(EN PROCESO)
De la sangre, el honor y los secretos nacen los descendientes de la mafia siciliana. De la sangre, el honor y los secretos nace Lionetta Accardi, la hija de una de las familias en la Cosa Nostra de Italia.
Su mente cínica es como un dia...
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Sicilia, Palermo.
Lionetta Accardi
La vida no es tan dura cuando cargas una semiautomática contigo.
Debe ser por eso que los sicarios de papá detrás de mí se ríen de la situación, una situación que me estoy tomando muy en serio.
Mi teléfono suena y vibra dentro de mi bolso, pero decido ignorarlo. Cosa que claramente molesta tanto al hombre sentado frente a mi como a la persona que llama, porque lo noto apretar su mandíbula.
—¿No atenderá? —pregunta con un tono de nerviosismo.
—no, no suelo dejar que me interrumpan mientras hago mi trabajo —contesto entrelazando mis manos sobre mi regazo.
Estoy con este sujeto hace más de media ahora aquí, mis antepasados estarían decepcionados de mis formas de extorsión. El máximo para despedirse debería ser de 15 minutos.
—preguntare nuevamente —procedo a hablar luego de un suspiro, inclinando mi cuerpo sobre la mesa que nos separa— ¿me darás la información que solicité?
—n-no la tengo —puedo ver la frente del tipo perlada por el sudor— prometo que la conseguiré.
Estúpido.
—pero eso lo vienes prometiendo hace tres semanas —junto mis cejas—, el tiempo es oro blanco y diamantes.
La paciencia es una virtud que aplico a reducidas personas y situaciones, y la poca que tengo disponible ahora ya la perdí, así que procedo a apoyar mis manos sobre la mesa omitiendo un estruendoso sonido y levantarme abruptamente.
Frustrada por la incompetencia.
Nerian, que está parado detrás del sujeto, avanza algunos pasos hacía delante luego de estremecerse, algo que me causa tanto satisfacción como repulsión, porque debería ser más duro que eso. Sin embargo, los otros tipos de seguridad y los tres sicarios en el pub cuchichean por lo bajo y esconden sonrisas burlonas.
—encárgate —ordeno mirándolo fijamente.
Podría hacer que se encargue de ellos también.
Él asiente, el hombre comienza a rogar y a pedir piedad. En otro momento probablemente yo también hubiera supervisado el trabajo sucio, pero hoy no tenía tiempo. A pesar de que mi cuerpo casi tiembla por la adrenalina que me produce este primer encargo, no me quedó de otra que irme del lugar.