El fin de los Díaz.

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Mientras en Waitabo parecía marchar todo de maravilla, con un progreso y conformidad de toda la ciudad, Sánchez estaba escondido en una casa de Acuña, planeando su venganza. Había llegado ahí luego de huir de los militares. Acuña quedaba bastante lejos, pero aún así nunca se detuvo en el bosque hasta llegar a la ciudad.
Llegó a una casa de familia, donde muy amablemente lo acogieron y le brindaron un lugar para quedarse y un plato de comida para que estuviera mejor. El esfuerzo físico que hizo para huir fue bastante, llegó casi deshidratado a esa casa. El hombre de la casa lo vio y no dudó en ayudarlo, sintió compasión por ese pobre hombre que se notaba muy cansado y sucio.
El hombre se llamaba Erick Díaz, y era un humilde criador de animales. Cuando Sánchez ya estaba un poco mejor y había descansado, Erick lo invitó a sentarse a la mesa con él, y allí le preguntó:
· ¿Cómo te llamas?
· Adrián - contestó Sánchez, tratando de ocultar su identidad.
· Adrián, ¿de dónde vienes?
· De Waitabo. Unos criminales me venían siguiendo para matarme, así que tuve que huir. Corrí sin rumbo, y terminé aquí por suerte.
Erick lo miró con desconfianza, encendió un cigarrillo y continuó:
· ¿Por qué querían matarte? ¿Quién eres? ¿Les debes algo?
· Si lo supiera, amigo mío, te lo diría - dijo con algo de enojo Sánchez -. Solo sé que me iban a matar.
Erick fumó un poco y miró fijamente a Sánchez. Se levantó de su silla y fue directo hacia él, le estiró la mano y con una sonrisa le dijo muy amable:
· Quédate el tiempo que necesites.
Esto no era algo extraño en ese tiempo, pues la gente estaba acostumbrada a ayudar a los demás, ya que sentían que era una obra justa, y no desaprovecharían ninguna ocasión para tender la mano a quien lo necesitase. Erick no se imaginaba lo que Sánchez escondía, pero estaba feliz de ayudarlo.
El primer problema llegó cuando Sánchez conoció a la esposa de Erick, la señora Luz Díaz. Aquella mujer delgada y de baja estatura, con cabello negro, ondulado y largo; con esos pequeños ojos que tanta ternura le causaron, y esa pequeña nariz que combinaba perfectamente con su boca. Era una mujer común, pero en sus ojos negros capturaba la atención de Sánchez. Esta mujer parecía demasiado joven, pero era la madre de dos niños ya.
A Sánchez le pareció una mujer bonita cuando la vio, pero en el momento no pasó de eso. La mujer se presentó, le ofreció una bebida y un plato de comida, y se sentó con ellos a conversar.
· ¿Cómo es Waitabo? - preguntaba Luz.
· Es una ciudad normal, creo - respondió Sánchez.
· He escuchado historias de esa ciudad. Por ahí dicen que es como un sueño conocer las calles de Waitabo.
· En especial las del barrio Azulejo - dijo Erick, interrumpiendo.
Sánchez solo sonrió y afirmó sutilmente con su cabeza.
· ¿Conoces Acuña? - le preguntó Luz a Sánchez.
· No - respondió él -, pero supongo que es un lugar bonito.
· Si quieres podemos salir a caminar, y así conoces el lugar.
Erick la miró con enojo, hizo su mayor esfuerzo para disimularlo y le dijo a Sánchez:
· ¿Nos permites un momento? Enseguida regresamos.
Tomó a su esposa de la mano y la llevó fuera de la casa. Cuando estaban fuera la empujó y le dijo con mucho enojo:
· ¿Qué sucede contigo? Eres peor que una ramera.
· ¿Por qué me dices eso? - preguntó ella confundida.
· Esas sonrisas coquetas, esas miraditas y esas insinuaciones que haces. No respetas ni siquiera mi presencia.
· Solo estoy siendo amable.
Él respiró hondo, apretó fuerte el puño y le dijo:
· ¿Me crees idiota?
La agarró del cabello y la lanzó al piso, y mientras presionaba su rostro contra el suelo le escupió y le dijo:
· Respétame, maldita perra. Yo soy tu hombre, y no quiero vivir con una ramera en mi casa.
Se paró y comenzó a patearla, golpeándole estómago, brazos y piernas. La golpeó por un par de minutos y luego le dijo:
· Levántate. Volveremos a entrar, y quiero que esta vez te comportes como una verdadera mujer.
La pobre estaba lastimada, pero no tenía como defenderse. Estaba acostumbrada a los maltratos, y enseñada a no levantarse contra un hombre, así que solo calló.
Entraron y se sentaron de nuevo a la mesa con el invitado, pero esta vez ella agachó su rostro y no dijo nada. Sánchez notó el cambio en la actitud de la mujer, pero prefirió no decir nada. Comieron algo, y Erick le presentó a Sánchez a sus hijos, los cuales venían de casa de la madre de él y apenas estaban llegando.
Eran niños pequeños. Uno tenía cuatro años y el otro tres.
