Un cambio final.

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El primer día de fiesta terminó con un espectáculo de fuegos artificiales, la noche marcaba el fin de ese primer día y algunos se quedaban en fiesta, mientras otros iban a descansar para el siguiente día.
Jacob esa noche no quiso volver a la catedral, pero mandó a las monjas a que regresaran para no dejar a Datán solo, para que lo atendieran y lo sacaran al día siguiente a disfrutar de la fiesta. Jacob quería pasar la noche con Julieta, sentía que estaba enamorado y debía buscar alguna solución, pues no le gustaba amar a escondidas.
Se fueron caminando hasta el borde de la ciudad, a un pequeño terreno vacío, de donde se veía la plenitud del firmamento en esa noche, y se sentaron ahí a ver las estrellas. Se quedaron en silencio, en un silencio que solo entienden los enamorados que quieren decir todo, pero sienten que no pueden decir nada.
Ahí, Jacob tomó la mano de Julieta, respiró hondo y sin mirarla le dijo:
• No quiero seguir con esto. Amarte a escondidas me tortura, no creo que pueda aguantar la presión.
A Julieta se le llenaron de lágrimas los ojos, le temblaba la mandíbula y apretaba fuerte la mano de Jacob. No sabía qué responder, pero esto le golpeaba fuerte en el corazón. Jacob volteó a mirarla y le puso la mano en la mejilla, y al instante ella reposó su cabeza en la mano y dijo:
• No me dejes, Jacob. Te amo.
• No, Julieta, no me malinterpretes. No te dejaría por nada del mundo. Al contrario, quiero dejar todo por ti.
Ella lo miró, con sus ojos empapados en lágrimas; él se acercó y le dio un beso en la frente, la abrazó y por último le dijo:
• Julieta, renunciaré a todo por ti.
Julieta solo pudo abrazarlo con fuerza y llorar sobre su hombro. Él estaba seguro de lo que quería, pero sabía que no sería algo fácil renunciar a todo lo que tenía, siendo el hombre más poderoso de Waitabo.
Se quedaron esa noche ahí, acostados sobre la hierba, abrazados. Era un lugar apartado, y en el alboroto de la fiesta nadie se acercaba, así que estuvieron tranquilos.
Sánchez no sabía aún que Datán estaba ahí, él iba en busca de Jacob, pues sabía que era el principal entre los sacerdotes de la ciudad. Cuando la noche cayó, Sánchez empezó a buscar por toda la catedral, a ver si encontraba a Jacob. Iba tratando de no hacer ruido, debía ser muy discreto para que no lo descubrieran.
Mientras tanto, Jhonatan se había quedado en la catedral de "san Pedro de Silicio", pues estaba recibiendo consejos de Uriam, aprovechando la gran sabiduría de este hombre. La catedral estaba protegida por conjuros, Uriam se había encargado de protegerla para sacar los demonios y estar tranquilo, así que mientras Jhonatan estuviera ahí podría hablar sin ningún problema, ni Frederick ni Igmeo podrían interrumpir.
• Sé cómo te sientes - le dijo Uriam -, y también sé que para ti es difícil pensar en que no hay otra alternativa. Es una maldición, sin duda, pero no es algo que no puedas evitar. Te seré sincero, puedo librarte de esto, pero debes hacer algo que tal vez no te guste.
• ¿Qué debo hacer? - cuestionó Jhonatan con evidente necesidad.
• Matar a uno de los tres, verter la sangre en la copa, cortarte con la daga justo sobre el nombre de la persona y añadir a la copa la sangre que salga de tu mano. Luego debes tomarte la sangre, hasta la última gota, y así no solo te librarás de esa responsabilidad, sino que tendrás inmunidad ante los demonios como Igmeo y Frederick. Pero te advierto, perderás también los beneficios que tienes, y deberás deshacerte de todas las cosas que recibiste de ellos.
Jhonatan tenía dudas, era algo asqueroso y bastante difícil de hacer, pero más difícil sería matar a su esposa, y a sus dos excompañeros Jacob y Datán. Aún con dudas preguntó:
• ¿Cuánta sangre de la víctima debo beber?
