Ahora, siendo sacerdote y teniendo autoridad, Jacob sentía que su plan comenzaba a dar frutos y se hacía realidad. Era hora de comenzar a disfrutar de su poder.
En nombre de la cruz y de su dios, podía hacer lo que quisiera sin remordimiento alguno. No había quien se opusiera, todos debían obedecer, aunque no les gustara, pues era ley severa y el que contra ella se levantara moriría.
Pero Jacob era inteligente, así que no actuó de manera apresurada, sino que siguiendo el ejemplo de los sacerdotes y de Dann, fue prudente en su actuar para mostrar que era digno del lugar que se le había dado, fingiendo para ganarse el cariño y admiración de las personas.
Era obvio que la expectativa estaría en ver si podía con la responsabilidad, su juventud era el principal obstáculo, pero su inteligencia era la virtud más notoria. La habilidad de pensamiento lo salvaría.
Los primeros días nadie se le acercaba, no confiaban en él, era difícil creer en alguien que no se preparó como los demás sacerdotes.
A los chicos que se preparaban para el sacerdocio y habían crecido con él tampoco les agradaba la idea de que ahora fuera su superior. Sin embargo, tenían fe y vocación en lo que hacían, así que callaban y obedecían.
Jacob sabía que no podía imponer su poder tan rápido, primero debía ganarse el cariño y respeto de la gente, y empezó a hacer buenas obras. La vida en esos tiempos era así, las obras buenas compraban a la gente, luego de eso no importaba si decepcionabas a un par, pues colectivamente te habías ganado el respeto y el reconocimiento.
Pasaron otros dos años, en los cuales Jacob se ganó el corazón del pueblo. La “santa María de los pobres” hizo honor a su nombre y por primera vez en muchos años se interesó en los pobres. A la catedral llegaban los necesitados y recibían ayudas. Las personas de la ciudad no eran codiciosas, aunque este siempre ha sido un sentimiento natural e instintivo, pues la ley de la doctrina dominante se los prohibía, y era pecado de muerte.
En esos tiempos, eran pocos los pecados que no se pagaran con muerte, la ley era muy severa y pocos podrían escapar de ella.
Jacob se encargó de promover un pequeño cambio en esa ley, ayudando a las personas condenadas a muerte. Ahora las personas confiaban más en él, y aunque evitaban mucho caer en el pecado, sabían que tenían la confianza de contar con Jacob si erraban.
Esto era la gloria de Jacob, que con sutileza y sin ir en contra del sumo poder, estaba cambiando las cartas a su favor.
Las personas empezaron a hablar y a correr el rumor del joven Jacob, quien para ellos representaba un milagro celestial, como un ángel caído del cielo. Jacob tenía la corona que tanto había deseado, era el momento de aprovecharse de eso.
Lo primero que hizo fue probar lo que se sentía la fornicación, y pensó que la mejor manera de hacerlo era con una de las jóvenes que se preparaban para monjas. Llamó a la sor Juana de Cristales y le pidió traer ante él a la más linda de las señoritas.
Dalila, la más linda de todas, era una chica de diecinueve años, que llevaba ya varios años ahí, y, con un cuerpo que parecía moldeado por ángeles, era la más perfecta víctima de la perversión de Jacob. Él, que aún no sabía cómo se hacía eso, le pidió a la sor que cerrara con llave la habitación, y estando solos los tres le pidió, o más bien le ordenó que le dijera como hacerlo.
La sor sabía perfectamente esto, ya que con sus cuarenta y siete años de vida había hecho muchos trabajos sexuales para diferentes padres, obispos y cardenales. Tomó a la chica y la empezó a desnudar frente a Jacob, y ante la timidez de la jovencita le repetía que se relajara, que al final de todo le iba a gustar.
Acostó a la chica sobre una mesa y la amarró de las manos, argumentando que todo lo que iba a hacer era por orden de un representante de dios y que negarse era un grave pecado. Ella no lo decía por mentirle, realmente creía que así era, por todo lo que había vivido.
Luego fue con Jacob y le bajó los pantalones, y con su mano derecha lo masturbó hasta que estuviera totalmente erecto. Tomó de las piernas a la chica y le indicó a Jacob donde introducir el pene, luego lo tomó de la cintura y le enseñó el movimiento que debía hacer.
Jacob estaba fascinado con el calor que sentía en su pene dentro de la vagina sangrante de Dalila, mientras la pobre gritaba en vano de dolor. Sus gritos los oían los demás que estaban en aquella catedral, pero en esos tiempos nadie se atrevía a cuestionar lo que hacían los llamados “santos”, y menos lo que ocurría dentro de la oficina sacerdotal.
Jacob ya no aguantó más y eyaculó dentro de la vagina desgarrada de Dalila, mientras ella lloraba y sufría por lo que había ocurrido. La sor vistió a Dalila y se la llevó, y Jacob, sin pensar en el daño que le causó a la jovencita, sintió que era bueno fornicar, pues se sentía muy bien.
Era el detonante de uno de los primeros pecados, ahí comenzó la pasión desenfrenada.
Dalila fue llevada por la sor Juana a un dormitorio, no paraba de llorar y de quejarse, pues de placer no había sentido nada y la única lubricación que tuvo su vagina fue la respuesta propia del cuerpo para evitar que la herida fuera peor internamente. Estaba viviendo un infierno mientras trataba de ganarse el cielo.
La chica esa noche no pudo dormir, ahogaba sus lamentos contra el colchón de su cama y se retorcía del dolor dejando todo lleno de lágrimas. Lastimosamente había nacido en una época donde su existencia parecía no valer, y sus opciones eran obedecer o morir.
Jacob por su parte estaba extasiado en poder, se sentía el dueño de todo, y al ver que todos cumplían con sus caprichos se dejó llevar de la emoción.