Sánchez se sentía extraño al principio, pero, sin tener a donde ir, tuvo que acostumbrarse. Los primeros días era como un hombre extraño, dormía en una habitación descuidada y un poco sucia, sobre unas cuantas sábanas, sin derecho a una cama ni siquiera. Ayudaba a Erick en la crianza de los animales, y así se ganaba el alimento y la estadía en esa casa.
Poco a poco se fue ganando un puesto en la familia, ganándose la confianza y cariño de Erick y de Luz, aunque ella sin comunicarse mucho con él por miedo a su esposo.
Salían algunas veces a caminar por ahí, fue conociendo las calles de Acuña, y aunque no estaba de acuerdo con la religión, por respeto a la familia que lo había acogido, iba con ellos a la catedral. La misma catedral donde alguna vez había estado Alison.
Todo marchaba muy bien, hasta que una noche decidieron salir a ver un espectáculo musical que se realizaba en una plaza de la ciudad. Esa noche había una hermosa luna llena sobre la ciudad, y las estrellas se veían adornar un majestuoso cielo.
Los instrumentos empezaron a sonar en el espectáculo, y Luz no pudo evitar la sensación que la música le causaba y comenzó a bailar. Su baile suave y preciso era encantador, se acomodaba perfectamente a la música. Sánchez la vio y quedó maravillado, su corazón se comprimió y un suspiro se le escapó, estaba encantado con el baile de esta mujer, y Luz era más fascinante que la luz de la luna, y bajo la luz de una hermosa noche se movió el corazón de Sánchez, como nunca antes le había ocurrido.
Un gran problema se presentaba, Sánchez empezaba a sentirse muy atraído por la esposa del hombre que lo estaba ayudando. Como un hombre ingenuo y enamorado, empezó a tener pensamientos equivocados, y planear cosas que solo eran posibles en su mente.
Él creía que era posible que ella sintiera lo mismo, y empezó a relacionar las cosas que, según él, dejaban claro que tenía razón. Las miradas y actitudes que ella tuvo al principio, la amabilidad, la manera de caminar, etcétera. Nada de eso era con intención de llamar la atención o coquetear, ella solo tenía esa personalidad, pero Sánchez se estaba obsesionando y confundía las cosas.
Es un sentimiento que suele ser muy común en los hombres cuando se enamoran por primera vez, aunque algunos experimentan esa obsesión muchas veces más durante su vida. Es un pensamiento irracional que te hace creer que las cosas más simples de esa persona tienen un significado, y ese significado es aceptación o declaración de amor. Es un sentimiento extraño y estúpido desde afuera, pero es como una droga, no puedes saber lo mal que está, hasta que lo ves en otra persona.
Esa noche Sánchez no pudo dormir, solo pensaba en el contorneo de las caderas de Luz, en su baile y en sus ojos. Suspiraba mirando el techo, se sentía demasiado confundido, y ahí fue cuando empezó a relacionar las cosas. En su mente todas las cosas coincidían, y se creaba historias en las que salía como ganador; sonreía en la soledad de su habitación.
Al otro día al salir con Erick, cuando se iban a trabajar, vio a Luz sonreír mientras se despedía de su esposo, pero en su obsesión pensó que era un mensaje para él. Su mente maquinaba esas ideas durante todo el camino, y no se detuvieron los pensamientos durante las labores de la jornada.
Luz no salía de su cabeza, era un problema muy grave, uno de esos que no parecen tan malos, pero desencadenan más problemas.
Solamente llevaba un par de semanas en esa casa, los soldados aún lo estaban buscando, aunque ya estaban cerca de resignarse.
Por otra parte, Jhonatan y Dalila habían llegado a Santuario, que era muy cerca de Acuña. Ellos, como Sánchez, estaban huyendo, pero ellos huían de los integrantes de la banda de "los Wakayos". Lo que la pareja no sabía era que en realidad no estaban siendo perseguidos, aunque tampoco se iban a detener a comprobarlo.
Cuando llegaron a Santuario, y de manera muy similar a lo que le sucedió a Sánchez, un hombre los vio y pensó en ayudarlos al ver las condiciones en que venían. Este hombre se llamaba Edwin Reynosa, carpintero de profesión.
Cuando los atendió, les brindó algo de comida y ropa de segunda mano para que se cambiaran la que tenían, les permitió darse un baño para quitar todo el sudor y mugre que traían del bosque, y junto a su esposa los hicieron sentar a la mesa para cuestionarlos.
· ¿Cuáles son sus nombres? - fue lo primero que preguntó don Edwin - ¿Y de dónde vienen?
· Mi nombre es Jhonatan, y mi esposa se llama Dalila. Venimos de Santa Mónica.
Dalila lo miró, se sorprendió de que Jhonatan la nombrara su esposa, pues aún no habían formalizado la relación. El hombre continuó con su cuestionamiento:
· ¿Y por qué han llegado del bosque? Sus ropas están desgastadas, se ven cansados y no traen más que lo que llevan puesto. ¿Está todo bien?
· Hay una especie de guerra en Waitabo últimamente, y de allí han incluido a los pueblos aledaños como Santa Mónica.
· ¿Guerra? - cuestionó confundido el hombre.
· Sí, unos hombres quieren asesinar a todos los sacerdotes, quieren acabar con la iglesia.
· ¡Santo cielo! ¿Por qué esos hombres harían tal barbaridad?
