El ojo del huracán.

9 1 0
                                    

Todo en Waitabo parecía estar tranquilo, la gente no se imaginaba lo que pasaba fuera de la ciudad, aunque se sentía el ambiente pesado, extraño e incómodo.
Julieta estaba aún en el hospital, la deshidratación que sufrió fue tan fuerte que debía quedarse algunos días ahí en recuperación. Se sentía confundida, no recordaba bien lo que había pasado, solo tenía vagos recuerdos de cuando trabajaba en el prostíbulo y cuando conoció a Jacob.
Los médicos no sabían el porqué de su pérdida de memoria, nunca habían visto en la ciudad algo similar. Por causa de la guerra no la podían dejar salir de la ciudad, pero tampoco podían tenerla ahí, así que acudieron a la única persona que relacionaban con ella, Jacob.
Jacob estaba en el templo, asustado por la voz que escuchó, pero enardecido por la muerte de su hermano; seguía gritando y llamando a Frederick. Luego de unos minutos se le apareció el hombre, parado sobre una de las cruces, vestido de traje rojo como el fuego vivo y un sombrero hermoso.
• ¿Qué quieres ahora? – le dijo mientras sonreía maliciosamente.
• Tú sabes lo que quiero – dijo Jacob.
• Claro que no. ¿Crees que soy una especie de dios o qué? No lo sé todo.
• Han matado a mi hermano, y he venido a pedir tu ayuda para vengarme.
En un parpadeo el hombre estaba frente a él, a pocos centímetros. Este enseriado le dijo:
• ¿Y por qué me buscas? Tú puedes hacerlo solo.
• Me matarán si voy solo – dijo Jacob.
• Te dije que nada te pasaría, ¿acaso no fui claro?
Jacob miró su mano, en ella tenía la daga dorada; volvió a mirar al frente y ya no estaba Frederick. Jacob entendió el mensaje, y quiso ir por el asesino de su hermano, pero cuando iba a salir llegaron los médicos con Julieta.
La trajeron hasta él, parecía confundida.
• Padre Jacob – le dijo uno de ellos –, esta chica ha salido del hospital, sufrió una tremenda deshidratación por causa de un secuestro. Al parecer perdió la memoria y solo lo recuerda a usted.
Jacob pensaba que Julieta estaba muerta, pero le alegró ver que no era así.
• Déjenla aquí – les dijo Jacob –, las monjas cuidarán de ella.
Julieta no decía nada, solo lo miraba, pero lo hacía como si lo estuviera analizando.
Cuando los doctores se fueron Jacob miró a Julieta, parecía diferente, su actitud era como la de una niña impresionada. Julieta estaba mirando todo el lugar, analizando todo, como si fuera el primer templo que veía en su vida. De un momento a otro, y mientras miraba la cruz del altar, dijo:
• ¿Por qué me veías así el día que nos conocimos? ¿Te parezco linda?
• ¿Qué? – dijo Jacob confundido.
• Tu mirada, no la olvido. Eres la primera persona que me vio diferente, pero en el momento creí que era por tu edad o algo así.
• Puede ser eso.
• En el hospital tuve tiempo de pensar, y creí que era posible que me consideraras bonita.
Jacob tenía frío el corazón, y aunque estaba feliz de tenerla cerca, la sed de venganza le impedía demostrar su sentimiento, así que solo le dijo sin la más mínima gota de ternura:
• ¿A dónde quieres llegar con esto?
Julieta lo miró, primero a los ojos y luego de arriba abajo. Notando algo diferente en su porte le dijo:
• No eres el mismo.
• Tienes razón – le dijo Jacob –. No soy, ni seré el mismo que conociste.
No dijo más y se fue, dejando a la chica ahí. Ella simplemente caminó hasta la cruz, miró al dios crucificado y le dijo:
• Gracias por darme una nueva oportunidad.
Jacob fue y se subió de nuevo al camión, estaba totalmente dispuesto a ir a matar a Datán y a Danosio, vengar a su hermano y de una vez desahogarse de todo lo que aún guardaba dentro de su corazón.
