vida recomponerme. Realmente patético, aun más cuando me miraba con lástima, aquella lástima que no podía ocultar bajo un disfraz de amor.
Allie siempre me lo dijo, pero ese día me gritaba cosas más grotescas que nunca. Mientras mi hermano estaba en la cocina preparando algo de cenar, Allie me decía lo patético que me veía recostado a sus lado contemplándolo, siempre tan puro y yo con tantos demonios adentro, él con tanta delicadeza que le daría envidia a cualquier mujer y yo con tantas pesadillas que me obligaban a ver solo oscuridad, todas esas diferencias tan abismales me ponían furioso pero era demasiado débil para hacer algo al respecto.

Pero ese día a Allie se le ocurrió la mejor de las ideas. Por primera vez me pidió que le cediera el control, me acarició el alma con promesas iluminadas de valor, me sedujo con susurros que hipnotizaron a una mente acostumbrada a los gritos, me convenció de que haría brillar a mi yo verdadero, que se ocultaba por miedo a las críticas de personas que no sabían pensar. Lo admito, al principio estaba escéptico, me daba miedo dejar salir a mis demonios, a mi verdadero yo, pero era entonces o nunca, era mi momento de metamorfosis y solo me dejé llevar.

Me desmayé unos segundos, y al despertar me encontraba mirando en primera fila la película de ese instante. Incapaz de moverme por mí mismo o siquiera de pronunciar una sola palabra, observaba como mi cuerpo cumplía solo órdenes de Allie. Se sentía tan bien dejar que otros tomaran las riendas y quedar simplemente de espectador, dejar de escuchar tantas voces, opiniones y críticas para solo escuchar los latidos de mi corazón a toda marcha y sintiendo al fin vida. Allie se levantó y observó a mi hermano corriendo por la cocina para buscar el botiquín y hablar por teléfono con la ambulancia. Mi cuerpo caminó en dirección a mi pequeña oveja desprevenida, a su paso agarró un cuchillo de la mesa, el mismo que minutos antes estaba encantado de servir de herramienta a aquel ser de luz y que ahora en mi mano se teñía de oscuridad.
Mi hermano colgó el teléfono y se dio vuelta, me vio ir hacia él con las manos en la espalda, me abrazó con alivio y en ese mismo momento, cuando estaba más vulnerable, atravesé el cuchillo por su ropa, su piel y llegué hasta lo más profundo, hasta que el cabo de madera me impidió seguir con mi camino. Él me agarró con fuerza y sin emitir el más mínimo ruido movió su rostro hasta estar pegado al mío, y ¿saben lo peor de todo? Aún parecía un ser de luz, un ángel siendo traicionado, pero que medio muerto usa su último aliento para decirte "te perdono". Sentía tanta impotencia, tanto odio y tanto desprecio que empecé a darle vueltas al cuchillo enterrado en su abdomen, una y otra vez hasta que sus piernas dejaron de funcionar  y cayeron al suelo.

El piso de la cocina derramaba lágrimas de sangre que teñían el azulejo blanco, porque mi bello ser de luz nunca más abriría los ojos. Y cuando pensé que sería el fin y que ya me movería a mi voluntad, escuché a Allie susurrarme al oído. ¿Acaso pensabas que eso era todo? Tanto moverme me dio hambre y casualmente se me antoja carne... ¿a ti no? Y justo al terminar esa frase sacó el cuchillo del cadáver como si de una espada se tratase y empezó a cortar en filetes, trozos, lascas, de todas las variantes posibles, como haría un experto carnicero.

Debo añadir que hubo un momento en el que Allie quiso probar qué tan buena era la carne cruda, así que arrancó sin piedad alguna un trozo de costilla, se lo acercó a la boca y mordió. No sé si en ese momento en específico me dejó usar una ínfima parte de mi cuerpo, lo suficiente para olfatear la carne fresca, las gotas cálidas de sangre que corrían por mis manos y mis labios y el sabor de una carne tersa y reacia a la mordedura. ¿Su sabor? Si lo describiera diría que fue delicioso, la mejor de las carnes sin comparación alguna, tan cálida, familiar y jugosa que no pude aguantar las ansias de probarla cocinada.

Así que juntos preparamos la sartén, especias y obviamente a nuestro nuevo y fiel aliado, el cuchillo. Hicimos una cena por todo lo alto, habían tantas variedades de platillos que a cualquiera se le hacía agua la boca, y como preparación especial, la cabeza hervida y rebosada en salsa con verduras. Si me permiten decir algo más, la carne estaba exquisita, estaba firme, pero tierna, jugosa y bien cocinada. La explosión de sabores que tantos chefs aspiran a conseguir en la carne se les haría más fácil si lo intentaran con carne de verdad, carne humana.

Fue sin duda un festín que me dejó completamente saciado, y más importante que eso, me cambió la vida lo suficiente para convencer a los ambulancieros, los cuales llegaron demasiado tarde, de que todo estaba bien y me había recuperado, todo esto sin que pusieran en mí la mínima sospecha, y sin una minúscula revisión al lugar más obvio, la nevera. Ahora soy un chico carismático, elegante, preocupado y limpio, me volví la réplica mejorada de un hermano que se había ido al extranjero y del que nadie preguntaba.

—¿Pero usted está consciente de que se le acusan de al menos 20 muertes, verdad?

—Sí señor juez, pero como buen amante de la carne, le cuento a usted de mi comienzo, el debut que me llevó al estrellato de sabores inimaginables para el ser humano actual. También le puedo decir que mis víctimas no sufrieron, ni un poco, el miedo produce una ligera, pero molesta acidez en la carne humana principalmente.

—Una última pregunta —dijo el juez ajustándose la corbata y limpiándose el sudor de la frente que le producía los nervios de aquel juicio, no tanto por el caníbal en sí, sino por su forma de contar su historia con orgullo, con hambre—. ¿Quién es esa Allie que tanto menciona?

—Solo podría decir que es una de las tantas voces de mi cabeza, algunos dirán que solo soy un pobre loco esquizofrénico al que le darán pena de muerte por seguirle el juego a voces imaginarias, pero ella es diferente, ella me llevó a encontrarme a mí mismo y en los peores momentos siempre estuvo allí, insultándome verdades, a ella le debo todo, mi vida y el fin de la misma.

—¿Entonces usted sabía que iba a morir por cometer estos crímenes?

—Sí señor juez, las veinte veces lo supe y en ninguna de ellas me detuve, con el mismo cuchillo apuñalé, descuarticé y cociné aquellos manjares, desde el primero hasta el último utilicé las mismas herramientas, las mismas rutinas y Allie siempre estuvo conmigo, sosteniendo el cuchillo en todo momento, sin permitirme despreciar el mínimo trozo.

—¿Entonces nos diría usted sus últimas palabras?

—Solo diré que el día que el ser humano aprenda, como otras especies, a devorar a los débiles, entonces podremos decir que crecimos como sociedad y que al fin entendimos que el canibalismo no proporciona el fin de la vida humana, solo la perfección de la misma.

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