Rosas blancas.

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Al día siguiente, cuando eran las diez de la mañana, Samantha tomó la iniciativa de ir a buscar a su amado; tomó un poco de comida y fue a buscarlo a las minas para dársela. El plan era llegar de sorpresa, pues él aún no sabía que ella estaba ahí, pero la extrañaba y la pensaba mucho.
Samantha iba feliz, con ansias de verlo por fin después de tantos días. Cuando lo vio desde lejos, sin que él la viera, su sonrisa empezó a apoderarse de su rostro y su corazón latía en ritmo musical de la emoción.
Se acercó silenciosamente a él y cuando estaba cerca, sin que él se hubiera percatado aún, le dijo a sus espaldas:
• Te extrañé mucho.
Él reconoció la voz, giró de inmediato y la vio; se fue hacia ella y la abrazó fuerte, le dio un beso y le dijo:
• Yo también te extrañé.
Se besaron como enamorados, como un beso de aquellos que te hacen perder la noción del tiempo. El jefe de Emiliano los vio y enojado le reclamó que volviera a su trabajo, a lo que Emiliano respondió levantando su dedo medio y diciendo:
• Váyase a la mierda y déjeme en paz.
Se fueron agarrados de la mano, la mina quedaba un poco lejos del pueblo, así que el viaje era un poco largo y debían cruzar un camino entre el bosque. Iban hablando y besándose, como buenos enamorados, hasta que a él se le ocurrió preguntar:
• ¿Por qué estás aquí?
• Pues por ti – respondió ella con algo de disgusto por la pregunta.
• Pero, ¿cómo lograste llegar aquí? Pensé que Jacob no te dejaría.
• Lo hice por ti, porque te amo. No estoy aquí con permiso de Jacob, escapé para verte.
Emiliano sonrió, la tomó por la cintura y la besó.
• Te amo, Samantha – le susurró, a pocos milímetros de sus labios.
• Yo te amo a ti – respondió ella, con una sutil sonrisa.
El amor despierta pasiones, y los cuerpos están llenos de deseos. Cuando se ama no hay piel que se resista al contacto, ni deseo que no quiera explotar.
Se besaron apasionadamente, mientras se tocaban por encima de la ropa. Se metieron al bosque para tener, según ellos, más privacidad y poder hacer el amor, pero se llevaron un gran impacto con lo que encontraron ahí entre los árboles y vegetación. Era un arbusto con rosas blancas.
Resulta que en Santa Mónica existía una leyenda, de esas que parecen inventadas para justificar los hechos científicos o las casualidades, la cual decía que si en el bosque te encontrabas una rosa blanca o un arbusto de esas rosas significaba que tu muerte estaba cerca. Dado a diversas condiciones, Santa Mónica era un lugar donde no debería haber esa clase de rosas, por lo que verlas si era algo muy poco común y hasta extraordinario.
Cuando Emiliano las vio se sorprendió, pero en lugar de asustarse aprovechó y le dio como regalo una a Samantha, quien admirada por la belleza de la flor se alegró y agradeció con el beso que daba inicio al reencuentro de sus cuerpos en el intercambio de sudor.
Mientras los cuerpos bailaban al ritmo del amor, y se deslizaban uno sobre el otro en ríos de placer, los gemidos de pasión comenzaron a recorrer el bosque.
No estaban solos, pero en el éxtasis de la pasión no lo notaban. Sánchez estaba ahí, a pocos metros de ellos, acompañado de sus hombres.
Los hombres de Sánchez querían acercarse a observar, pero él les mandó a abstenerse de hacerlo, pues no solo era algo pervertido, sino que también estúpido; los podían ver, y no sabían si las personas que estaban ahí teniendo relaciones sexuales eran peligrosas. Sánchez se cuidaba mucho, no quería morir sin antes acabar con todos los sacerdotes de Waitabo, pues sentía que así liberaría a su ciudad de una opresión y podría ayudar a que las personas fueran felices.