· No lo sé - dijo Jhonatan -, pero ruego al cielo que todo esté bien. Hemos perdido todo por huir, buscando salvar nuestras vidas.
El hombre sintió compasión y le preguntó:
· ¿Sabes trabajar la madera? Yo soy carpintero, y aunque no sé en su totalidad lo que es trabajar la madera, sí sé muchas cosas que podrían servirte para tener un trabajo.
· Muchas gracias - dijo Jhonatan mientras estiraba su brazo para apretar la mano del hombre.
Así empezaron su nueva vida.
Jhonatan empezó a ir a la carpintería para aprender con el carpintero, mientras Dalila se quedaba con la esposa cuidando la casa, limpiando y preparando la comida. La señora se llamaba Rosa, y era una mujer muy amable, pero también muy entregada a la bebida y el cigarrillo. Su esposo no sabía eso, pues, aunque sabía que a la mujer le gustaba fumar y beber licor, no se imaginaba que tanto.
Rosa quería disimular, aparentar para que Dalila no pensara mal de ella, pero la adicción era tanta que no se aguantó. Encendió un cigarrillo y muy apenada le dijo a Dalila:
· Perdóname, en serio lo necesito.
· No te preocupes - le contestó la jovencita con una sonrisa de amabilidad.
· ¿Fumas?
· No.
· ¿No te gusta? ¿O nunca lo has hecho?
· Nunca lo he hecho - respondió Dalila en su inocente ignorancia.
Rosa, sin importar su condición de adicta, sacó otro cigarrillo y se lo dio a Dalila. Lo encendió y le dijo:
· Pruébalo, es bastante relajante.
Cuando Dalila probó el cigarrillo, ahogada por el humo, empezó a toser, lo cual hizo reír a Rosa, quien, entre risa y burla, le quitó el cigarrillo y se lo terminó de fumar. Sacó de una gaveta una botella de licor, sirvió un par de copas y dándole una de las copas a Dalila le dijo:
· Brindemos por nosotras, porque nuestros hombres se ganaron la lotería con mujeres tan hermosas.
Bebieron y siguieron con sus tareas domésticas.
Poco a poco esto se fue convirtiendo en una costumbre para la joven Dalila, la bebida y el cigarrillo empezaron a saber mejor con el pasar de los días. Dalila descubrió en esto un refugio a los problemas, y empezó a vivir más relajada escondida en estos vicios. Jhonatan era un hombre común de la época, no se percataba de las necesidades de su esposa, y estaba satisfecho con lo que había.
Así pasaron los meses; Jhonatan pudo comprar la casa que estaba junto a la casa del carpintero, para no alejarse mucho de sus nuevos amigos. Con el pasar de los días llegaron también los objetivos y proyectos de Jhonatan, entre los cuáles tenía planeado su propia carpintería. También quería tener un heredero, y buscaba cada noche con su esposa cumplir ese deseo, pero ella no quedaba embarazada.
Jhonatan empezó a aburrirse de Dalila, él tenía muchas ganas de tener un hijo, pero ella no se lo daba. Así seguían pasando los días, y el amor se acababa en Jhonatan, mientras Dalila olvidaba todos los sentimientos fumando y bebiendo.
Sánchez por su parte seguía perturbado, no sabía qué hacer con los sentimientos, y con el pasar del tiempo la confianza de Luz crecía y se comportaba más amable con él. Ella lo veía como un buen amigo de la familia, pero dentro de él crecía cada vez más la atracción por ella. Hay una teoría muy válida acerca de esto, y es que cuando te atrae alguien lo ves con más atributos de los que realmente tiene, y le ves una belleza mayor a la que podría tener.
Cada día la veía más hermosa, más radiante y maravillosa, lo que hacía que la deseara cada día más.
Un día, pasados ya varios meses de ese sentimiento, con el deseo a flor de piel, Sánchez pensó que debía hacer algo, porque ya no se aguantaba más las ganas de estar con Luz, y, según él, ella sentía lo mismo.
Salió en la mañana a trabajar, todo transcurría de manera normal, como todos los días. Pero cuando eran las diez de la mañana, bajo el sol y estando a solas con don Erick, Sánchez tomó un machete y sin dudarlo mató al hombre que lo había acogido en su casa. Primero le dio un machetazo en el cuello, lo atacó por la espalda para que el hombre no pudiera defenderse. El hombre se desangraba a sus pies, y mientras aún agonizaba, para terminar el trabajo, Sánchez empezó a darle más y más machetazos, hasta que lo picó en pedacitos.
Tomó uno de los costales que usaban para empacar los productos, y metió ahí los pedazos del cuerpo, hasta no dejar rastro de carne. Su plan era matar a Erick para no tener ningún impedimento con Luz, creyendo que ella estaría de acuerdo con esto.
Sánchez llevaba tanto tiempo sin matar que había olvidado lo que se sentía, y poseído por la locura y adrenalina empezó a reír a carcajadas mientras arrastraba el costal hasta el bosque. En su mente ya se imaginaba la felicidad de Luz cuando le contara la noticia, y la libertad con la que por fin estarían juntos.
Reía como loco, y su corazón empezaba a latir más rápido cada vez.