Los hombres estaban en el bosque con el resto de militares, habían revisado casa por casa sin encontrar nada, así que empezaron a buscar en el bosque. Samantha fue a buscar a su amado y lo encontró entre las rosas, y lloró amargamente sobre su cuerpo, mientras pedía a las personas que le ayudaran a llevarse el cuerpo.
Dalila y Jhonatan corrían tan lejos como podían, no sabían ni a donde iban, pero debían escapar de sus posibles enemigos. Jhonatan quería salvar a Dalila, pues, aunque él era a quien estaban buscando, él quería aprovechar más a este nuevo amor que estaba sintiendo.
Corrieron entre los árboles durante un largo rato, luego caminaron, y ya cansados, Jhonatan y Dalila se detuvieron bajo un árbol de mangos, y él bajó un par para comer con ella.
Dalila aprovechó el momento y le preguntó:
• ¿Quién eres? Dime la verdad, ¿por qué huyes?
Jhonatan trataba de evadir el tema, pero ella insistía en preguntar lo mismo; así que le contó toda la verdad.
• Mi nombre es Jhonatan Casablanca, sacerdote de la catedral de “San Pedro de Silicio”, uno de los peores hombres que han existido. Mi nombre está manchado con sangre y lágrimas de inocentes. Soy uno de los sacerdotes que esclavizó durante años a los chicos que querían servir a dios, maltrataba a las mujeres y siempre las vi como objetos para mi placer. Hoy esas personas buscan venganza contra los sacerdotes, y yo soy uno de los que buscan.
Dalila lo veía y no se lo creía, o más bien no quería creerlo, porque se veía diferente a lo que narraba. Jhonatan no parecía un maldito machista, esclavizador de niños y violador de mujeres; pero lo era. Sintió mucha desconfianza, y sus ojos se empañaron por la decepción que sentía en ese momento.
Para calmarla un poco y que no se asustara le dijo:
• Pero eso es mi pasado, te juro que quiero cambiar, quiero dejar esa vida atrás y empezar una nueva vida, contigo.
Ella lo miró a los ojos, los cuales le brillaban como los de una persona inocente, y sonriendo dulcemente le dijo sin palabras que le creía y confiaba en él, mientras lo sujetaba de la mano.
A esto le solemos llamar amor, a esa falta de interés por lo evidentemente malo y la acción de ignorar voluntariamente todo lo incorrecto, con la intención de ser “feliz”.
Jhonatan no le mentía del todo, pues muy adentro de su corazón sentía realmente que quería cambiar por ella. Era una estupidez, y una que es demasiado común en las personas; era la primera vez que se sentía así, tan atraído por alguien, y esto era lo que lo afectaba.
Datán y Danosio estaban en el pueblo, esperando a que los soldados capturaran a Sánchez y/o lo mataran. Habían ido al templo y sacado el cuerpo de Frank, para que otros soldados se lo llevaran, y se quedaron a descansar ahí.
• Somos los últimos – le dijo Datán a Danosio –, ¿qué se supone que haremos ahora con las otras catedrales?
• Enviaré carta al ministerio – respondió el obispo –, ellos mandarán nuevos sacerdotes a cubrir los puestos.
Datán era frío e inexpresivo, se quedó en silencio durante algunos minutos, y luego dijo:
• Deberíamos aprovechar que Sánchez está controlado, vamos a Manitas, conozco un lugar para relajarnos.
Danosio aceptó, confiado de su compañero, después de todo era uno de los suyos y estarían más seguros juntos. A él no le gustaba la guerra, pero, mientras estuviera en medio de ella, su mejor opción era estar acompañado por un guerrero como Datán.
Datán, por el contrario, amaba sentirse poderoso y estaba disfrutando de lo que estaba sucediendo. Él sabía que Danosio quería acabar con la guerra y buscar la paz, y esto le molestaba mucho, porque no quería dejar de sentirse superior. Tomaron un camión y se fueron con destino a Manitas, Danosio era el conductor; debían cruzar un par de montañas para llegar hasta allá, lo cual era parte fundamental del plan que tenía Datán.
Iban en el camión, pocos minutos después de haber salido, cuando Datán le pidió que se detuvieran ahí, en medio de la nada.