En la vida el malo no es siempre el que quiere destruir a todos, a veces el malo es el que quiere ir en contra de lo establecido, aun cuando solo quiere ser feliz. La revolución es un acto de deslealtad, deshonra y desprestigio, si lo ves desde el punto de vista del conformismo y hasta un poco de mediocridad; la revolución es un acto heroico, valiente, inteligente y honroso, si lo ves con los ojos de los agotados y de las víctimas cansadas de la opresión. La razón es un cuadro hecho por una especie de pintor incomprensible, que cambia de forma y de belleza según el punto de vista, y que cada uno aprecia desde donde quiere.
Sánchez era revolucionario, y no era un santo o un héroe, era solo una persona.
Pero para la iglesia esto significaba una cosa en concreto, Sánchez era el mayor pecador que podía existir. Mientras la banda estaba escondida, Datán fue de catedral en catedral reuniendo a los sacerdotes que aún quedaban vivos.
Datán no sabía con exactitud quienes habían muerto, así que recorrió todas las catedrales. Al final solo estaban Danosio, Jacob y él, solo los tres.
• Al parecer han logrado matar al resto – dijo Datán a sus compañeros.
• ¿Sabemos quién fue? – preguntó Jacob.
• Sí – dijo Datán enseguida –, fue Sánchez, el líder de los Wakayos. Y aquí tengo a uno de sus integrantes.
Un par de soldados entraron con Toni, el cuál seguía amarrado. Datán dijo sobre él:
• Este hombre fue enviado para matarme, pero como claramente no pudo, ha decidido traicionar a su banda. ¿Saben que hago yo con los traidores?
Jacob y Danosio se miraron sin responder.
• Síganme y les mostraré – dijo Datán mientras los llevaba a la calle.
Un camión esperaba afuera, unos soldados rodeaban el vehículo y todos hacían lo que Datán les ordenara. Los militares subieron a Toni al camión y los sacerdotes se subieron también para ser llevados al lugar que se había preparado para lo que estaba por venir.
Fueron a un lugar abierto, lejos de todo y allí se detuvieron. Bajaron del camión y fueron hasta un lugar que tenía un agujero en la tierra y un montón de hojas y ramas secas en el fondo de este.
• ¿Qué hacemos aquí? – preguntó Danosio – ¿Y para qué es el agujero que hay en el suelo?
• Es para que ustedes también vean que no es bueno ser un traidor – respondió Datán mientras arrojaban a Toni al agujero.
Era un agujero alto, el golpe que se dio Toni le había dejado muy adolorido y aporreado, así que comenzó a quejarse por el dolor. Datán le gritó:
• ¡No llores! Aún falta lo mejor.
Un soldado se acercó con una tinaja de combustible para camiones y un palo que tenía en la punta un trapo, como los que solían usar para hacer antorchas. Mojó el trapo con el combustible y luego vació el líquido sobre Toni.
Otro de los soldados se acercó y prendió fuego a la antorcha, y se la entregaron a Datán, quien con un tono de voz maligno y amenazante dijo:
• Esto es lo que merecen los traidores.
Soltó la antorcha dentro del agujero y de inmediato las hojas y ramas empezaron a arder, y así también Toni fue cubierto por el fuego, debido al combustible que lo bañaba. Los gritos de dolor eran horribles, el hombre se estaba quemando vivo y no podía salir de ese agujero que estaba arropado por completo en las llamas que cada vez crecían más. Uno o dos minutos después murió Toni, fue el tiempo suficiente para ser cruelmente asesinado.
Jacob estaba sorprendido, pasaba saliva sin saber que decir o hacer, estaba viendo a un asesino despiadado frente a él. Datán los miró, y en sus ojos se veía la más profunda maldad; la crueldad y falta de compasión eran un ingrediente fundamental en la apariencia terrorífica que tenía.
Sánchez por su parte se estaba acercando a Santa Mónica, él y sus hombres estaban a unos cuantos metros de la población. Él mandó a uno de sus hombres, diciendo:
• Ve y analiza si podemos refugiarnos aquí en este pueblo.
El hombre fue a caminar y analizar por todo el pueblo, mientras Sánchez y el resto hacían campamento en donde estaban. Eran doce los hombres que andaban en ese momento con Sánchez, el resto de la banda estaba esparcida por otras partes del bosque.
