El monumento de la plaza de León

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Aunque me pregunten sobre mí, no tengo un nombre que dar, pues no soy más que una roca finamente tallada, que muestra la imagen de una mujer de cabello corto y vestido blanco abombado, que ahora habita en el centro de la plaza de un pequeño pueblo, con un miedo irracional a todo aquel que baje de un auto negro, y sin más entretenimiento que el de ver a la gente pasar, admirar y seguir su camino; aunque no siempre ha sido así. Una vez tuve un nombre, un género, sentimientos y todo lo que conlleva humanidad, aunque desearía poder borrar esos recuerdos que son lo único que conservo de aquel martirio.

Mi condena comenzó cuando tenía 12 años. Cierto día saliendo de la escuela un auto negro frenó con tosquedad a mi lado, seguidamente bajaron dos hombres que sin darme tiempo a parpadear me sujetaron y me inyectaron algo en el cuello. Lo siguiente que recuerdo es despertar con un mareo inmenso en una habitación diminuta llena de humedad, donde se encontraban otras 15 niñas encadenadas como perros.

Estuve ahí mucho tiempo sin tener noción del mismo, no paraba de llorar, extrañaba a mi familia y tenía mucho miedo, hasta que ella se acercó con esa ligera sonrisa cordial. Era la niña que más tiempo llevaba ahí y varios años mayor que yo, Lidia era su nombre. Estuvimos conversando mucho, me habló de su vida anterior, de su decisión de escaparse y me hizo sentir un poco más tranquila o simplemente distraerme de mi tristeza.

Seguía pasando el tiempo y entraban y salían niñas de aquel lugar, llegó un momento en que de todas las que vi cuando llegué solo quedábamos Lidia y yo. Me daba miedo lo que podría pasarnos después de salir de ahí, pero ella siempre estaba con esa sonrisa cordial para calmarme, no había tenido una amiga hasta que la conocí.

Como siempre supe en el fondo que sucedería, un día ocurrió lo inevitable. Entró uno de los matones que se habían estado llevando a las niñas y fue a Lidia a quien desencadenó esta vez. Rogué, lloré, supliqué que me llevara a mí, que la dejase a ella, pero la única respuesta a mis súplicas fue que el cliente la había escogido a ella y que pronto tendría un nuevo amo.

Así fue como se llevaron a quien fue mi única gota de felicidad en toda esa desesperación. No soporté aquel dolor y dejé de comer, de hablar, de moverme, de vivir. Tras varios días así mis latidos se habían hecho tan lentos que apenas podía sentir mi corazón al poner la mano en mi pecho, lo mismo pasaba con mi respiración, tomaba sin ganas el poco oxígeno que mi cuerpo involuntariamente aspiraba. Al encontrarme en ese estado uno de los matones, lo primero que hizo fue colocar dos dedos en mi cuello, haciendo poca presión, no parecía tener ningún conocimiento médico.

—No tiene pulso —gritó y en consecuencia llegó otro hombre con un espejo en la mano que colocó debajo de mi nariz. Aguanté casi un minuto sin respirar ni parpadear ya que veía aquello como la única posibilidad de salir de aquel lugar. Luego de esto uno de los matones me cargó hasta el maletero de un auto negro, el cual fue mi primer recuerdo al entrar y el último al salir.

Estuve mucho tiempo soportando los baches del camino sin emitir quejido alguno. El vehículo se detuvo y se apoderó de mí una combinación inquietante de alivio e incertidumbre. Por fin abrieron el maletero para arrojarme bruscamente al suelo de tierra fina y clara, y junto a mí comenzaron a cavar. Una voz conocida se escuchó adentro del auto y acto seguido bajó de él una muchacha hermosa de pelo corto y aspecto muy pulcro con un vestido blanco que parecía de princesita. No lo podía creer. ¡Era Lidia! Aprovechó el descuido de los guardias para bajar del carro y echar a correr. Esa chica delgada podía ser mucho más rápida que esos hombres corpulentos, pero no lo fue más que la bala que la alcanzó por la espalda terminando con su vida.

—¡¿Pero tú eres imbécil?! —gritó uno de los hombres.

— ¿Cómo la vas a matar? ¿Ahora qué le decimos al cliente?

—Tranquilízate, solo tenemos que regresar, buscamos otra, la arreglamos para que se le parezca y problema resuelto. Cuando viremos nos ocupamos de los cuerpos, total, no hay persona que visite este lugar —le respondió el segundo justo antes de salir de la escena a toda velocidad.

Me mantuve paralizada unos minutos hasta que me di cuenta de que todo lo que había pasado era real. Mi única amiga acababa de ser asesinada justo delante de mí y no podía hacer nada, abracé su cadáver y lloré recordando la esperanza de libertad que me dio el haberla conocido. Me hubiese quedado ahí hasta poder acompañarla en la otra vida, pero existía la posibilidad de que nuestros captores regresaran y yo no quería volver al inicio. Con la poca fuerza que me quedaba arrastré su cuerpo y lo enterré en la tumba que habían cavado para mí. Comencé a caminar, sin rumbo y sin ganas con el único objetivo de alejarme de ahí. Avanzaba con pasos lentos, me pesaba todo el cuerpo, estaba cubierta de la sangre de mi amiga y de todo el polvo entre marrón claro y grisáceo que era lo único que encontraba en mi avance.

La tarde se hizo noche y la noche se hizo día. Avanzaba con una lentitud constante y una respiración ligera. Podía sentir como se iba perdiendo en mí todo rastro de aquello que llamaban humanidad.

Al amanecer fue cuando vi el primer rastro de civilización. Era un cartel con la frase "Bienvenido a León". Con mis gestos dóciles y con tanto polvo encima que apenas se notaba mi piel, me quedé observando el cartel unos minutos hasta que me hizo entrar en razón el sonido de una moneda contra el suelo. La había arrojado un niño y en cambio le regalé un saludo, me sonrió y se fue gritando.

—¡Mira mamá hay una estatua viviente en la plaza!

En ese momento supe a qué me iba a dedicar.

Ya hace 5 años de eso, hoy salgo a la plaza como cada mañana a cumplir con mi labor y ganar dinero para la renta y la comida. El proceso es siempre el mismo. Suena una moneda contra en plato de arcilla, miro a quien la ofreció, saludo con la mano y muestro una falsa sonrisa cordial que solo se hace genuina cuando bajo la mirada y leo una vez más la tarja que yo misma fabriqué:
"Monumento de la esperanza en honor a Lidia Jiménez".

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