Tengo tres manías. Una es esperar el amanecer pacientemente para observar cómo el sol, pese a estar toda una noche sin actividad, toma esa fuerza interna que le caracteriza para levantarse y enseñarnos una lección de vida.
Aquella vez que viví cerca de Central Park pude comprender por fin el dolor. Ese que crece dentro de ti hasta que te consume por completo, y no te deja apartar la mirada hacia otra parte porque sabes que estará ahí para acecharte. Por esos tiempos figuraba como una muchacha desordenada hasta el último punto. De hecho, iba a la preparatoria con mi cabello rojizo rizado que me caracteriza, sin peinar. Muchas podrían ser las jóvenes que se pasarían horas frente al espejo, pero deberías dar por sentado que yo no sería una de ellas. Y debido a todos estos factores, los demás siempre veían en mí algo más que lo que era, pero eso no importa ahora, por más razón que pudieran tener. Esa mañana, especialmente esa, anudé mis botas cortas marrones que se correspondían en color con el de la saya de mi uniforme, y bajé las escaleras tan rápido como pude. Tomé la tostada encima de la mesa con mi boca ya que iba tarde y despedí a mi madre, sin percatarme de que habían caído unas cuantas migajas en mi camisa blanca. Sin embargo, la felicidad acabaría allí.— Eleonor, necesito un favor.
— ¿Ahora qué? —exclamé con los ojos puestos en el techo.
— Hoy no irás a la escuela, debes cuidar a tu hermanito pequeño. No lo habías olvidado, ¿cierto?
Oh cierto, mi hermano Israel, esa bola de masa de apenas cinco meses, con un par de brazos y patas a juego, digo, pies. Se me había borrado por completo de la cabeza. Retrocedí con una cara que pareciera que venderían la casa, mi madre debería haberse dado cuenta. Mientras me explicó las instrucciones, solo podía pensar en Adam, el motivo por el cual ese era un día tan importante. Resulta que es miembro de la banda de la escuela y toca muy bien la guitarra, y desde un primer momento se vio interesado por mis pecas, así que le correspondí y acepté conocerlo, y sí, nuestra cita iba a ser ese día, justo en el receso escolar. Después de varios minutos divagando en mis perversos pensamientos solo pude escuchar la puerta cerrándose y un <<Espero que todo vaya bien>> tras ese sonido. Pasé el resto de la mañana viendo películas y series como de costumbre en mi cuarto, y de vez en cuando le daba una vuelta al pequeño. Pudiera ser fastidioso, pero siempre me había encantado la idea de joder a algún miembro de mi familia cuando creciera, y no iba a dejar pasar aquella oportunidad. Aunque nunca pensé que ocurriría de aquella forma.
Acercándose las cuatro de la tarde recibí un mensaje en mi celular mientras terminaba de bañar a Israel. No lo atendí porque sabía que debía terminar eso primero. Pero me pudo más la curiosidad, lo dejé solo un momento corto y me retiré. Era una llamada de Adam, para encontrarnos en una cafetería cercana a la escuela. No lo pensé más y cuando me miré al espejo, ya todas mis gangarrias estaban colocadas en orden. Luego de una amplia velada en la cual una rebanada de pizza se me escabulló de entre mis manos y cayó al piso, todo transcurrió con total tranquilidad. Digo, hasta que llegué a mi vecindario y encontré tres coches de policía en fila justo en la entrada de nuestro hogar. Ahí fue cuando comprendí todo, y sin más, mi bolso cayó justo al mismo tiempo que mi sonrisa. No sabía si podría despertarme al día siguiente con la misma fuerza.***
Tengo tres manías. Una es coleccionar hojas que caen de los árboles para poder analizar cómo es que el viento es capaz de llevarlas de un lado a otro, en cuestión de segundos.
Pasaron meses desde lo ocurrido en mi antigua casa, por lo que decidí mudarme hacia otra ciudad con mi mamá, después de haber asistido juntas a varias terapias de familia. Ella pensó en varias ocasiones que un cambio de entorno y de escuela traería algo más a mi vida que solo tristeza y decepción. Tenía razón, puesto que con ello dejé atrás mi sentimiento de culpa, mi fallida relación de amor y los ojos que tenía encima de mí por parte de las demás personas.