Llevó el costal al bosque y allí lo dejó junto a un árbol, encendió un cigarrillo y se sentó a unos metros de ahí. Mirando el costal dijo:
· Fuiste un buen hombre, Erick. Siempre te estaré agradecido por lo bien que me atendiste y la amabilidad con la que me has permitido vivir hasta ahora en tu casa. No sería capaz de hacer que tu mujer te fuera infiel, por eso tuve que matarte, para que estando viuda tenga la libertad de estar con quien ella quiere.
Estaba loco, de verdad había perdido la poca cordura que le quedaba. Se quedó ahí sentado un rato, el humo del cigarrillo quemaba su paladar, la risa se había ido y ahora estaba en silencio, con su mirada perdida y la mente en blanco. Parecía como si hubiera muerto algo dentro de él, como si todos los sentimientos se hubieran evaporado con el humo de ese cigarrillo.
Cuando aquel cigarrillo se acabó él agachó su rostro, cerró los ojos y respiró hondo. Abrió los ojos y miró su ropa llena de sangre, vio que al costal se le empezaban a acercar los insectos y los animales, se paró de donde estaba y se fue caminando despacio hasta donde guardaban sus cosas mientras trabajaban.
Se vistió con ropa limpia y empezó a revisar las cosas de Erick, a ver que había bueno ahí. Tomó el poco dinero que el hombre tenía ahí, el almuerzo y su billetera, y se sentó a comer mientras pensaba la estrategia para llegar con Luz.
Llegó el mediodía, el sol en su máximo esplendor golpeaba sobre la ciudad. Con la mirada perdida y el cerebro palpitando, Sánchez caminaba hacia la casa.
Luz estaba preparando su comida, no sabía lo que estaba sucediendo, ni se imaginaba lo que estaría por ocurrir. Sánchez entró a la casa y se dirigió a la sala del comedor, allí estaba ella.
· ¿Qué haces aquí? - le preguntó Luz al verlo - ¿No deberías estar en el trabajo?
· ¡No! - respondió cortante.
· ¿Dónde está Erick? ¿Ocurre algo?
· Erick ya no se entrometerá más entre nosotros - dijo Sánchez, mientras una sonrisa macabra se le dibujaba en el rostro.
· ¿De qué hablas? - preguntó Luz, asustada por la actitud del hombre.
El se acercó y se sentó junto a ella, le tomó la mano derecha y acariciándole los nudillos le dijo con el tono más enfermizo posible:
· Sé que sientes lo mismo que yo, te he observado y he visto en ti que te sientes atraída por mí. Yo sé que no lo decías porque estabas casada con él, pero ya podrás ser solo mía.
Asustada quitó su mano y se paró, y con voz entrecortada por el miedo le preguntó:
· ¿De qué hablas, dónde está mi esposo?
· Ya no pienses en él - respondió el hombre mientras se acercaba -, ahora podemos estar juntos.
Ella le dio una fuerte bofetada y trató de huir, pero él la agarró del brazo y le dijo:
· Yo maté a ese infeliz, para que no se metiera entre nosotros. Ya deja de fingir que eres una buena esposa, ya no hay a quien respetar, ya no hay esposo.
La asustada mujer, con fuerza se soltó y fue a la cocina, tomó un cuchillo y se paró firme ante el hombre.
· No te acerques a mí - le decía la mujer temblorosa.
· Por favor, no estás hablando en serio.
· Hablo muy en serio. Eres un maldito demente, lárgate o tendré que usar este cuchillo.
· No lo puedo creer - dijo con enojo Sánchez -. Hago todo esto por ti, y aún así no puedes agradecer. Te liberé.
· ¡No! Tú mataste a mi esposo. Eres un asesino, ¿cómo esperas que te agradezca eso?
Sánchez se acercó, y por miedo la mujer lanzó la puñalada, enterrándole el cuchillo en el brazo izquierdo. La reacción natural de Sánchez fue empujarla con fuerza y sacar el cuchillo de su cuerpo. Con cuchillo en mano, el hombre se acercó de nuevo a Luz, la miró directamente a los ojos y le dijo:
· No tengas miedo, yo solo quiero que seamos felices.
Luz le dio una patada en el miembro e intentó escapar, pero esto solo fue el detonante para la locura del hombre, que, con el cuchillo y poseído por la ira, se lanzó sobre ella y le dio veinte puñaladas en un costado de su abdomen. Los gritos de la mujer eran en vano, nadie parecía oírlos, Sánchez la mataba a puñaladas mientras llenaba de sangre todo el lugar.
La razón regresó al hombre, se dio cuenta de lo que había hecho y se sentó contra la pared a un par de metros, mientras veía a la mujer que agonizaba. Su corazón estaba muy agitado, sus ojos se llenaban de lágrimas y sentía por sus venas fluir la sangre hirviendo. Soltó el cuchillo y solo pudo decir mientras la veía morir:
· Perdón por todo.
Luz murió, al igual que su esposo, y Sánchez comprendió que todo lo que hizo fue una locura, y mató a dos inocentes sin ningún motivo lógico o siquiera justificable. Se quedó llorando ahí durante veinte minutos, y entre lágrimas recordó el momento que lo llevó a huir hasta la ciudad donde se encontraba; pensó que todo era culpa de sus perseguidores, pues de no haber huido nunca, nunca hubiera conocido a los Díaz, y así se hubiera evitado todo esto.
Se acercó al cuerpo de la mujer, el silencio retumbaba en su cabeza y se retorcían sus entrañas, era una de las más extrañas sensaciones que sintió en su vida. Temblando se acercó a la frente ya fría de la mujer, le dio un tierno beso y miró hacia el techo, de una de las heridas que tenía el cuerpo de Luz sacó sangre y se dibujó una cruz en la frente, y entre lágrimas dijo:
· No sé si haya dios, si haya diablo, ángeles o demonios. No sé nada ahora, pero juro por lo más grande que exista, que iré a Waitabo y mataré a cada uno de esos malditos bastardos.
Necesitaba un lugar para esconderse, pero primero debía encargarse del resto de los Díaz, es decir, la abuela y los niños.
Una casa cercana que estaba abandonada sería la perfecta guarida mientras planeaba su ataque a los sacerdotes de Waitabo. En ese preciso instante Jacob estaba en reunión con estos nuevos sacerdotes, organizando las tareas que cada uno tendría en cuanto a los pueblos aledaños, teniendo en cuenta que esos pueblos aún estaban bajo su supervisión.
Jhonatan por su parte ya estaba cansado de Dalila, la chica estaba perdida en los vicios y cada vez era más insoportable su actitud de perezosa, sumado a la incómoda situación de no haber quedado embarazada aún.
Un día, mientras estaba solo en la carpintería, llegó un hombre muy extraño. Era un hombre anciano, con poco cabello y piel demasiado arrugada; con una voz muy rasposa y que parecía tener dificultad para moverse. Dicho hombre le pidió a Jhonatan que le reparara una silla que traía arrastrada.
· Claro - dijo Jhonatan -, vuelva en una hora y la tendré lista.
· No se preocupe, esperaré - le dijo el anciano.
· Pero, señor, aquí no tendrá donde sentarse, y esperar durante una hora ahí parado será demasiado agotador.
· No hay problema, joven - dijo mientras tomaba la silla y se sentaba en ella -, yo no necesito mucha comodidad.
Jhonatan lo vio y se enojó, pensó que el hombre se quería burlar de él, ya que la silla estaba buena, así que airado le dijo:
· ¿¡Acaso quiere usted burlarse de mí!!?
El hombre sacó de su bolsillo un pergamino y se lo dio, y entre risas le dijo:
· Es que olvidé decirle que esta no es la silla, sino la que marca el mapa en este pergamino.
Jhonatan lo abrió y vio que el mapa marcaba un lugar en una de las montañas cercanas a Waitabo, pues era el mismo mapa que había recibido el padre de Jacob años atrás, el que había ignorado y que escondía un gran tesoro. Jhonatan no entendía nada, el lugar no estaba para nada cerca, así que preguntó al hombre:
· ¿Qué pretende que yo haga con esto?
· Ve al lugar que indica el mapa y arregla mi silla. Por favor, te pagaré muy bien.
Jhonatan no lo tomó bien al principio, este hombre se veía como un simple vago, pero el mapa le despertaba cierta intriga. Le preguntó:
· ¿Usted no irá? No pienso que el mapa sea necesario si usted me guía.
· Lo siento - respondió el anciano -, no puedo, debo quedarme aquí descansando.
· No puedo dejar que se quede aquí solo, cerraré la carpintería mientras estoy fuera.
· Está bien - dijo el hombre -, me iré a esperar en el parque hasta que regrese.
El hombre era bastante extraño, no transmitía una mala vibra, ni tenía una actitud de vagabundo, sino que transmitía cierta confianza al hablar; Jhonatan dejó de ver su apariencia y creyó en el hombre, que podría pagar el trabajo. Tomó las herramientas necesarias y se fue al pueblo a alquilar una carreta para ir a donde indicaba el mapa. No le quiso contar a nadie, ni siquiera a su esposa; solo se fue.
Dalila cada vez estaba más enviciada con el cigarrillo y el licor, no podía pasar más de una hora sin alguno de estos, y empezaba a enfermarse por el exceso. La mujer del carpintero era una fumadora compulsiva, y hasta ella estaba sorprendida por la manera exagerada en que Dalila consumía estas cosas. La joven Dalila empezaba a verse más flaca con el pasar de los días, y su rostro parecía envejecer cada vez más rápido.
Jhonatan fue en busca de aquel lugar, teniendo cuidado de no ser visto por alguien que le reconociera, teniendo en cuenta su pasado. Cubrió su rostro con un trapo gris y un sombrero que lo sostuviera, dejando solo a la vista sus ojos. Era un camino bastante largo, el caballo que halaba de la carreta debía tomar un descanso, así que Jhonatan se detuvo en un lugar preciso, donde el caballo pudiera pastar y él pudiera comer algo. Era un terreno lleno de verde césped, con una pequeña quebrada de donde podían beber agua. Ahí, mientras se comía una manzana y veía a su caballo pastar, Jhonatan vio algo que lo dejó perplejo, pues era algo totalmente fuera de lo común.
A lo lejos, sobre una gran roca, se posaba la imagen de una mujer, la cual descendía como un ángel de las nubes y se sentaba sobre aquella roca. Cuando dicha mujer se posó sobre aquel lugar, Jhonatan sintió como si el suelo se estremeciera, como si de un temblor se tratase; un olor a azufre y un ambiente pesado, una sensación como de tensión se apoderaba del ambiente, y Jhonatan no sabía si era un ángel o un demonio lo que estaba viendo en ese lugar. Se arrodilló en seña de reverencia, reconociendo que lo que estaba ahí no era un simple mortal, era algo poderoso.
Un promedio de diez segundos duró el temblor, y al terminar, el cielo empezó a tornarse de un color rojo oscuro. Jhonatan estaba nervioso, no sabía qué hacer, solo miraba hacia aquella mujer, esperando lo que este ente haría.
Mientras estaba ahí, mirando hacia la roca, sintió una mano posarse sobre su hombro derecho, y un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Tragó saliva y miró su hombro, viendo así la mano demacrada que se sujetaba a él; siguió su camino con la mirada, para ver de quien se trataba, llevándose la desagradable sorpresa de ver a Emiliano, pero no al mismo que en su tiempo vio morir, sino a un Emiliano en estado de putrefacción y con pedazos de rostro cayéndosele, y con una mirada espeluznante.
A Jhonatan se le hizo un nudo en la garganta, tenía frente a sus ojos a un cadáver en estado de descomposición, mirándolo fijamente. Todo fue peor cuando Emiliano empezó a hablar, y con una voz gruesa y oscura le dijo:
· Detente ahora, no sigas tu camino. Regresa a casa, lo que te espera allí es la muerte.
Jhonatan no había compartido mucho con Emiliano en vida, pero identificó que esta no era su voz, y que esta voz nunca la había escuchado. Con miedo, pero con curiosidad le preguntó:
· ¿Eres un demonio? ¿Por qué sabes a dónde voy?
El cuerpo de Emiliano se hizo polvo al instante, y en un parpadeo todo volvió a la normalidad. Jhonatan vio a su caballo de nuevo pastando tranquilamente y en su mano tenía la manzana que estaba comiendo; estaba sentado en el mismo lugar y sobre la roca ya no había nada. Sintió un fuerte dolor de cabeza y pensó que tal vez la manzana tenía alguna clase de insecticida o algo que le había causado alucinaciones, así que la tiró y fue a la quebrada a tomar un poco de agua.
La tarde avanzaba y cada vez estaba más cerca la noche, un frío viento recorría las montañas, Jhonatan no esperaba tardar tanto, no calculó bien la hora en que salió y ahora estaba sufriendo la consecuencia de no prepararse para pasar la noche fuera de su casa. Pensó que la única manera de librarse del frío de la noche sería llegar a su destino y allí dormir, así que volvió a amarrar la carreta a su caballo y siguió con su trayecto.
Cuando iba llegando al lugar que señalaba el mapa, ya que este estaba cerca a Waitabo, vio una parte de la ciudad y sintió nostalgia. Recordó las cosas que había vivido en esa ciudad, el poder que tenía y el respeto que le demostraba toda la gente.
Al llegar al punto marcado por el mapa encontró una cueva, no había casa o señas de vida ahí, y se molestó porque había ido hasta allí a reparar una silla que ni siquiera estaba. Ya estaba muy tarde, y el frío empezaba a golpear sobre el lugar, así que entró a la cueva con el caballo para refugiarse, y con el trapo que usaba para cubrirse el rostro, se cubrió el lomo para calentarse un poco y no sufrir tanto durante la noche.
Cuando todo oscurecía, y la luna llena empezaba a asomarse sobre la ciudad de Waitabo, Jhonatan escuchó unos pasos acercándose a él. La oscuridad hacía que la tensión fuera más grande, mientras se sentían más cerca los pasos.
· ¿Quién anda ahí? - preguntó Jhonatan con algo de miedo, mientras se preparaba para defenderse de algún posible agresor.
De entre las sombras se empezó a visualizar la figura de un hombre, y cuando Jhonatan agudizó la vista reconoció en este al hombre que le había pedido ir a reparar la silla. Este le dijo:
· No te preocupes, Jhonatan, esto es algo bueno.
· ¿De qué habla? - cuestionó Jhonatan - ¿Dónde está la silla?
El hombre se echó a reír y respondió:
· No hay ninguna silla, tengo algo mejor para ti, pero debes resistir.
· ¿¡De qué rayos hablas!?
El anciano desapareció frente a sus ojos sin decir nada más, y la tensión aumentó mucho más.
Jhonatan estaba muy tensionado, su respiración empezaba a ser más agitada y sus manos no paraban de temblar, miraba a todo lado, trataba de distinguir imágenes en medio de la oscuridad; un silbido agudo hizo que sus entrañas se retorcieran, no parecía ser el típico sonido del viento, sino que se asemejaba más a un grito de mujer. Cada sonido que había era más escalofriante de lo que en realidad podría ser, pues estaban potenciados por el miedo. Los minutos parecían horas, y en momentos como ese, cada cosa es un tormento.
Pasados unos minutos, un estruendo fuerte se escuchó, y tras este, una luz iluminó toda la cueva, hasta el último rincón. El caballo salió corriendo despavorido al sentir la presencia de lo que se aproximaba. Jhonatan se paró de dónde estaba, con ganas de echarse a correr detrás del animal, pero escuchó la voz del anciano retumbar en el lugar, diciendo:
· Recuerda que pueden atentar contra la salud y contra la mente, pero nunca podrán quitar la vida. Resiste y serás recompensado.
Justo al terminar la frase, una llama de fuego salió desde el suelo, y de ella una mujer hermosa como ninguna. Era Margoth, quien con un vestido corto de color negro y unas alas gigantescas se paró frente a él, y con voz enternecedora le dijo:
· Te lo advertí, Jhonatan. No debiste haber seguido tu camino.
De su mano brotó una espada de fuego, y sus vestiduras desaparecieron, mientras su cuerpo se deformaba y tomaba un aspecto asqueroso y aterrador. Jhonatan estaba impactado viendo todo esto, no sabía qué hacer, solo miraba boquiabierto lo que ocurría frente a sus ojos.
Margoth levantó la espada, y cuando Jhonatan la siguió con la mirada, sintió que una nueva espada le atravesaba por la espalda. Sus pulmones se comprimieron, sintió una presión enorme en su pecho, y una gota helada de sudor bajó desde su frente, llegó a la punta de su nariz y cayó al suelo, mientras escuchaba una escalofriante voz que le decía al oído:
· No debiste haber venido, es hora de que pagues por tu rebeldía.
Era Frederick, hijo de Igmeo; el dios del sufrimiento y príncipe de los demonios encargados de la locura y el tormento psicológico.
Sacó la espada del cuerpo de Jhonatan y le dijo con un tono amenazante:
· Desde ahora no te dejaré morir, pero te haré sufrir eternamente, para que viviendo desees la muerte.
Jhonatan quiso levantarse del suelo, pero la espada de Frederick le volvía a atravesar el torso. La mujer se acercó también, pero no lo atacó con su espada, sino que lanzándola contra una pared abrió una especie de portal, de donde comenzaron a salir toda clase de insectos. Mientras los insectos se subían por todo el cuerpo de Jhonatan, Margoth, cambiando de apariencia nuevamente, se acercó a su oído y con una voz dulce y escalofriante le empezó a hablar.
· Padre Jhonatan, has sido un hombre muy malo. Condenaste a miles de inocentes, te lavaste las manos en el agua bendita y te purificaste con la sangre derramada de quienes hoy sufren en el lamento del fuego eterno.
Luego la voz de la mujer cambió drásticamente, siendo ahora una voz demoniaca, que estremeció las entrañas y hacía temblar hasta las rocas, y comenzó a hablar en un idioma nuevo, un idioma desconocido, el lenguaje de los ángeles, ese que al hombre no le es permitido entender. Los oídos de Jhonatan empezaron a sangrar, su cabeza se sentía palpitar y hasta parecía que iba a reventar, y el dolor era cada vez mayor en su torso. Y fue ahí, en medio del dolor, cuando recordó las palabras de aquel hombre.
Cerrando sus ojos trató de mantener la cordura, pues comprendió que ciertamente no moriría, pero si resistía y no huía, podría esperar algo mejor, o al menos diferente.
Frederick al percatarse de que Jhonatan estaba resistiendo, tomó una cruz y la clavó al revés sobre la tierra, es decir, con el cruce abajo y no arriba como debería ser. Colgó de la cruz a Jhonatan y sacó una daga, la clavó en el ombligo del hombre crucificado y empezó a abrir lentamente su abdomen. La sangre y los intestinos salían de su vientre, a chorros salpicaba todo alrededor; el cuchillo se sentía como quemadura mientras rompía la piel, el aire parecía agotarse, y un fuerte dolor de cabeza empezó a agudizar el sufrimiento de Jhonatan. Todos los insectos entraron por esa herida de su abdomen y se sentían caminar por dentro de su cuerpo.
Jhonatan empezó a llorar del dolor, no podía gritar por la falta de aire, sentía su cuello como si estuviera colgado con una soga; la crueldad de lo que sentía era algo que nunca había experimentado o siquiera imaginado. Frederick se acercó a su cara y mirándolo a los ojos le dijo:
· Me causas mucha pena, Jhonatan. Mírate ahora, llorando y sin oportunidad de hacer nada, sabiendo que eras uno de los más poderosos hombres de Waitabo. ¿Te digo algo? En el mundo hay gente más poderosa que tú; Waitabo es solo una pequeña ciudad de idiotas, y tú, siendo un rey de esta ciudad, eres un trozo de mierda en comparación a lo que hay allá afuera. ¿Y sabes algo aún mejor? Ni todo el mundo junto puede vencerme.
Jhonatan lo miraba y seguía llorando, no había forma de defenderse, ni siquiera podía responder.
· Jhonatan - dijo Frederick levantándose -, tú me agradas. Te dejaré huir de aquí y te perdonaré.
La cruz desapareció, Jhonatan cayó al piso con un dolor intenso en su cuerpo, pero sin ninguna herida ni rastro de lo que le habían hecho. Se levantó y miró directamente a Frederick, y sonriendo de manera retadora le dijo:
· Yo no te tengo miedo, cobarde. Solo utilizas tus poderes para atacarme, ya que seguramente a golpes no podrías ganarme ni hacerme nada.
Jhonatan decía esto pensando en las palabras del anciano, pues no estaba seguro de lo que decía, pero confiaba en que, si no moría, podía ganar tiempo con esto, y así pasar la noche. Frederick soltó una risa burlona y le respondió:
· No tienes ninguna oportunidad contra mí, no me hagas perder el tiempo.
· ¡Vaya! - dijo Jhonatan - No pensé que un ser tan poderoso fuera a su vez tan cobarde.
Margoth soltó una pequeña risa y dijo a Frederick:
· ¡Vamos! Dale lo que pide. Es valiente y muy tonto a la vez. Demuéstrale que también puedes destrozarlo en el combate mano a mano.
Frederick se paró a un metro de distancia de Jhonatan y abrió los brazos, aceptando así la petición de Jhonatan, haciendo desaparecer a su vez las espadas. Jhonatan se posicionó y se preparó para dar el primer golpe, sintiendo en su corazón que estaba cometiendo un grave error.
Sánchez por su parte, luego de que mató a Erick y a Luz Díaz, esperó a que la madre del hombre llevara a los niños, para que no quedara nadie que pudiera acusarlo de algo. Cuando la abuela llegó con los niños, Sánchez los amarró a los tres con unas sogas que se usaban para amarrar el ganado, y tomó un cuchillo de la cocina para matarlos.
Se acercó a la anciana y la miró directamente a los ojos. La mirada de la mujer reflejaba miedo puro, mientras los ojos de Sánchez eran una caverna escalofriante sin emociones. Todo estaba listo, ya no había nada que pudiera rescatar a la señora y a los niños; sin embargo, Sánchez sintió que era mejor llevarse a los niños lejos y abandonarlos, pues nunca le había hecho daño a un niño y no quería hacerlo por primera vez.
Tomó a los niños y los llevó a otra habitación, dejándolos ahí mientras asesinaba a la mujer. Para no tardar mucho, se paró a la espalda de la señora y con el cuchillo le cortó el cuello, hasta arrancarle la cabeza. Tomó la cabeza y la lanzó al bosque para que los animales se la comieran y pensó que para que los niños no le significaran un problema debía llevarlos a una ciudad diferente, y se le ocurrió que llevarlos a Waitabo sería la mejor opción.
Esperó a que los niños se quedaran dormidos para que no se dieran cuenta de a donde los llevaba, y mientras tanto, se llevó el cuerpo de la mujer para ocultarlo.
Los niños estaban asustados, y no querían dormirse por ningún motivo, pero, al estar atados y con la boca cubierta, en sus esfuerzos por gritar y por lo mucho que lloraban, el agotamiento los hizo caer finalmente dormidos luego de un rato. Sánchez tomó a los pequeños y los subió a una carreta, y emprendió su camino a Waitabo; era de noche, así que tuvo que llevar una lámpara para alumbrar el camino a su caballo. El camino era largo, lo suficiente para que el corazón se calmara y Sánchez pudiera respirar y pensar bien las cosas, llegando al punto de romperse en llanto al pensar lo que era y en lo que se estaba convirtiendo.
Llegó a Waitabo cuando ya estaba saliendo el sol, llegó a la casa donde antes se refugiaba su banda y se acercó por la parte de atrás, por el bosque que una vez usaron para huir. Quiso dejar a los niños ahí, pero cuando los iba a sacar de la carreta se dio cuenta que alguien estaba viviendo en esa casa. Se quedó atrás de unos árboles y arbustos, y trató de ver si reconocía al nuevo residente de lo que un día fue su guarida.
No lograba ver nada y el día empezaba a clarear, lo cuál sería un problema, así que debía hacer algo rápido para irse sin que lo vieran. Sacó a los niños aún dormidos de la carreta y los estaba desatando, preparándose para irse y pensando que los niños ahí serían encontrados y ayudados por alguien, pero cuando los estaba desatando se despertaron y empezaron a gritar, alarmando a la gente que vivía ahí cerca.
Las personas que vivían ahí junto al bosque tenían armas de fuego y siempre estaban preparados para matar algún animal o a algún intruso, así que al oír los gritos salieron con sus armas a ver lo que sucedía. Sánchez enojado tomó al niño que estaba desatando justo en ese momento por el brazo y se subió rápido a la carreta, mientras la gente se acercaba. El niño era el más pequeño de los dos, y el afán de Sánchez buscando huir, acompañado de lo mucho que el pequeño se movía por el miedo a lo que este hombre pudiese hacerle, además de la herida que Sánchez tenía en el brazo, provocaron que el niño se soltara cuando ya estaba la carreta en movimiento. Las personas vieron la carreta y comenzaron a disparar, el niño cayó y Sánchez no se pudo detener a agarrarlo. El pobre niño quedó gravemente herido por la velocidad en que iba la carreta y las piedras del camino en que cayó.
Sánchez se fue huyendo otra vez de Waitabo, y ahí fue cuando decidió esconderse un poco más en Acuña, en la casa abandonada que estaba cerca a la casa de los Díaz. A pesar de que los niños seguían vivos, ya en Acuña no quedaba ningún Díaz, así que no había familia directa por la cual debiera preocuparse Sánchez. Fue a la casa abandonada y empezó a planear su ataque a los sacerdotes de Waitabo.
Los niños fueron adoptados por el señor Pabón, que decidió cuidarlos al saber lo que les había ocurrido. El señor Pabón era el hombre que vivía en aquella casa, era un hombre de mucho dinero y no estaba casado, pero tenía empleadas que podían ayudar a la crianza de los niños.

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