• Media copa. Esa es la cantidad justa.
Jhonatan se resignó, sabía que no tenía más opción. Él no sabía lo que le pasó a Datán, así que preguntó a Uriam si aún se encontraba en la catedral de Azulejo, a lo que el hombre respondió contándole la historia. Jhonatan se sorprendió bastante, pues el Datán que conoció era un guerrero experto, y el hecho de imaginárselo sin brazos ni piernas era increíble.
Al escuchar la historia, y pensando que Datán no estaba en la ciudad, Jhonatan pensó que lo único que le quedaba era ir a buscar a Jacob, pero tenía miedo de salir y ser atacado por Igmeo, o por alguno de los otros demonios. Uriam le dio una cruz bendecida y rezada, que según él lo mantendría alejado de todo ente oscuro, y le dijo:
• Haz lo que debas hacer.
Sánchez buscó por toda la catedral y no encontró a Jacob, y aunque vio a Datán, no lo atacó, pues en la oscuridad no lo reconoció y creyó que solo era un simple monaguillo. Cansado de buscar en la oscuridad, decidió ocultarse y esperar el nuevo día, aunque esto le dificultara más las cosas de cierto modo.
Al día siguiente, Jacob empezó a correr la voz de que tenía un anuncio muy importante que dar, así que pidió a la gente que regaran la noticia de que todos debían reunirse en la catedral a las dos de la tarde, para que escucharan lo que iba a anunciar. Jacob quería renunciar a su puesto, pero quería hacerlo frente a toda la ciudad, dejando un mensaje a los ciudadanos, un mensaje de cambio y evolución.
Era aún muy de mañana cuando Jacob llegó junto a Julieta a la catedral, y solo entrando se encontró con Sánchez, que estaba parado justo en el altar, directamente al frente de la puerta donde se encontraba Jacob.
Jhonatan también había salido temprano, y estaba llegando al lugar donde se encontraban este par de hombres. Lo que se aproximaba era el fin de la guerra, y un cambio drástico para la ciudad.
Jacob no reconoció a Sánchez, por su aspecto de vagabundo, pero igualmente le pareció extraño ver a un hombre parado ahí en el altar, así que le susurró a Julieta:
• Escóndete.
Y mirando fijamente al hombre le gritó:
• ¿¡Quién eres!? ¿¡Qué haces aquí!?
• Veo que no me reconoces - dijo Sánchez, mientras sacaba un arma de fuego de su bolsillo -, pero yo a ti no te olvidaría nunca.
Jacob al ver que estaba sacando un arma, empujó a Julieta y se escondió detrás de una silla. Sánchez se echó a correr hacia él, y él le gritó a Julieta:
• ¡Vete!
Julieta tenía miedo, y no se movía, así que Jacob tuvo que esperar a que Sánchez estuviera cerca y lanzarse sobre él. Cuando se lanzó sobre el hombre, por el impacto del choque, el arma salió volando, y al caer se disparó, volándole la cabeza a la estatua del crucificado que había en el altar. Los golpes empezaron a hacerse presentes, ninguno tenía armas, así que debían pelear a puño, impactando más veces Sánchez el rostro de Jacob que lo que el joven pudo responder.
Jacob estaba perdiendo, y Julieta no hacía nada por el miedo. Sánchez le dio un golpe tan fuerte a Jacob, que lo hizo caer al suelo, y ahí aprovechó para ir por su arma; la agarró y le apuntó fijamente al joven, y sonriendo le dijo:
• Al fin te tengo a mi merced. Eres un chico impresionante, pero la verdad esperaba un poco más de ti.
• ¿Quién eres? - preguntó Jacob, mientras escupía la sangre de su boca rota.
• Soy el mismo que mató a tus compañeros, y hoy terminaré contigo.
• ¿Sánchez?
Sánchez soltó una risa, y cuando se disponía a disparar sintió unos pasos viniendo hacia él, y al levantar su mirada vio a Jhonatan.
• No pensé que te volvería a ver - le dijo Jhonatan a Sánchez.
El hombre le apuntó y soltó un disparo, llevándose la sorpresa de que el impacto de la bala no le hizo nada. Sánchez se asustó, y comenzó a retroceder mientras Jhonatan se acercaba.
• ¿¡Qué mierda!? - exclamó asustado Sánchez.
Jhonatan se lanzó sobre él y con un puño le rompió la nariz, haciéndolo caer de espaldas al suelo. El arma salió deslizada hasta el otro lado del templo, Sánchez estaba muy confundido, no entendía nada en lo absoluto. Jhonatan sacó la daga dorada, y mirando a Sánchez le dijo:
• Es hora de que pagues por todo el daño que has hecho.
Le clavó la daga en el pecho y lo miró fijo a los ojos, y la reacción de Sánchez fue sostener los brazos de Jhonatan, mientras sentía que su boca y pulmones se llenaban de sangre. Jacob reconoció de inmediato la daga dorada, y se sorprendió de ver que Jhonatan también tenía una.
Jhonatan sacó la daga del pecho de Sánchez y se dirigió a donde estaba Jacob, y con voz fría y un tanto melancólica le dijo:
• Chico, perdóname, pero debo hacerlo.
• ¿Por qué? - preguntó Jacob - ¿Acaso no hay otra opción?
• Sí. Datán. Pero no sé dónde está justo ahora, y debo hacerlo rápido. Eres tú o él.
• Prefiero que sea él - le respondió Jacob mientras miraba la frialdad de Jhonatan -, está justo aquí ahora.
• ¿En serio?
• Sí.
Jhonatan se quedó en silencio, solo se escuchaban los quejidos de Sánchez desangrándose. Luego de un minuto, Jhonatan le dijo:
• Lo buscaré entonces a él, pero si no está aquí te mataré.
• Tranquilo, amigo. Aquí está. Te lo aseguro.
Jhonatan le creyó, y fue directamente a buscar a Datán. Sánchez se retorcía en un charco de su sangre, se moría a los pies del altar, el lugar que siempre rechazó y se negó a buscar cuando necesitaba algo.
Datán estaba escondido con sus cuidadoras, habían escuchado los disparos y estaban asustados. Sin embargo, ya no había forma de salvarse, Jhonatan iba por cada habitación buscándolo, no descansaría hasta encontrarlo.
Los militares que había cerca de la catedral se acercaron al escuchar los disparos, y estaban acercándose a la entrada sigilosamente.
Jacob se levantó y se llevó a Julieta agarrada de la mano a su habitación, y estando allí le dijo:
• No te muevas, todo saldrá bien.
Sacó su daga y se fue a buscar a Jhonatan, pues, aunque este no lo había matado, Jacob no se confiaba.
Jhonatan llegó por fin a la habitación de Datán, y viéndolo le dijo:
• Siempre fuiste un ser repugnante.
• ¿Qué haces tú aquí? - le preguntó Datán.
• Vine a matarte. Necesito acabar contigo para salvar mi vida.
• Eres un tonto, siempre supe que eras un idiota sin valor. Mátame, hazme un favor.
• Con gusto lo haré.
Las mujeres asustadas se alejaron de Datán, mientras Jhonatan se acercaba y le levantaba el mentón para verlo directamente a los ojos. Así, mientras se miraban, Jhonatan le clavó la daga en el vientre, y de inmediato sintió que una daga le atravesaba la espalda, pues Jacob lo había atacado mientras estaba distraído.
Jhonatan sacó la daga del vientre de Datán, mientras este comenzaba a llorar y se desangraba; Jacob también sacó la daga, pensando que había hecho un gran daño a Jhonatan, pero la herida comenzó a cerrarse y se desapareció de inmediato. Esto fue gracias al poder del cáliz, pues mientras lo tuviera cerca nada le haría daño.
Jacob estaba sorprendido, y viendo que Jhonatan se giraba hacia él, se preparó para pelear.
Jhonatan sacó la copa y la puso bajo el cuerpo de Datán, para que la sangre cayera dentro y pudiera cumplir con su objetivo. Jacob solo observaba, estaba muy confundido.
Cuando la copa se llenó hasta el punto requerido, Jhonatan la puso en el suelo y se cortó la mano, tal como Uriam le había dicho. Las mujeres, Jacob y Datán observaban anonadados lo que estaba sucediendo, era bastante extraño lo que hacía Jhonatan.
Jhonatan hizo lo que Uriam le dijo, y aunque le fue difícil beber esa sangre, lo hizo por las ganas que tenía de librarse de ese mal.
Cuando se lo bebió comenzó a reír como loco, causando aún más miedo a los que estaban ahí viéndolo. Jhonatan se miró la mano y vio que ya no tenía marcados los nombres, y se puso a saltar de alegría.
Mientras Jacob veía esto, sintió un poco de asco por lo que había visto, pero supuso que todo estaba bien después de todo. Salió de la habitación, mientras Jhonatan lloraba de la alegría y soltaba la copa y la daga.
Jacob se dirigió a su habitación y al ver a Julieta la abrazó y le dijo:
• Tranquila. Siento que todo está bien al fin.
Jhonatan salió a correr emocionado, quería ir con su esposa a contarle lo que había sucedido. Pero al salir corriendo alertó a los militares que estaban junto a la puerta, y uno de ellos le disparó cuando lo vio, impactándole justo en el hombro, haciéndolo caer. Se acercaron para confirmar quien era, y Jacob al escuchar el disparo salió a ver qué pasaba. La gente se acercó a mirar lo que sucedía, y toda la fiesta en la ciudad se detuvo ante el ruido de aquel disparo.
Jacob se acercó a Jhonatan y lo vio herido, le puso la mano en el pecho y le dijo:
• ¿Qué es todo lo que acaba de pasar? ¿Por qué esta herida no te sana como la de la daga?
• Era la copa - le dijo Jhonatan, esforzándose -, eso me protegía de las heridas.
Jacob mandó a que lo llevaran a un hospital, y aprovechando la aglomeración se levantó y dio el comunicado a la ciudad. Les dijo:
• Ciudadanos de Waitabo, este pleito con la religión nos ha hecho mucho daño. Quiero que sepan que no estoy de acuerdo con este régimen y ustedes tampoco deberían estarlo. Los invito a que busquen entre ustedes a un líder, un hombre capaz de dirigir la ciudad a un crecimiento económico, cultural y educativo; es decir, el primer alcalde de la ciudad. Yo en este momento renuncio no solo a mi cargo de líder de la ciudad, sino también al de líder de la iglesia, desistiendo así de mi sacerdocio y de todo lo que conlleva.
La gente empezó a murmurar, les parecía una locura lo que estaba diciendo, ya estaban acostumbrados al mandato de la iglesia, y no se veían bajo la guía de un líder diferente.
Jacob bajó del estrado, tomó de la mano a Julieta, se quitó lo que lo representaba como sacerdote, y caminó entre la multitud agarrado de la mano de su amante, su compañera, su esposa.
La gente se quedó discutiendo, pero ninguno los detuvo.
Jacob había vivido su aventura como la había soñado, pero también había madurado, y ahora estaba dispuesto a una nueva vida, una vida normal.
Este fue el fin de su trayecto como sacerdote, y el comienzo de su vida como esposo. Ahora ya no quedaba ninguno de los sacerdotes de aquella vez cuando él entró a ese mundo de pasión y otros pecados, ahora otros eran los santos de Waitabo.
Pasaron los días y Jhonatan pudo volver con su familia, Jacob también visitó a Uriam después de hablar con Jhonatan y darse cuenta de que pasaban por situaciones similares, y ambos quedaron protegidos de los demonios.


Las fiestas de Waitabo continuaron, aunque un poco apagadas por el sentimiento de incertidumbre que había en los ciudadanos. Se hicieron unas juntas con las personas de cada barrio y se llegó al acuerdo de hacer votaciones para elegir al primer alcalde de Waitabo.


Y así se acabó el reinado de la religión sobre la ciudad, y aunque la iglesia no se acabó, se convirtió en parte de la sociedad, y dejó de ser superior al resto de los ciudadanos.


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⏰ Última actualización: Apr 01, 2021 ⏰

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