La casita donde todos fingen amarse.

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Recuerdo cuando era pequeña y no entendía nada del mundo de los adultos, solamente veía amor, una mesa servida y risas. Risas por compromiso, pero en ese momento yo no lo sabía. Ahora que he crecido tal vez no entiendo muchas cosas, no sé si cambio o siempre fue así.

No es de sabios decir "los tiempos de antes eran mejores", no tenía ni la edad para asegurar que así fue.

Dos hermanos que se odian sin motivos, otros tres que discuten por una herencia de una madre que aún no muere, comparaciones entre familias, si mi hija se embarazó antes de los 20, o si la tuya aún no encuentra trabajo. Una competencia entre quien tuvo más logros, más fracasos, quien tiene el mejor hijo, el mejor sueldo, la mejor casa.

Cuestionan por qué sigue soltero, por qué aún no tienes hijos, o por qué piensas volver a casarte, por qué te vistes así, por qué hablas así, por qué elegiste tal decisión, por qué te ves diferente, por qué no comes, por qué no luces como chica, por qué dicen que te gustan los chicos.

Este año quise ausentarme, no quería jugar a la casita donde todos fingen amarse, lejos de llenarme el corazón termino sintiéndome vacía, desleal conmigo misma, pues no puedo seguir abrazando a quien lejos de desearme todo lo bueno espera verme caer para sentirse mejor.

No existe familia perfecta, nadie te dice como serlo, pero esto, esto es otra cosa.


Textos de Gilraen Eärfalas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora