Pasaron unos cuantos años, Waitabo estaba teniendo un crecimiento espectacular y se estaba convirtiendo en una nueva ciudad, una ciudad avanzada en tecnología e infraestructura.
Jacob no quiso irse de la “santa María de los pobres”, pues para él era como su hogar y no quería cambiar de sitio. Los superiores le habían propuesto ir a vivir a otra ciudad del país, o a la capital, para que tuviese un mejor lugar en la iglesia, pero él rechazó todo esto.
La gente estaba feliz con él, y con los nuevos sacerdotes que habían sido enviados a ocupar los puestos de los que habían muerto, o desaparecido, en el caso de Jhonatan. Pero la historia había quedado marcada, algunas historias no se podían olvidar, y había algunas personas que no estaban felices a pesar de la paz que había en la ciudad.
Años antes, cuando Jacob llegó a la catedral, siendo un niño aún, conoció la brutalidad del castigo en aquel lugar conocido como “el santo purificador”, donde aquella monja lo maltrató por una simple equivocación. Dicha monja, llamada Alison, era en ese momento una de las principales monjas de todo el país, no solo de Waitabo.
Alison se aprovechaba de esto para ser cruel con los niños y jóvenes que había en la catedral, pues lo que nadie sabía era que ella era una de las pocas personas que no creía en la religión. Era común que la mayoría de los de alto rango en la iglesia fueran abusivos, y no respetaran nada de lo que predicaban, pero al fin de cuentas creían en un dios. Ella no, ella solo disfrutaba del poder.
Sin embargo, y a pesar de todo esto, ella se sentía orgullosa cuando formaba los muchachos y muchachas como personas obedientes y sumisas, con el menor número de imperfecciones posible, con actitud cuidadosa y piadosa como ameritaba el lugar. Era una mujer extraña, loca si se le quiere llamar así.
Alison era nacida en Xidra, la ciudad capital del país. Había vivido allí hasta que tuvo catorce años, y fue enviada a Waitabo a formarse como monja en la catedral de “San Pedro de Silicio”. Cuando llegó a su nuevo hogar vivió las cosas que le hicieron perder la fe.
Fue violada cantidad de veces por el sacerdote que en ese momento estaba a cargo de la catedral, e incluso en una ocasión entre dos sacerdotes abusaron de ella. Ella, sin embargo, nunca se levantó en contra de esos hombres. Vivió con ese dolor y lo expresó maltratando a otros jóvenes y niños, entregándolos a merced de los sacerdotes más crueles que pasaron por la ciudad.
Ella conoció a Dann cuando ambos eran jóvenes, pues él estaba en la misma catedral donde se encontraba ella. Dann era como su hermano menor, ella siempre lo había cuidado, trataba de atenderle siempre y era el único con quien ella era amable. Por esta razón, la muerte de Dann le afectó demasiado.
Unos meses después de que Jacob llegara a la catedral de la “santa María de los pobres”, Alison fue enviada de nuevo por parte del consejo superior a la ciudad de Acuña, y allí se enteró por medio de cartas de la muerte de Dann.
En ese momento en que se enteró lloró amargamente, y lloró durante una semana hasta que tomó la decisión de huir de nuevo hacia Waitabo. Nadie supo en Acuña lo que pasó, simplemente desapareció un día y no regresó nunca más. El sacerdote a cargo de ella mandó cartas para preguntar si la habían visto, pero todas las respuestas eran negativas, nadie sabía de ella.
Jacob había odiado a esta mujer con el alma, pero ella se fue antes del momento en que él tomó el poder, así que no pudo vengarse de ella. Ella, por el contrario, estaba orgullosa de que un joven que ella había reprendido y enseñado estuviera en tan alto rango, teniendo en cuenta su edad.
Alison se escondió como una mujer normal, una más del montón, en el barrio de Azanoria, al otro lado de Waitabo, muy lejos de donde estaba Jacob.
Ahí conoció a mucha gente, se convirtió en una persona muy querida. Lastimosamente durante la guerra que se había iniciado, fue víctima de uno de los soldados que iban por las casas matando gente. Murió por su actitud “rebelde”, ya que en su casa faltaba lo que en todas las casas de la ciudad debía haber, señales de que se pertenecía a la iglesia mayoritaria. Al final del día su condenación fue esta, no creer en el nombre de aquel dios.