Sin más que agregar además de jornadas de estudio con nuevos compañeros y uno que otro amigo de cafés en las tardes, comencé la universidad. Mi nueva compañera de cuarto llamada Loomie se veía algo excéntrica, tenía varios piercings y tatuajes por todo el cuerpo, algo que me llamaba verdaderamente la atención. Una tarde luego de materias como Filosofía e Historia, nos retiramos a nuestra habitación como era de esperarse. Se notaba un poco cabizbaja, así que le pregunté qué le ocurría.— Un grupo de antiguos amigos querían que me uniera a ellos.
— ¿Unirte? ¿En qué sentido? —pregunté algo confundida.
— ¿En serio?, no jodas que no sabes. No sé si inyectarme todavía o esperar un poco más.
Loomie había tenido un pasado un poco frágil y con poca suerte a decir verdad. Había caído en las drogas, su madre había vendido a sus hermanos en una subasta secreta en la Deep Web con tal de conseguir algo de pasta para sus cargamentos, su padre estaba en la cárcel por intentar acuchillar a otro hombre en una disputa. Todo eso provino de varias noches en vela en las que jurábamos burlarnos de nuestros fracasos con los chicos, y una cosa llevó a la otra, así sin más. No quería que acabara como su progenitora, así que accedí a probar yo primero. Dolía un poco, sobre todo lo que más me molestaba era la presión que ejercía la aguja en mi brazo derecho, pero no me importaba en lo absoluto.
— Eres valiente, chica.
Entendí esa referencia, y con una sonrisa en mi rostro la convencí de que lo dejara, aguantando el lugar del pinchazo con mi brazo contrario. Ella estuvo relajada por un momento, hasta que de un lugar a otro comenzó a correr sin rumbo fijo. Intenté seguirla pero fue en vano. Veía como subía las escaleras con gran impulso. A veces miraba hacia atrás, no sabía si sería para que la siguiera, aunque con mi condición actual lo que más podía hacer era tambalearme. Llegamos a la azotea, ella delante de mí por supuesto, y parada en el borde del último piso me dijo:
— Te mentí, frutita. Solo quiero unirme a su secta y dejar que el diablo purifique mi alma. Había estado en duda, pero gracias a ti comprendí la mierda que son los humanos.
Acto seguido saltó, dejándome con el vacío por dentro y cayendo inconscientemente. Ya entiendo el porqué de su tatuaje de calavera, ese que nunca quiso explicarme su significado. Una hoja de arce cayó en mi rostro al mismo tiempo que sentía como el cráneo de Loomie se impactaba contra el concreto.
***
Tengo tres manías. Una es acariciar gatos que hacen de este mundo algo más adorable de lo que realmente es.
— ¿Cree que funcionará la terapia con animales?
— La verdad no sé, doctor, fue un gatito callejero que rescató luego de su primer incidente y lo trajo a casa. Debería ser muy importante para ella. Pobre, ha pasado por mucho.
Solo lograba distinguir la silueta de alguien mayor, igual a la de mi mamá. Un tipejo alto y con una bata larga blanca le estaba diciendo cosas muy raras y no me dejaba caminar, tenía que estar en reposo. Todo eso lo observaba desde mi camilla blanca, con paredes de igual color y mi ropaje rosado, típico del centro. Solo restaba deshacerme de los sueros para poder completar mi escape, algo que Fluffy evitaba día tras día al dormirse en mi regazo. Así que pensaba que sería mejor intentarlo al siguiente, ya que tal vez no estaría junto a mí ya que moriría por algo que hubiera hecho y no sería capaz de recordar el qué. Con un poco de sueño y acurrucada con mi mascota, caí profundamente dormida.
Tengo tres manías: una es olvidar mis prioridades por alguna situación que me surja, otra es ayudar a los demás a avanzar por el mal camino, y la última es pensar que algún día todo será como antes. O al menos eso creo. ¿Qué opinas tú, merece la pena arriesgarse por lograr objetivos propios?
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Cuentos para unos cuantos
Historia CortaCuentos para unos cuantos es una recopilación de todo tipo de historias disponibles solamente para un público adulto. Disfruta de personajes extravagantes y divertidos, de historias macabras y pásala bien. AppleTree Editorial Team