Al siguiente día se despertó con un leve ardor en su pene, pero con el deseo a flor de piel, así que mandó a llamar a la sor Juana de nuevo, pero esta vez para que ella le enseñara cosas.
· Quiero que me enseñes lo que sabes hacer – le dijo.
· Claro que sí, señor mío – respondió ella.
Acto seguido se quitó la ropa y dejó ver el increíble cuerpo que escondía bajo ese vestido negro. Jacob se maravilló al ver tremenda figura, con curvas bien definidas y unos senos redondos solo un poco caídos.
Sor Juana era una mujer hermosa, su piel color melocotón era divina, sus senos grandes y redondos, su cintura como fina vasija esculpida con amor de alfarero y con unas piernas gruesas que despertaban en cualquiera el deseo. Bajo su velo se escondía una hermosa melena rubia y un cuello delgado que daba el toque final a tremenda obra de arte.
Juana se acercó y se arrodilló frente a él:
· ¿Qué harás? – preguntó Jacob – ¿es acaso un tipo de rezo o plegaria?
· No, mi señor – respondió ella –, es lo que me enseñó a hacer el padre Dann.
Bajó el pantalón de Jacob y sacó su pene, y con delicadeza empezó a metérselo en la boca. Sus labios eran suaves, y su lengua se sentía como una caricia precisa en el miembro.
Jacob temblaba, era una sensación extraordinaria y rara, era simplemente fantástico lo que le hacía sentir.
Juana succionaba de tal manera que Jacob perdía el control y sentía como su abdomen se apretaba y sus dedos de los pies parecían encogerse. Jacob no aguantó más y eyaculó dentro de la boca de Juana, quien se tragó el semen y dijo:
· Ahora debe usar su boca, señor.
Se paró, se quitó el calzón y se acostó sobre la mesa. Jacob se acercó con el pene erecto con la intención de meterlo en su vagina, tal y como lo había aprendido, pero Juana le dijo:
· No, señor, usted debe pasar su lengua por mi vagina. Es lo que el padre Dann me enseñó.
Jacob se sentía confundido, pero obedeciendo a lo que Juana le decía se acercó a su vagina.
La vagina de Juana estaba húmeda, su pelo púbico lleno de la humedad que brotaba sin parar. Él pensaba un poco para hacerlo, dudaba dentro de sí, pero aun así lo hizo. Cuando su lengua tocó esa vagina húmeda, sintió correr por su cuerpo un placer nuevo, una sensación diferente pero igual de fascinante que las otras.
Se descontroló y empezó a beber de esa humedad, como si fuese un manantial de agua pura; bebió de la fuente del pecado, y desde ese momento entendió el sabor del más majestuoso elixir, que es la mujer.
Los gemidos de Juana eran como música angelical, el calor de su cuerpo era la puerta hacia el infierno. Es esto la principal ironía de este pecado, que te hace sentir como si tocaras el cielo, mientras te arrastra al infierno.
Jacob estaba condenado, había probado lo que para ese entonces estaba prohibido para los mortales, con la justificación de que era, según eso, un hombre de dios.
Juana planeaba que solo durara un par de minutos en eso, pero Jacob estaba tan emocionado que la hacía sentir también a ella un placer indescriptible. Perdieron ambos la cordura, y fuera de control experimentaron el primer gran orgasmo de Juana, la eyaculación femenina.
Ella jamás había sentido tanta excitación, siempre complacía a los hombres, pero nunca la habían complacido a ella. Su corazón palpitaba a mil, y no sabía que decir o hacer, estaba ahogada en pasión.
Bañado en esos fluidos, Jacob se paró ya cansado de la boca, y se sentó en su silla a tranquilizarse mientras le bajaba la agitación y el calor tan tremendo que estaba sintiendo.
· Juana – dijo Jacob –, esto es realmente maravilloso, pero, ¿crees que cualquiera de las chicas o monjas harían lo mismo que tú haces por mí?
· Sí, señor – respondió ella, aún con la voz agitada –, usted es el que manda aquí, es el representante del cielo, y cualquiera en este pueblo haría lo que ustedes le pidieran.
· ¿Ustedes? Pensé que hablábamos de mí.
· De usted y de todos los superiores. Haríamos lo que nos pidan sin dudar, porque obedeciendo se llega al cielo y se agrada a dios, ¿o no?
Jacob sabía que esa era la patraña más grande y absurda que podía existir, que era simplemente ilógico que obedeciendo a lo que se conocía como pecado se pudiera agradar a la imagen que habían moldeado como dios. Él no creía en dios, pero conocía cada detalle de esa doctrina y sabía que todo eso era contradictorio y estúpido. Sin embargo, no podía desperdiciar la oportunidad de tener lo que quisiera, así que le respondió:
· Efectivamente. Se ve que eres una verdadera mujer de fe, seguro que te ganarás el cielo.
Ella agradeció, se vistió y se retiró.
Jacob no paraba de imaginar lo grandioso que sería tener a todo un pueblo bajo sus manos y obediente a lo que él quisiera.
Estaba cegado en el placer, pero no sabía lo que le esperaba.
Al llegar la noche, cuando Jacob se disponía a dormir, llegó uno de los monaguillos y le entregó una carta. El chico le comentó que no sabía la procedencia de dicha carta, que solo la vio tirada junto a la puerta de la catedral y decidió traerla a él.
Jacob abrió la carta y bajo la luz de la vela leyó el mensaje ahí escrito. La carta decía:
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Los Santos De Waitabo
RandomJacob es un chico nacido en Waitabo (la ciudad más grande del país de Granada), que tiene que enfrentar muchas adversidades en su vida, luego de ser involucrado en la jerarquía sacerdotal de la ciudad. El chico conocerá lo que es la pasión, pero tam...