También en Waitabo había un hombre herido que no podía aceptar la paz, pues había perdido lo que más amaba. El carnicero, esposo de July, estaba destrozado, sin saber lo que había ocurrido con su mujer, pero sintiendo esa certeza amarga de que ella nunca iba a volver. Era para él una tortura tener que aguantar la ira, sin saber la razón de la desaparición de su esposa.
Sus hijos preguntaban tristes por el regreso de July, y él con lágrimas en los ojos debía tratar de consolarlos.
Este hombre, Federico Pabón, era una de las personas más afectadas por todo lo que había ocurrido, y lo peor de todo es que a nadie parecía importarle. La gente prefiere olvidar los problemas y seguir adelante, mucho más si el problema no les afecta directamente. Él era el único afectado por la muerte de su esposa, porque incluso sus hijos empezaban a asimilar la ausencia de ella y restarle importancia.
Como estos, también había otros casos de afectados en Waitabo, que podían ser inocentes o no, pero que, en la idea principal de la guerra, no debieron ser afectados.
Merad Ilibutazar, por ejemplo, era un hombre que se dedicaba a la venta de frutas y verduras en la plaza principal del barrio de Las Marianas, y en medio de la guerra fue víctima de uno de los soldados. La razón fue su actitud defensiva, pues cuando el militar entró a su casa, él trató de sacarlo de manera airada, pues escondía secretos vergonzosos allí.
Dichos secretos no tenían nada que ver con la guerra, pero sí que representaban un peligro para su vida en aquel tiempo. Él era un homosexual que hacía favores sexuales en su casa a otros hombres, vistiéndose de ropas indebidas que él mismo había fabricado y que estaban evidentemente fuera de lo comúnmente conocido como masculinidad.
Era tanto el repudio que había hacia dichos comportamientos o inclinaciones sexuales en esa época, que cuando el soldado vio lo que había dentro de su casa, junto a otros soldados, sacaron todo y lo llevaron a las afueras, y allí lo quemaron todo, incluyendo el cuerpo del hombre.
Pero en todas estas historias hay una en especial, que viene a ser la más importante de todas.
El señor Miller, padre de Jacob, guardaba un secreto que nadie sabía. Años atrás había sido visitado en su zapatería por un hombre bastante raro, un hombre anciano que iba vestido de ropas sucias y bastante desgastadas, que le pidió arreglar unos zapatos que estaban demasiado dañados. El hombre le pidió que hiciera su mejor trabajo para salvarlos, pues estos zapatos tenían un gran significado para él.
El señor Miller hizo cuanto pudo, y al final logró arreglar esos zapatos, aunque pensó que era bastante absurdo preocuparse por unos zapatos tan viejos. Al terminar su trabajo quiso cobrar, pero el hombre le dio una carta en lugar de dinero. La carta tenía dentro un mapa que llevaba justamente a una de las montañas de alrededor de Waitabo, y como el hombre se veía tan pobre, el señor Miller aceptó esto como pago. Nunca creyó en la carta, nunca investigó, nunca fue a donde le indicaba el mapa, y nunca supo lo que allí había.
No le contó a nadie sobre esto, pues le resultaba irrelevante, pero guardó la carta en un cofre que tenía reservado para guardar cosas valiosas e importantes. Todo esto ocurrió tres años antes de entregar a su hijo a la iglesia.
Esta historia tiene bastante importancia, ya que lo que esa carta tenía en su interior hubiera cambiado totalmente la historia de la familia Miller.
El señor Miller vivió pobre, lleno de hijos, con una esposa que compartía sus creencias y con una fe demasiado firme en aquel dios que se proclamaba en aquellos tiempos. Fue por eso último que ocurrió la separación con su hijo, pues la iglesia prohibía que alguien entregado a dios tuviera familia, ya que consideraban que su única familia era dios.
Jacob vio como su padre le dio la espalda tantas veces cuando lo entregó a la iglesia, y cada domingo en que se cruzaban prefería no saludarlo. Luego vio a su familia entre la multitud aceptarlo como el sacerdote cuando le llegó su momento.
Jacob perdió amor y respeto por su familia, y cuando iban a la catedral eran unos ciudadanos más, no tenían ya preferencias, solo eran personas y estaban bajo su autoridad.