• ¿Qué sucede? – le preguntó Danosio – ¿Por qué me has pedido que me detenga?
• Baja del auto – dijo Datán con tono de voz frío y suave.
Bajaron del vehículo, y Danosio sintió dentro una especie de advertencia mística, sabía que algo malo iba a pasar; Datán sacó un arma y la cargó, lo que confirmó la sospecha. El obispo tragó saliva, como si fuera el trago de amargura y resignación ante la inminente muerte, y sin mirarlo le dijo a Datán:
• ¿Qué harás después de que me mates?
• Tener el poder – dijo él con una pequeña risa.
• Aún quedan otros sacerdotes.
• Miller y yo somos los últimos, no creo que el pequeño chico pueda ser un problema.
• ¿Entonces lo dejarás vivir?
• Si lo encuentras en el infierno, junto a ti, sabrás que mi decisión cambió.
Le apuntó a la cabeza, y sin decir ni una palabra más le disparó. El disparo le voló la cabeza, y el cuerpo cayó derramando sesos por todo lado.
Datán se subió en el camión y se fue, siguió su camino hacia Manitas y dejó el cuerpo ahí tirado sin ningún remordimiento. Jacob en ese momento estaba llegando a Santa Mónica, las personas estaban asustadas aún, y se asustaron más al verle, pues pensaban que él era uno de los malos. Él entró al templo a buscar a Danosio y Datán, y al ver que no estaban salió y se dirigió a las personas del pueblo.
• Tranquilos todos – les dijo –, solo he venido por los otros sacerdotes, ¿saben dónde están?
Pero nadie respondía, temían que fuera una trampa.
Jacob no sabía qué hacer, así que resignado entró de nuevo al templo. Ahí adentro, de la nada apareció frente a él aquel hombre que había visto en la estatua del crucificado.
• ¿Qué haces aquí? – preguntó Jacob.
• Veo que ahora eres más frío, has dejado de lado la debilidad de los sentimientos humanos y te has llenado del único sentimiento que sirve para sobrevivir, el odio. He venido a darte lo que buscas.
Jacob intrigado preguntó:
• ¿Qué es?
El hombre le entregó una hoja de papel, en la cual estaba la ubicación exacta de cuatro personas, que eran Datán, Jhonatan, Sánchez y Jorge. Jacob vio el nombre de Jorge y se sintió confundido, no tenía nada en contra del hermano de su amigo, ¿por qué querría su ubicación exacta? Quiso preguntar la razón, pero el hombre se esfumó de nuevo.
Jorge estaba en ese momento en la montaña, cerca de las minas, sacando riquezas de la tierra y aprovechando el poder que había recibido. Frente a él se apareció Frederick, de traje púrpura y camisa negra.
• Hola, Jorge, ¿cómo has estado? – le dijo Frederick.
• ¿Qué quieres? – dijo Jorge, asustado por la presencia de aquel hombre.
• No es mucho. ¿Quieres todas esas riquezas? Te recomiendo que tengas cuidado, porque Jacob tratará de matarte para quedarse él con ellas.
• ¿Jacob? ¿El amigo de Emiliano?
Jorge no sabía que Emiliano había muerto, así que Frederick aprovechó la situación para decirle:
• Sí, él. Aunque yo no diría que es su amigo, porque, ¿quién mataría a su propio “amigo”?
• ¿De qué hablas? – cuestionó Jorge.
• ¿Por qué no vas al bosque y ves por ti mismo lo que Jacob le hizo a tu hermano?
Jorge fue al bosque y buscó desesperadamente por toda parte a su hermano, hasta que vio un cuerpo colgado de un árbol. El cuerpo colgaba sujetado de los pies por una gruesa cuerda, con el cuerpo lleno de aparentes puñaladas.
Todo era una ilusión creada por Frederick, su plan era enfrentar las dagas doradas y divertirse mientras ponía a Jorge en contra de Jacob.
El cuerpo colgado era idéntico al de Emiliano, Jorge se dejó engañar, y lleno de ira sacó la daga y sujetándola con fuerza le dijo:
• Dime donde está ese maldito, lo mataré.
Fue así como empezó el camino al fin, la trampa había funcionado y ahora quedaría por verse quién sería el último en morir. Frederick se regocijaba viendo a las personas luchar hasta la muerte, aún más cuando las controlaba psicológicamente para que lo hicieran, pues algo que nadie sabía hasta ahora era que ningún ángel ni demonio podía quitar la vida de una persona, pero si provocar la muerte.
Frederick aprovechaba su poder de manipular las mentes para enloquecer a las personas e impulsarlas a actuar conforme a lo que él quisiera, y siempre le había funcionado.
Jacob fue primero a Manitas, quería matar principalmente al asesino de su hermano, el resto no le importaban.
Datán llegó a Manitas y fue al prostíbulo para relajarse, según él.
Pidió una habitación y a Sofía como compañía, una de las chicas más lindas. Cabello negro largo, cintura perfecta, abdomen plano, nalgas firmes y senos pequeños pero redondos; con grandes ojos negros como la nada, sus labios gruesos y brillantes, una piel color canela y un olor mágico, como la más exquisita fragancia imaginable. Sofía le empezó haciendo un baile sensual en ropa interior, lento y fascinante, con pequeños roces de cuerpos y labios para provocar al hombre.
La chica se acercó de espaldas, y rozaba su trasero con la entrepierna de Datán. Él comenzaba a tocarla suave en su lomo, dándole también pequeños y dulces besos.
El calor de la habitación no era fuerte, sino más bien tierno y acogedor, como calor de hogar, el que produce ganas de permanecer. Los cuerpos empezaron a acercarse más, los labios lentamente se juntaron y los besos se encargaron de dar vía libre al siguiente paso. Sofía se quitó la ropa y ayudó a Datán para que también estuviera desnudo, se sentó sobre él, y con un beso profundo empezó a mover su torso para que se produjera una lenta y emocionante penetración.
La pasión no se trata de movimientos sofisticados o salvajes, ni tampoco significa enloquecerse y actuar como animales. La pasión es la conexión interna de los sentimientos, la fuerza que se crea por dentro y empieza a brotar por los poros de la piel. La pasión es ese punto máximo que te da permiso para hacer lo que quieras y te quita el miedo, aumentando el ánimo. Es la libertad de los sentimientos, ese pecado que va en contra de lo correcto, porque no conoce de límites.
Datán era un pecador por otras razones, pero se dice que el peor pecado siempre va a ser el que te lleve a la muerte. El mayor pecado de Datán fue dejarse llevar por la pasión, justo ahí, justo en ese momento, justo en medio de la guerra.
Jacob iba a toda prisa, nada lo detenía de las ganas de matar a Datán. Ya no estaba enojado, su corazón parecía apagado, era como si no tuviera alma y solo fuera un ser vacío con sed de sangre.
La noche estaba cayendo sobre Waitabo y sus alrededores, cuando Jacob llegó a Manitas. Era una tarde fría, la neblina empezaba a cubrir el pueblo mientras la noche daba inicio, Jacob esperaba a una distancia considerable del pueblo dentro del camión.
En la ciudad de Waitabo se empezaba a regar una pregunta entre los habitantes, pues era sábado y no sabían si habría misa al día siguiente, ya que ningún sacerdote había regresado.
Jorge por su parte iba en un caballo, buscando a Jacob para cobrar venganza, pero la noche hacía que el caballo fuera más lento.
Era ya la noche, el reloj de la iglesia marcaba las veintiún horas, hora de dormir, y Jacob encendió el auto. Datán estaba en la cama de aquella habitación, descansando luego de la acción con Sofía; estaba a gusto, relajado y desprevenido.
El vehículo se acercaba, la gente se asomaba por las ventanas para ver quién era el que llegaba a esa hora. El camión entró al pueblo y se fue entre las calles hasta estacionar frente al prostíbulo, aquella casa blanca que había traído alguna vez un amor efímero a Jacob.
El chico bajó del camión lentamente, empuñó con fuerza la daga dorada y entró al lugar sin detenerse por nadie hasta llegar a la habitación donde estaba Datán. Jacob abrió la puerta, y justo en ese instante una flecha le pasó por el lado de la oreja.
