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La guerra después de cuatro años había terminado yo ya tenía 10 años de edad, aunque la falta de comida era inminente, me di cuenta que los muggles son despreciables en muchas formas, su egoísmo no tiene precedentes, son unas bestias para la guerra.

Un día mientras acompañaba a una de las monjas del templo a conseguir comida a un albergue, me perdí. Mientras caminaba por un callejón un hombre muy particular apareció de pie frente a mi.
Distintivo como a nadie que haya visto antes, cabello blanco aunque tenía apariencia muy joven y sus ojos azules y ropa elegante, casi no lo reconozco y en el callejón solo estábamos nosotros.

—¿Aria McCann? —preguntó.
No respondí y me mantuve totalmente impasible. Estuvimos unos segundos en los que nadie se movió luego él comenzó a acercarse a mi hasta agacharse frente a mi rostro.

— Aria McCann —dijo ahora con afirmación —esa ligera diferencia de color entre tus ojos me recuerdan a tu abuelo.

—Grindelwald —afirme viéndolo a los ojos, en realidad no me incomodaba, una pequeña sonrisa salió de mis labios.

—Veo que aún me recuerdas, estabas pequeña cuando me fui —hizo una mueca en forma de sonrisa.

—Es obvio que me acuerdo de ti aún...

—Vámonos...

Él me extendió su mano y la tomé sin duda. Hicimos una aparición en un puerto de barcos. Se volvió a agachar frente a mi.

—Iras a Irlanda en este barco y alguien te recogerá allá — yo sentía el gran malestar en el estómago por la aparición y él me tendió un boleto para subir al barco —nos volveremos a encontrar —por consiguiente desapareció.

Subí al barco, tenía un boleto en mano y le mentí al marinero de la entrada que mi madre estaba dentro del barco, llegué a mi camarote y me acosté.

Durante el trayecto dormí la mayor parte del día, supongo que Grindelwald pagó el otro boleto ya que nadie tomó la cama de a lado, eso estuvo bien.

Cuando llegué al puerto camine entre los adultos que trataban de bajar también. Cuando llegué a la plataforma del puerto me mantuve quieta y observaba a todos para buscar a alguien conocido, hasta que una voz comenzó a llamarme. Logré ver a una señora viendo a todas direcciones gritando mi nombre.

—¡¿Aria?!, ¡¿Aria?!— la reconocí desde que la vi, era mi nana, me levanté con desesperación y corrí hacia ella.

—Nana— dije con una voz queda por el nudo en mi garganta.

—¡Mi niña!— casi gritó y por consiguiente me abrazó con fuerza, ahí no lo soporté más y rompí a llorar entre sus brazos.

La tetera me sirvió mi tercera taza de té, narrar y recordar todo eso me dejaba en totalidad sedienta.

—Aún recuerdo ese día, ¡Dios!, el alivio que sentí cuando te vi, estabas tan delgada y descuidada —sobre la mesa tomó mi mano y voltee a ver su rostro, sus ojos estaban aguados por las lágrimas.

—Yo sentí que volví a la vida cuando te vi nana—le sonreí de manera genuina. Aunque ésta desapareció con rapidez —Pero la misma me fue arrebatada cuando puse un pie en esta casa...— no pude evitar soltar con odio.

Cuando volvía a casa con mi nana, me sentía la persona más feliz del mundo, volvía con las personas que amaba, me sentiría en casa de nuevo.

Almas Excepcionales  × Newt Scamander ×Donde viven las historias. Descúbrelo ahora