La ciudad de Waitabo avanzaba, y para Jacob cada vez importaba menos el pasado, de cara a lo que parecía un futuro bastante prometedor para la ciudad. Él se sentía feliz del crecimiento de la ciudad, del bienestar de la gente, y del respeto y admiración que tenían hacia él. Era considerado un santo, y eso que aún era bastante joven.
Él era el principal sacerdote de la ciudad, y estos eran los nombres de los nuevos sacerdotes: Elías Zamorano, en la catedral de Las Marianas; Antonio Politano, en la catedral de Azulejo; Uriam Ramadézi, en la catedral de “san Pedro de Silicio”; Sebastián Rojiblanco, en la catedral de “La Misericordia”; Uriel Garza, en la catedral de Santonini; Arnold Stones, en la catedral de San Michael; y Dorian Jackson, en la catedral de Adobán.
Elías Zamorano era un hombre mayor, bastante alto y con cabello escaso; tez blanca, ojos verdes, nariz un poco puntiaguda, boca pequeña y de labios rosados. Nacido en Zapoyánari, ciudad que estaba ubicada a pocas horas de Waitabo. Era la primera vez que llegaba a la ciudad, por lo que nadie lo conocía, ni siquiera los otros sacerdotes.
Antonio Politano, por su parte, era un hombre adulto, moreno y con cabello castaño; era de una estatura mediana, bastante carismático y muy alegre; sus ojos eran negros y su boca escondía una sonrisa cautivadora, que lo hacían ser una tentación extraña para las mujeres que lograban verlo sonreír. Nacido en Granada Grande, había ido a Waitabo cuando era aún muy joven, pero esta era su primera vez en el barrio de Azulejo.
Uriam era uno de los más respetados sacerdotes en el país, pues era de los pocos que estaban autorizados para realizar exorcismos y otros actos sagrados exclusivos. Nacido en San Juan de Concora, un pueblo que estaba al borde de la desaparición debido a la minería ilegal y el deterioro de su suelo. Uriam era un hombre musculoso y barbado, con ojos negros y tez morena; cabello rizado y corto. Era un hombre bastante callado.
Sebastián Rojiblanco era blanco como la nieve, con cabello rubio y ojos azules; era bastante bajo y delgado. Había nacido en la ciudad de Granada Grande, pero se había criado en Swanjo, la ciudad más peligrosa del país. Parecía un hombre débil, pero tras esa apariencia casi tierna se escondía un hombre sínico y para nada misericordioso.
Uriel Garza, como un viejo brujo, tenía el cabello y la barba largos y blancos, según él, por una promesa que había hecho a los cielos. Era gordo y de estatura mediana, con unos ojos pequeños y de color avellana. Usaba una capa que lo hacía parecer un brujo, y era uno de los más misteriosos sacerdotes que existía en el país de Galiona. Nacido en Tendla, tenía apenas treinta años, pero parecía un viejo de avanzada edad.
Arnold también venía de Zapoyánari, y era la tercera vez que llegaba a la ciudad. Solía tener el cabello demasiado corto, aunque a veces lo dejaba crecer durante meses. Era un hombre alto y delgado, de piel canela y ojos color miel. Era el único de los nuevos que conocía a Sánchez.
Y, por último, Dorian Jackson. Nacido en Santa Mónica, pero criado en Swanjo. Alto y musculoso, con la cabeza siempre rapada y de piel color caoba; con ojos grises y unos labios oscuros, que lo hacían verse intimidante. Él era uno de los hombres más respetados y temidos, pues había sido uno de los sacerdotes que habían fomentado la caza de brujas y la tortura para los pecadores.
Estos eran los nuevos sacerdotes de la ciudad, y a pesar de sus diferentes formas de ser y sus historias un poco fuertes, se sujetaban a Jacob y mantenían la paz en la ciudad. Todo marchaba bien, por eso la ciudad estaba feliz.
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Los Santos De Waitabo
DiversosJacob es un chico nacido en Waitabo (la ciudad más grande del país de Granada), que tiene que enfrentar muchas adversidades en su vida, luego de ser involucrado en la jerarquía sacerdotal de la ciudad. El chico conocerá lo que es la pasión, pero tam...