Lo menos que me apetece esta mañana es abrir los ojos, no soporto la idea de que al despertar me encuentre con las mismas paredes y sábanas blancas de hace ocho semanas atrás, actualmente mi sentido de la visión está teniendo una alergia muy particular al color blanco. Me levanto con desgana, observo el antiguo reloj de la mesita de noche, aún faltan quince minutos para la consulta. Me visto rápidamente y me dirijo a su oficina, como siempre todo está muy bien ordenado, me saluda con amabilidad y me pide que me siente, doy un leve suspiro, mi cuerpo está cansado de sentir día tras día la textura de aquel sofá.
—Señorita Wilson he estado examinando los resultados de las pruebas que le hicimos anteriormente y si sigue con el correcto cumplimiento del tratamiento dentro de poco le podrá decir adiós a su adicción.
En cuanto oigo esas palabras mi corazón baila de la emoción, sé que con un poco de esfuerzo lo puedo conseguir. Oh, disculpa, qué mala educación la mía, no me he presentado. Hola, mi nombre es Andrea... Andrea Wilson, soy ninfómana y esta es mi historia. Nací el seis de septiembre de 1993, desde que tengo memoria mis padres son esclavos de la droga, por lo que mi infancia no fue nada sencilla, rodeada de gritos, discusiones y violencia. Los años pasaron hasta que entré a la preparatoria, era una chica común, alta, delgada, amante de la música clásica y de los poemas de Neruda, el amor era una de mis asignaturas pendientes, pero las flechas de Cupido me tomaron por sorpresa. Se llamaba Carlos, era guapo, inteligente, todas las chicas del instituto se morían por él, pero inesperadamente se enamoró de mí o por lo menos eso me hizo creer. La primera semana se comportó como un auténtico príncipe azul, pero no tardó mucho tiempo en quitarse la máscara y reflejar su verdadero ser. Era un día como cualquier otro, las hojas amarillas caían de la copa de los árboles, el olor a lluvia se respiraba en el ambiente, todo era perfecto. Estábamos juntos, viendo una de mis películas favoritas: Titanic, y de un momento a otro sentí sus manos tocando cada parte de mi cuerpo, aún no estaba preparada para entregar mi intimidad a otra persona, intenté apartarme, pero me apretó con mucha fuerza, me sentía inmóvil, mi salvación fue un pequeño frasco de Spray de pimienta que llevaba en el bolsillo trasero de mi pantalón, bueno eso y un doloroso golpe en esas pequeñas bolsas presentes únicamente en la anatomía masculina. Al día siguiente llegué al instituto con la autoestima y el ánimo decaído, de repente todos mis compañeros empezaron a reírse de una manera extraña, con un tono de burla y malicia, pero a pesar de mi ingenuidad sabía perfectamente lo que estaba pasando, mi príncipe desteñido había divulgado mi castidad, virginidad e inexperiencia. Mientras más pasaban los días el bullying se volvía cada vez más humillante, mis oídos se inundaban de comentarios hirientes y obscenos. Me encerré en mi propia tristeza y el desinterés de mis padres por mi estado psicológico aumentó mi depresión. Tres meses y la frase "Andrea, la virgen"aún no había desaparecido, en ese instante me di cuenta de que no podía continuar así, tan frágil, tan dócil, desperté mi lado rebelde y me prometí a mí misma que ningún hombre iba a humillarme de esa manera otra vez, ahí comenzó todo, ese fue el último vuelo de mi inocencia.
Mi sentido de la curiosidad me hacía constantes preguntas, pero mi ignorancia no me permitía darle respuestas. Empecé a buscar información en internet sobre el sexo, mis madrugadas consistían en estar delante de la pantalla del ordenador con una taza de café, alimentando mis escasos conocimientos sexuales, las antiguas novelas de Neruda fueron sustituidas por libros sobre sexualidad y en poco tiempo mi estantería se convirtió en un auténtico paraíso sexual, comencé a usar prendas provocativas y dejé a un lado mi ropa insípida y anticuada, las películas pornogríficas tomaron el control del espacio de almacenamiento de mi celular, tenía alrededor de veinte carpetas y cada una de ellas contenía un aproximado de cuarenta películas, gracias a esta industria fue que viví y conocí en primera persona a la masturbación. Al principio lo realizaba un par de veces a la semana, pero mientras más lo hacía mayor eran las ganas de practicarlo más veces seguidas, hasta el punto que tres sesiones al dia me parecían insuficientes. En un abrir y cerrar de ojos ya me encontraba en la universidad, mis hormonas estaban más revolucionadas que nunca y tuve mi primera relación sexual, se notaba la inexperiencia de ambas partes, ahí me di cuenta de la gran diferencia que existe entre la pornografía y la vida real. Comencé a frecuentar los Sex Shop y solo fue cuestión de tiempo para convertirme en clienta fija. Me volví adicta a los juguetes sexuales, mis cajones ya no tenían suficiente espacio para guardarlos, tuve que comprar una estantería única y exclusivamente para ellos, gasté una fortuna, pero cada centavo que pagué valió la pena. No me costó mucho trabajo adaptarme a mi nueva etapa universitaria, sobre todo a sus fiestas, al inicio no iba tan seguido, hasta que ir cada fin de semana se convirtió en una religión. La mayoría de los bares que frecuentaba se encontraban llenos de hombres, su nivel de testosterona, que estaba por las nubes, y mis vestuarios tan sensuales y provocativos resultaron ser una perligrosa combinación. Era la primera vez que tenía sexo en un baño público, pero sobre todo era la primera vez que lo hacía con una persona desconocida. No sentí ningún tipo de arrepentimiento, todo lo contrario, mi cuerpo pedía más; con el tiempo aumentaba el número de personas con las que tenía relaciones sexuales, comencé por dos o tres cada semana, hasta que se convirtió en tres o cuatro en un mismo día. No tenía control sobre mí, empecé a participar en tríos, orgías, y aun así me parecía poco, necesitaba más placer, más deleite, hasta el punto de que las largas madrugadas de estudio se transformaron en horas de lujuria. El primer mes me había acostado con doce hombres, al siguiente con ochenta. El sexo se volvió el eje central de mi vida, empecé a suspender asignaturas, faltar a clases y terminé abandonando la carrera. Los años pasaron, pude encontrar varios empleos temporales que me ayudaban a sobrevivir, mis deseos sexuales compulsivos no habían cesado, de hecho cada día que pasaba estaban en aumento. Estaba tomando una ducha cuando de repente sentí un intenso picor en la vagina, cuando examiné, tenía varias llagas y una extraña secreción de color amarillo, el miedo se apoderó de mí, fui de inmediato al ginecólogo, me hicieron varias pruebas y di positivo a una enfermedad de transmisión sexual llamada Sífilis. En ese momento me di cuenta de todos los errores que había cometido en el pasado, sabía que no podía continuar con aquella vida de sexo salvaje a la que estaba acostumbrada, pues mi salud estaba primero que el placer. Ingresé por voluntad propia en el CEPSIM (un centro donde ayudan a personas con ese tipo de problema), en Madrid me diagnosticaron que sufría de ninfomanía y automáticamente me prepararon un tratamiento que debía seguir al pie de la letra. Las primeras semanas fueron muy difíciles, incluso presenté el síndrome de abstinencia en el primer período de prueba. Mi psicólogo, el doctor Harry James, puso todo su emepeño y dedicación para poder alcanzar la victoria en esta dura batalla, también le debo agradecer a mi futuro esposo, escucharon bien, mi futuro esposo. Se llama Manuelle, lo conocí en esta misma clínica, desde que lo vi por primera vez sentí que era una persona muy especial y cuando tuve la oportunidad de hablar con él, sentí las células del amor brotando por mi piel. Al principio era tímido, no me quería comentar nada de su pasado, ni mucho menos el motivo por el cúal se encontraba en el centro, pero con el pasar de los días nos acercamos cada vez más, hasta que me confesó que practicaba el sadomasoquismo y que en una de sus sesiones perdió el control e hirió a una mujer, tuvo graves lesiones por lo que fue internada en un hospital y después de esa experiencia no fue capaz de volver a mantener ningún tipo de contacto sexual, o como los doctores lo llamaron: sufrió de Estrés Postraumático. Al principio me sorprendieron sus inusuales prácticas eróticas, pero eso no fue un impediemento para comenzar una romántica historia de amor. A las dos semanas me pidió matrimonio, pensarán que es una locura, pero qué es el amor sino la mayor locura de todas.
Después de dos semanas más de esfuerzo y sacrificio mi doctor me ha dado la excelente noticia de que estoy perfectamente rehabilitada y capacitada para retomar mi vida, aquel centro se ha convertido en nuestra segunda casa, por lo que hemos decidido ayudar a sus pacientes contando nuestras vivencias para que logren superar sus obstáculos. Por primera vez siento que lo tengo todo: un esposo maravilloso a mi lado, el cual con ayuda de los especialistas pudo salir adelante y se recuperó de aquel trauma de su pasado, un trabajo estable, una vida tranquila y saludable, he podido combatir no solo un adicción, sino una enfermedad, una enfermedad que me ayudó a abrir los ojos... y esta es mi historia... la historia de mi más grande adicción.
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Cuentos para unos cuantos
Historia CortaCuentos para unos cuantos es una recopilación de todo tipo de historias disponibles solamente para un público adulto. Disfruta de personajes extravagantes y divertidos, de historias macabras y pásala bien. AppleTree Editorial Team