Datán no sabía que era Jacob, pero por su pasado de cazador siempre estaba alerta a cualquier ataque. El problema real fue la confianza, pues al ver que quien irrumpía en su habitación era el joven Jacob, bajó la guardia y lo invitó a pasar a la habitación. El chico entró y se sentó en un sillón que había en la habitación, escondiendo su arma, mientras desde la cama Datán le decía:
• ¿Cómo lo ves, chico? Ya casi lograremos nuestro objetivo de conquistar Waitabo y tenerlo bajo nuestro completo dominio. Solo falta matar a Sánchez, aunque creo que los militares ya se encargaron de él.
Jacob no decía nada, y analizaba toda la habitación, viendo que Datán no tuviera con que defenderse cuando lo atacara. Mientras tanto el hombre seguía diciendo:
• No te conozco bien, pero veo en tus ojos ese espíritu dominante y fuerte, y sé que también deseas el poder. Juntos lo lograremos, aunque te advierto que deberás estar bajo mi autoridad.
El hombre comenzó a reír y por último añadió:
• Es sábado, tengo un camión, ¿quieres qué te lleve a la ciudad? Mañana es día de misa.
Jacob se levantó, se acercó y tan rápido como pudo se lanzó sobre el hombre. Datán no podía moverse, el peso de Jacob lo tenía detenido y le impedía defenderse, estaba perdido.
• ¿¡Qué haces!? – le gritó.
• Vengarme – respondió Jacob con un tono de voz muy bajo.
Tomó la daga y con la parte del mango golpeó en un lateral de la cabeza a Datán, dejándolo inconsciente. Lo amarró de las esquinas de la cama, y antes de que despertara le cortó las manos y los pies. La daga dorada podía cortar cualquier cosa sin dificultad.
Al despertar, Datán sintió el dolor de sus extremidades mutiladas, y empezó a gritar y retorcerse de dolor. La gente que había cerca se alertó, la noche siempre era tan callada que cualquier ruido se escuchaba con claridad.
• ¡Cállate ya! – le dijo Jacob.
Tomó un trapo y se lo metió en la boca, impidiendo así que los gritos se dispersaran. Se acercó a su oído y le susurró:
• Los pecadores merecen ser castigados, ¿no es lo qué enseñas? Pues, como eres pecador, ahora ha llegado tu momento de pagar por tu pecado.
Clavó la daga en el vientre de Datán, y cuando la iba a mover para abrirle el estómago, sintió que alguien venía hacia él. Sacó la daga y con rapidez volteó, deteniendo así el ataque de Jorge, chocando ambas dagas.
• ¿Qué diablos haces? – le preguntó Jacob.
• Vine a matarte – respondió.
• Yo no soy el malo, no seas idiota.
• Tú mataste a mi hermano – dijo Jorge enojado.
Jacob se sorprendió, tampoco sabía que Emiliano había muerto. Con una patada en el pecho lo apartó y le preguntó:
• ¿Emiliano ha muerto?
• No te hagas el tonto, Jacob. Sé que fuiste tú.
• ¿Por qué crees que fui yo?
Jorge no respondió, y de nuevo se lanzó sobre él tratando de apuñalarlo. Datán se desangraba mientras tanto en la cama.
Las dagas chocaban, salían chispas de cada choque entre ambas, pero ninguno lograba nada. Ambas tenían el mismo poder, y ellos solo trataban de atacar de la misma manera, no lograrían nada si seguían igual. Jorge se dio cuenta de esto y decidió usar una nueva estrategia; hizo el gesto como si fuera a lanzar su ataque por un costado, y mientras Jacob mandaba la suya para defenderse, el pie de Jorge lo haría caer.
El plan funcionó, Jacob cayó al suelo y quedó a disposición de Jorge, quien rápido se lanzó sobre él para impedirle reaccionar. Levantó la daga con la intención de clavarla en la frente de Jacob, pero en ese momento fue transportado a un lugar extraño. El lugar estaba lleno de rosas blancas, con praderas verdes a todos lados y una sensación de tranquilidad inigualable.
Una cruz de palo apareció frente a él, y una voz inigualablemente dulce se escuchó decir:
• Has hecho bien las cosas, inclínate para ser coronado como te lo mereces.
