𝑷𝒓𝒆𝒇𝒂𝒄𝒊𝒐

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Un día una oveja negra salió a jugar, pero lo que de verdad pretendía, era con con el mundo acabar.

3 años atrás...

No somos dueños de nuestras propias decisiones. Aún no. Pero las consecuencias de ellas intentan aplastarnos con cada paso que damos.

El olor a sangre y alcohol etílico es algo a lo que mi nariz no se termina de adaptar, arde mientras sigo inhalando el aire contaminado. El frío me hace tiritar colándose hasta lo más profundo, mezclándose con el temor.

Escucho sus pasos detrás de mi pero mi vista no se despega del frente. De el hombre que lleva puesto un bozal de cuero y cadenas oxidadas lo sujetan a una silla. Los ojos ruegan por la clemencia que no puede suplicar verbalmente. Gotas de orina caen desde sus pantalones directo al suelo. Puedo percibir su pánico y miedo.

Siento como su pecho se pega a mi espalda y su respiración un tanto errática golpea justo en mi oreja. Muerdo mi labio para que pare de temblar.

—No, no, ya no quí-quiero —logro decir mientras niego y me doy media vuelta, chocando con su pecho.

Sus manos duras toman mi brazo apretándolo y sus ojos se clavan en los míos.

—Basta, esto es lo que hay que hacer, ¿No era lo que querías? —niego frenéticamente pero sus palabras se sienten definitivas, acaba de dejarme sin salidas.— Ahora lo haremos y punto —su voz inflexible y en el fondo insistente.

Me vuelve a voltear hacia el frente y respiro hondo sin poder dejar de temblar, se siente como si el alma me tiritara de miedo y frío.

Él estira sus brazos por abajo de los míos y mis ojos detallan como sus manos toman con firmeza el revolver  apuntando directo a la cabeza del tipo, quien no deja de moverse provocando que las cadenas que lo sostienen choquen entre sí.

El constante ruido metalico tan brusco me eriza los vellos de los brazos y la nuca, haciendome girar inconscientemente la cabeza hacia el costado y fruncir el ceño por la molestia. Odio sentir miedo, pero a la vez, me genera una adrenalina que no podría admitir en voz alta, no sin ser juzgada, pero la persona detrás mío no lo hace.

Estiro mis brazos al igual que él y coloco mis frías manos sobre la suyas, cálidas, en el agarre del arma. Mi dedo helado sobre el suyo que esta curvado tocando el gatillo.

Dicen que los mellizos pueden sentir las mismas emociones si éstas son fuertes. No sé si nosotros lo somos del todo, si somos puros o bastardos como todos nos llaman, pero estoy segura de que somos capaces de sentir la sangre del otro como si fuese la nuestra corriendo por nuestras venas.

La necesidad de tenernos. Hay algo de el otro en cada uno de nosotros.

Nunca en mi vida hice algo tan fuerte como lo que estoy a punto de hacer ahora. Nunca volveré a ser la misma.

Trago mis sollozos.

—Para de temblar —me ordena con la voz ruda— No tengas miedo o fallarás.

Respiro hondo sintiendo que me ahogo, mantengo el aire atrapado en mis pulmones y cierro los ojos apretando los parpados. Siento el cuerpo cada vez mas calido, como si me estuviese prendiendo fuego por dentro. Las gotas resbalan por mis mejillas y saboreo su sabor salado cuando el ruido de las cadenas de metal se desvanece, justo en el momento en el que mi dedo hace presión sobre el suyo, inerte, sin previo aviso, jalando el gatillo e inundando la habitación con un efímero ruido ensordecedor. Un escalofrío me recorre la espina dorsal y termino sintiendo mis rodillas débiles, como si toda mi sangre se hubiese drenado.

El corazón de él late desbocado contra sus costillas y repercute en mi espalda, sincronizado a los latidos desesperados del mío.

Abro mis ojos recien cuando me volteo, mi cuerpo se desploma en sus brazos y el revolver cae al suelo cuando él me rodea con los suyos, tan fuerte que me quita el aire de los pulmones y las puntas de mis dedos se vuelven aún más frías. No siento ganas de llorar, no siento miedo, solo siento sus latidos en mi oído mientras tiemblo descontroladamente al borde de la convulsión y los dientes me castanean. Mi mente está lejos.

Todos deben estar buscando en donde estamos. Tenemos prohibido estar aquí y hemos desaparecido de la casa.

Para mi siempre será un misterio su amor incondicional incluso cuando ni siquiera yo misma logro amarme así. Pero es recíproco.

Miro por arriba de su hombro, separando mi nariz de la tela que cubre su hombro para oler la pólvora y la sangre.

No puedo volver atrás.

Nuestra inocencia siendo corrompida al mismo tiempo.

O tal vez solo la mía. Cierro los ojos esperando que no sea así.

Esperando que este no sea otro de sus retorcidos juegos sucios para convertirme en una escoria, manchando mis manos, pero siendo tan débil, que también debe manchar las suyas.

siamo uno, sorella —«somos uno, hermana» susurra en mi oído.

Me ama con la misma intensidad con la que me odia.

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Muchísimas gracias si leíste este prólogo, te dejo con la historia ❤️




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