Entre esos hombres estaba Monchi, quien para Sánchez era uno de sus más confiables amigos por haber sido el encargado de matar a uno de los sacerdotes, según lo que él creía. Monchi no soportaba la tensión dentro de sí, sentía que debía contarle a Sánchez la verdad, pero también tenía miedo de lo que pudiera pasar.
El hombre que se había ido a explorar vio las luces del templo y fue corriendo rápido a avisarle a Sánchez. Cuando el líder de la banda escuchó esto se alegró, era una gran oportunidad para matar al sacerdote que hubiera ahí y así poder ir reduciendo el número de enemigos restantes.
Jhonatan y Frank estaban en el templo conversando, decidiendo si se iban o se quedaban un tiempo más en Santa Mónica. Por su parte, Frank quería quedarse porque sentía que ahí estaban seguros.
Jhonatan salió a la puerta del templo mientras seguían hablando, miró hacia el pueblo y vio a Dalila. Cuando la vio dejó de hablar y se quedó mirándola, ella iba caminando tranquila con las chicas con quienes vivía.
• ¡Jhonatan! ¿Me estás escuchando? – dijo Frank al notar el repentino silencio de su compañero.
• He visto a la jovencita más hermosa que podrías imaginarte – respondió Casablanca.
Frank pensó que esto solo era por evadir la conversación, así que solo dijo:
• Si quieres vete a otro pueblo, yo me quedo aquí unos días más.
• Sí – respondió Jhonatan –, pero a esa chica me la llevo conmigo.
Jhonatan entró de nuevo, se quitó el atuendo de sacerdote y se puso una camisa rosada que tenía para los días libres. Salió con afán y fue a buscar a la chica que había visto.
Ella, cuando estuvo en la catedral de la “Santa María de los pobres”, era privada de interactuar con los sacerdotes sin autorización, por eso es que no se conocían bien y no se reconocían vestidos diferente a lo que estaban acostumbrados.
Jhonatan era un sujeto muy atractivo físicamente, su rostro llamaba mucho la atención y su cuerpo era escultural. La camisa se apretaba a su cuerpo y se marcaban sus músculos, robándose así las miradas de muchas de las mujeres del pueblo.
Cuando Dalila lo vio quedó también maravillada, el hombre era hermoso y venía de frente hacia ella. Él se acercó y le dijo:
• Hola, ¿eres de aquí?
• No – respondió ella –, vivo aquí hace muy poco.
• Es que yo también estoy aquí desde hace muy poco y quisiera conocer bien el pueblo. Cuando te vi pensé que eras la indicada para darme un recorrido por el lugar, ya que no hay nada mejor que conocer un lugar en compañía de una chica hermosa como tú.
Dalila se sonrojó con esas palabras, no estaba acostumbrada a ellas, a pesar de ser hermosa. Le respondió con una gran sonrisa, diciendo:
• Podemos conocer el lugar juntos.
Las miradas empezaban a hablar de amores entre ellos, era una de esas ocasiones en que con solo ver a otra persona sientes una conexión que va más allá de los sentidos, de esos momentos mágicos que rara vez se viven. Se sonrieron.
Dalila iba a dar un paso para acercarse a él, cuando se vio llegar a los hombres armados. Todo el mundo se encerraba en sus casas, a Jhonatan le tocó esconderse con Dalila en esa casa, y desde ahí observaron lo que ocurría.
Los hombres se pararon frente al templo y empezaron a disparar hacia adentro. El templo era pequeño, y era muy difícil que alguien desde adentro escapara por otro lado que no fuera la puerta.
Dos hombres entraron al templo, se oyeron unos cuantos disparos más, y unos segundos después sacaron arrastrado el cuerpo sin vida de Frank. Jhonatan pasaba saliva, su corazón latía fuerte mientras veía el cuerpo de su compañero y sentía que la suerte lo había salvado a él de estar ahí en ese momento.
Vieron llegar a Sánchez, quien se paró en las puertas de la iglesia y dijo a fuerte voz:
• Gente de Santa Mónica, sean libres de sus esclavistas, gócense y alégrense en su libertad. El tiempo de luz ha llegado, acabaremos con toda esa oscuridad que durante tanto tiempo nos ha atormentado.
La gente, con un poco de miedo y desconfianza empezó a salir de sus casas, pero Jhonatan no quiso salir, ni dejó salir a Dalila.
Las personas se acercaban a los asesinos y les preguntaban las razones por las que decían y hacían estas cosas, y al ser estos hombres tan humildes y similares a los pueblerinos, lograron hacerlos entender la mentira de quienes decían ser enviados de dios.
No fue mal visto este acto por la gente de fe, sino que fue entendido por las personas con uso de la lógica, creando así una confianza y un agradecimiento hacia estos hombres. Los hombres no eran buenos, pero los habían librado de un mal mayor.
Los pueblerinos ofrecieron una fiesta de bienvenida a los hombres, una celebración por la libertad. Todas las familias se reunían en la plaza central del pueblo y compartían alegres.
Por su parte, Emiliano y Samantha estaban aún fuera del pueblo, con miedo por los disparos que habían oído y sin saber lo que ocurría. Estaban aún en el bosque, esperando a los otros trabajadores que regresaban de las minas.
• Espera aquí – le dijo Emiliano –, espera a que ellos vengan y te vas con ellos, yo iré a ver qué pasa.
• No, espera – dijo Samantha con miedo –, déjame ir contigo.
• ¡No! Quédate aquí, será mejor, estarás más segura.
Ella llorando le dio un beso y le dijo:
• Prométeme que todo estará bien.
Él solo le respondió con un beso en la frente diciéndole:
• Te amo. Nunca lo olvides.
Samantha tenía en sus manos aquellas rosas blancas, las que él cortó y limpió para ella, rogando a los cielos que todo saliera bien. Emiliano sigilosamente empezó a adentrarse al pueblo.
Iba escondiéndose entre los árboles, entre los arbustos, o detrás de lo que pudiera ocultarlo. Cuando llegó al pueblo, a unos cuantos metros de la plaza central, fue visto por uno de los hombres de Sánchez, quien al verlo ocultándose pensó que era uno de los militares.
El hombre que lo vio se acercó a él, siendo más sigiloso y experto para esto. Emiliano no se dio cuenta de que el hombre se le acercó por la espalda, y sin dejarle opción de reaccionar lo agarró y lo metió en el bosque.
• ¿Creíste que no te vería? ¿Dónde están los otros? – preguntaba airado el hombre mientras lo tenía inmóvil contra el suelo.
• ¿Cuáles otros? – dijo Emiliano – No sé de lo que hablas. ¿Quiénes son ustedes?
• Así que no quieres hablar, maldito de mierda. Son unos gusanos vendidos, ¿¡Cómo pueden traicionar a la gente y servir a esos malditos sacerdotes!?
Emiliano trataba de soltarse, pero el hombre lo tenía muy bien sujetado y era muy fuerte, así que sus intentos eran inútiles. El hombre sacó un revólver y lo puso en la frente de Emiliano, mientras le decía:
• Yo los respetaba, pensé que eran los guardianes del pueblo, que eran los héroes de las personas.
El pobre Emiliano no entendía nada, estaba asustado y sin saber que hacer, tenía un arma en su frente y la muerte rozándole la piel. El hombre estaba a punto de disparar, cuando escuchó una dulce voz atrás de él diciéndole:
• ¡No lo hagas!
Cuando el hombre giró para ver quién era la que le hablaba se descuidó, y fue atacado por Jhonatan, que sin delicadeza le arrebató el arma y le disparó en medio de las cejas. Dalila lo había distraído con su voz, Jhonatan salvaba a Emiliano de morir en ese instante.
• Gracias – les dijo Emiliano –, pero, ¿qué diablos está pasando?
• Debemos irnos de aquí – respondió Jhonatan – luego te explico.
• Pero no puedo irme sin Samantha – dijo alarmado.
Jhonatan con algo de enfado y desesperación le dijo:
• De acuerdo, vamos rápido por ella.
Se fueron entre el bosque hasta donde estaba Samantha, pero ella ya no estaba por ahí.
Mientras Emiliano había ido a investigar, ella se había quedado esperando pacientemente a los trabajadores, pero en vez de eso fue encontrada por los militares que buscaban a la banda, los cuales al verla tan sospechosamente escondida pensaron que era parte de los “Wakayos” y la capturaron. La tenían amarrada de pies y manos como a una bestia, con su boca tapada con un trapo para que no pudiera gritar y sin el más mínimo cuidado la llevaban arrastrada por el bosque.
Los militares iban en grupo, y estaban acercándose a la única entrada real que tenía el pueblo, mientras pensaban una manera de matar a los criminales sin lastimar a los civiles que estaban cerca de ellos. La situación empeoró cuando vieron un par de camiones acercándose al pueblo, en los cuales venían más militares, Jacob y los otros dos hombres.
Monchi era uno de los campaneros, estaba en una casa vigilando que no les llegaran de sorpresa, y aunque no se había percatado de los militares que iban por el bosque, vio los camiones y dio aviso a Sánchez. Todos los pueblerinos corrieron a esconderse en sus casas, los miembros de la banda corrieron al bosque y Sánchez entró a la casa donde estaba Monchi, para desde ahí mirar quien venía.
Los camiones entraron y se detuvieron en la plaza principal, un montón de militares se bajaron de los camiones, y luego de ellos bajaron los sacerdotes.
El primero en bajar fue Datán; Sánchez se sorprendió de verlo de nuevo, pero sintió una mezcla de miedo, respeto y odio en ese momento. Después bajó Danosio; Sánchez dijo al verlo:
• Son los que nos faltaban, debemos aprovechar.
Pero cuando bajó Jacob, Sánchez se enojó y miró a Monchi, sacó un revólver y le apuntó mientras le reclamaba:
• ¿¡Qué mierda hace ese chico aquí!? Pensé que lo habías matado, ese era tu trabajo.
• Perdóneme, señor – dijo Monchi asustado –, es mi hermano, no pude hacerlo.
• No me importa que sea tu hermano, es uno de ellos. Es parte de toda esa mierda que han inventado para aprovecharse de la gente. Si tú lo quieres defender es porque no te importa la gente, lo cual te hace igual a ellos, lo cual te hace merecedor de muerte.
• Él no es como el resto – dijo Monchi ya llorando –, él es un chico bueno, lo juro.
Sánchez bajó el arma y le dijo:
• Me has defraudado, yo confiaba en ti. El chico es bueno, sí, eso es lo que tú dices, pero, ¿qué mierda hace aquí con los otros? Ellos vienen a matarme.
• No sé lo que hace – dijo Monchi –, pero sé que es bueno. Perdóneme la vida y huyamos de aquí antes de que nos maten, si quiere me voy por otro lado y no lo molesto más, solo no me mate.
Sánchez solo pensaba, no sabía qué hacer.
Datán miraba a todos lados, empezó a oler, como si con su olfato pudiera detectar el olor de sus enemigos. Mientras tanto iban llegando los soldados del bosque con Samantha atada.
• ¿¡Qué hacen!? – les dijo Jacob al verlos – Ella es una monja de mi catedral.
• ¿En serio? – preguntó uno de los militares – Estaba escondida en el bosque, parecía muy sospechosa.
• Yo la mandé – dijo Jacob para defenderla, sin tener idea de lo que en realidad sucedía.
Los militares la soltaron, ella tenía miedo de lo que Jacob le pudiera decir, pero él solo le dijo:
• Ve a esconderte, este lugar es muy peligroso.
Ella fue a la casa donde se hospedaba y se encerró con las mujeres a esperar a que todo terminara.
El ambiente se sentía pesado, todo el pueblo estaba en silencio, en un silencio incómodo en el que solo se oían los corazones palpitando. Miradas frías recorriendo cada rincón del pueblo, un montón de militares preparados para matar y un viento que se escuchaba pasar con gran tensión.
Una puerta se abrió en el pueblo, y en medio del silencio se hizo notar. Sánchez trataba de escapar por la parte de atrás de la casa, pero con el ruido que hizo alarmó a todos, así que tenía a un montón de gente siguiéndolo entre el bosque.
Monchi se quedó en la casa y trató de salir por una ventana y subirse al techo, pero Datán lo vio y pidió el fusil de uno de los soldados. Lo cargó, apuntó y disparó, dándole en una pierna y haciéndolo tropezar y caer.
• ¡¡¡Alto!!! – gritó Jacob al ver que se trataba de Monchi.
• ¿Qué te pasa? – le preguntó Datán.
• Es mi hermano.
Datán le lanzó una mirada torva, pero no dijo nada más en ese instante, y se acercaron al herido. Jacob fue y lo levantó un poco, lo miró a los ojos y le preguntó:
• Monchi, ¿estás bien?
• Sí – respondió con dificultad –, pero Sánchez escapó.
• No te preocupes, hermano. Los soldados irán por él.
Datán interrumpió diciendo:
• Tú estabas con Sánchez, ¿eres parte de su banda?
• Sí – contestó inocentemente Monchi.
• Solo eso necesitaba oír – respondió Datán mientras apartaba a Jacob de su hermano.
Le apuntó en la cara y sin delicadeza le disparó, volándole el rostro en mil pedazos, mientras Jacob quedaba paralizado al verlo. Algo se rompió dentro de Jacob, realmente algo se movió tan fuerte en su interior que no quiso llorar ni decir nada, solo se paró y se fue hacia uno de los camiones, lo encendió y se fue atropellando a todos los soldados que se cruzaron en su camino. Algunos trataron de dispararle, pero no lograron darle, parecía como que la suerte lo estaba protegiendo.
Su mirada era fría, como la de un hombre sin alma; su rostro inexpresivo. Fue a la catedral de la “santa María de los pobres” y alzó la voz en el templo diciendo:
• Sé que estás ahí, Frederick. Sal de una vez.
Su corazón estaba lleno de ira y su deseo era acabar con todo, pero sabía que Frederick sería la mejor ayuda en este caso.
Emiliano había escapado con Jhonatan y Dalila, creían que Samantha había muerto, y él estaba decepcionado y triste. No podía aguantar el dolor de creer que la persona a la que amaba estaba muerta. Era tanta la crisis mental que esto le causaba que salió corriendo de nuevo al lugar donde habían hecho el amor, donde vio las rosas blancas y las ignoró.
Llegó al lugar y vio las rosas, y con enojo empezó a arrancarlas con sus propias manos, clavándose las espinas y sangrando, poseído por la locura y el desespero.
Sus manos estaban tan lastimadas que llenaban de sangre las rosas, pintándolas de rojo. Se perdía el color blanco de las flores, mientras el pobre hombre se desangraba.
Jhonatan y Dalila fueron tras él, pero llegaron tarde, ya estaba muy herido cuando lo encontraron. Se estaba desangrando, las heridas ya no eran solo en sus manos sino también en los brazos, lo cual complicaba más la situación.
No sabían que hacer, no podían entrar al pueblo y tampoco podían llevarlo así. Lo único que se le ocurrió a Jhonatan fue envolverle las manos con su camisa y dejarlo en el camino a que alguien lo encontrara y se apiadara de él.
Samantha estaba escondida, preocupada sin saber dónde estaba Emiliano, cuando sintió en su alma la separación. No lo entendía, pero lo sentía. Samantha comenzó a llorar, algo dentro de su ser le decía que ya no había forma de evitarlo, que su amado había muerto.
Datán dio orden a los soldados para que sacaran a todas las personas de las casas, quería asegurarse de que ningún hombre de la banda se estuviera escondiendo.
Emiliano había muerto, las rosas blancas ahora eran rojas; Sánchez estaba corriendo solo entre el bosque y muchos militares lo seguían.
Jacob seguía gritando en el templo, hasta que una voz se escuchó retumbar en todo el lugar, diciendo:
• Se aproxima el fin, la hora de la muerte ya está cerca.
Tras la voz, un frío de muerte coincidió y recorrió al mismo tiempo Santa Mónica y Waitabo, y un silencio inundó a las catedrales. Todo estaba a punto de empeorar. Este era, por así decirlo, el comienzo del fin.

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