Él dobló una de sus rodillas y ubicó sus manos en posición de rezo, agachó su cabeza y fijó su vista en el suelo. Vio unos pies, de alguien que se paraba frente a él, y sintió como se acercaban a poner algo en su cabeza.
Sin levantar el rostro sintió que algo se derramaba por su frente, y vio que al suelo caían gotas de sangre. Se levantó y miró a todo lado, pero no había nadie, solo se veía cambiar de color las rosas blancas, volviéndose rojas como la sangre. Quiso correr de la desesperación, su cabeza le empezaba a doler y la sangre seguía cayendo por su frente y entre su cabello.
Pero sintió que lo colgaban de la cruz, y frente a él apareció Frederick diciendo:
• Eres obediente, y eso me agrada. Pero nunca incumplo a mis promesas.
Se desvaneció y en su lugar apareció un gran espejo, en el que Jorge se vio con una corona de rosas y su cara llena de sangre. Fue mucho más desesperante cuando en el espejo su reflejo parecía derretirse, y empezaba a caerse por pedazos.
Ver su propia cara cayéndose a pedacitos era lo más traumático que Jorge había visto, y como era de esperarse, todo era parte de una ilusión hecha por Frederick.
Jacob aprovechó y se quitó a Jorge de encima, y con el mismo impulso tomó la daga y la enterró repetidas veces en el pecho de Jorge, matándolo y dejando el lugar salpicado de sangre por todas partes.  Involuntariamente comenzó a reír de manera aterradora, como un maniaco, y pasó su mano por su cabello, llenándolo de sangre.
Se paró y vio a Datán, y pensó que lo mejor sería dejarlo ahí sufriendo.
Era ya de madrugada, Jacob salió de aquella casa y se fue en el camión, con dirección a la catedral. Empezaron a caer lágrimas de sus ojos mientras conducía, los sentimientos volvían a él y reaccionaba después de todo lo que había ocurrido.
Llegó a la catedral antes de rayar el alba, y se tiró a los pies del cristo crucificado que había en el altar, comenzó a llorar amargamente y pidió perdón al cielo por todo lo ocurrido. Julieta se paró en un lado del templo a mirarlo en silencio.
Cuando amaneció la gente se acercó a la catedral, Jacob se paró a dar la misa y lo hizo todo como si nada hubiese ocurrido.
Cuando todo terminó Jacob entró a comer y Julieta se acercó y le preguntó:
• ¿Qué es lo que está sucediendo?
Jacob la miró de reojo y respondió secamente:
• La paz, eso es lo que está sucediendo.
Pasaron algunos días, los militares se cansaron de buscar a Sánchez y calmaron toda la guardia, todo estaba tranquilo en Waitabo. Parecía que la paz había llegado, por fin, después de tanto tiempo.
Jacob mandó la carta a los de más alto rango de la iglesia para que mandaran sacerdotes a las catedrales, a lo que el ministerio respondió subiéndolo de cargo a catedral, y mandando a algunos sacerdotes jóvenes para que él los distribuyera por las catedrales. Jacob se ganó el respeto de la gente y de la iglesia por sobrevivir a todo lo que había ocurrido, el tiempo pasaba y la paz se sentía en el ambiente.
Julieta se quedó a vivir ahí con él, pero no como pareja, sino como amiga, como inquilina. Jacob mandó a cancelar las penas de muerte a pecados simples y dio más libertad a las personas de Waitabo. También fomentó la ayuda a los pobres y el apoyo a las mentes brillantes para que la ciudad avanzara.
Dalila y Jhonatan, luego de mucho caminar llegaron a un pueblo llamado Santuario, y se quedaron ahí a vivir. Él empezó a trabajar con uno de los pueblerinos en una carpintería, mientras ella se encargaba de las tareas del hogar.
Datán al final fue rescatado, pero sin manos ni pies no le quedaba más opción que quedarse a merced de las personas que lo cuidaban.
Todo estaba yendo bien, marchaba de manera tranquila, y parecía que la paz reinaría desde ese momento en adelante. Pero solo era el ojo del huracán, y no se imaginaban lo que vendría después.

Los Santos De Waitabo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora