Las 2 dagas doradas.

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Samantha había llegado a Santa Mónica muy ilusionada, pero al ver las luces del templo sus esperanzas se fueron al piso. Miró a Dalila y con voz triste le dijo:
• ¿Qué haremos ahora? No se puede huir de estas personas.
Dalila solo la miraba con tristeza, toda ilusión parecía acabar.
• Mira – le dijo Samantha –, trataremos de pasar desapercibidas. Vamos a una de las casas y pidamos que nos presten ropa para cambiarnos y quitarnos estos hábitos.
Se acercaron a una de las casas, sin tener en cuenta que las personas del pueblo estaban todas en el templo, y tocaron la puerta sin recibir respuesta.
Tocaron durante unos minutos, hasta que Samantha cayó en cuenta de la situación, y se sintió un poco tonta por no haber considerado bien las cosas. Esperaron ahí, tratando de ocultarse de quien fuera que estuviera en el templo presidiendo la misa, no querían ser vistas por nadie que las conociera.
Jacob, mientras tanto, estaba saliendo de la catedral, armado con un par de dagas solamente. Ese día estaba cumpliendo años, y no lo recordaba.
Pasaron los minutos y se acabó la misa en Santa Mónica, Samantha veía salir a todas las personas del templo, entre ellas su amado. Una sonrisa se dibujó en el rostro de la chica, sabía que su felicidad estaba ahí a un par de metros.
Detrás de toda la gente salieron los sacerdotes, Jhonatan y Frank. Ellos no conocían bien a las chicas, pero mientras estuvieran vestidas como monjas serían fáciles de identificar, así que debían cambiarse de ropa pronto. Lo primero que hicieron fue quitarse el velo, y así disimularon un poco mientras llegaban las personas de la casa donde estaban esperando.
Era una familia de cinco mujeres, cuatro hijas y la madre. Samantha les pidió que le regalaran algo de ropa, y estas con gusto lo hicieron y les dieron en costales más de la que necesitaban. Se cambiaron y perdieron todo rastro de monjas de su apariencia, ahora eran mujeres normales.
Jacob fue a la casa de July, aprovechando que su esposo estaba en el trabajo. Jacob parecía ser un joven sin sentimientos, pero era demasiado sentimental, y por esa razón estaba sufriendo en el fondo mientras caminaba hacia la casa de la mujer. Por esto fue que la escogieron a ella, porque sabían lo difícil que sería para Jacob matarla, sabiendo que con ella conoció en su momento algo nuevo y fascinante, y esto le daba un lugar especial en su corazón. Matar a July era como arrancarse un pedazo del corazón.
El corazón de Jacob latía fuerte, él sentía como si este se quisiera salir de su pecho, mientras su mente estaba en blanco y su sangre parecía correr helada por sus venas. Llegó a casa de la mujer, tocó la puerta y se llevó una desagradable sorpresa cuando vio que quien abría la puerta era un niño pequeño, hijo de July. El niño le preguntaba la razón de su presencia ahí, pero Jacob no decía nada, en su mente se reflejaba la suposición del futuro de este niño si perdía a su madre.
El niño confundido llamó a su madre, July salió y sorprendida de ver a Jacob le preguntó:
• ¿Qué haces aquí?
• Quise pasar a saludarte – respondió Jacob, tratando de disimular.
• Ah, ¿sí?
July le pidió a su hijo que entrara y cerró la puerta, quedando afuera con Jacob. Él con voz baja y triste le dijo:
• Vamos a otro lado, tengo que decirte algo importante.
Ella aceptó y se fueron caminando.
Jacob le preguntó a July si aquel niño era su hijo, a lo que ella afirmó y además añadió que no era el único, sino que tenía cuatro hijos y este era el menor de ellos.
• ¿Y por qué ibas a la catedral a hacer conmigo lo que hacías? – preguntó confundido Jacob.
• No sabes lo que es estar casada con este hombre. Me hace sentir fea, inútil, no querida ni deseada. Jacob, las mujeres necesitan sentirse especiales, al menos yo lo necesito.
• ¿Eso te hacía sentir especial? – cuestionó de nuevo el chico.
July inclinó su rostro avergonzada, se abrazó a sí misma (como hacemos cuando estamos tristes) y no respondió a lo que Jacob le preguntó.
Caminaron durante un rato hasta que llegaron al límite de la ciudad, donde empezaba la selva. Ahí había un hombre que alquilaba caballos, Jacob alquiló dos y se fueron por una trocha angosta entre la selva.
• ¿Qué estamos haciendo? – preguntó July.
• Montando a caballo – respondió Jacob.
• Sí, pero, ¿A dónde vamos?
Jacob se detuvo y se bajó del caballo.
• Aquí, es el lugar perfecto. Baja del caballo.
July bajó y siguió a Jacob, se fueron caminando unos cuantos metros más. Jacob le pidió sentarse sobre una roca y se sentó junto a ella.
• ¿Qué piensas de mí? – preguntó Jacob.
• No lo sé – dijo ella –, eres un buen chico. Al menos eres mejor que Dann, porque él nunca ayudó a nadie, en cambio tú has sabido ganarte el corazón de la gente.
Jacob tragó saliva y se puso de pie frente a ella, la miró con tristeza y le dijo:
• Nadie me había dicho nada bueno nunca, creo que eso me hacía falta. ¿Me regalarías un abrazo?
La mujer sonrió y se levantó de donde estaba, y lo abrazo fuerte. Jacob empezó a llorar y le susurró en el oído con voz entrecortada:
• Perdóname, por favor.
Acto seguido sacó de su bolsillo una de las dagas y la clavó con fuerza en la espalda de la mujer. La reacción de July fue apretar los dientes y empujarlo, no gritó.
• ¿Qué has hecho? – le preguntó entre quejidos.
• Lo que debo hacer – respondió él con los ojos inundados en lágrimas.
Se lanzó sobre ella, la hizo caer de espaldas al suelo, enterrando más la daga; le tapó la boca para ahogar sus quejidos y empezó a apuñalarla en el estómago repetidas veces con la otra daga. July se revolcaba y pataleaba, golpeaba y rasguñaba a Jacob tratando de defenderse, pero no lograba detenerlo.
Los ojos de July lo miraban fijamente con tristeza, mientras lloraba amargamente. Él sentía un dolor muy grande en el pecho, y no era por los golpes de July, sino por sus ojos viéndolo de esa manera. Cuando los sentimientos se entrometen, el corazón se lamenta.
La mujer fue perdiendo las fuerzas, Jacob estuvo ahí tapando su boca hasta que ella perdió la conciencia. Cuando la mujer murió, Jacob se sentó en la roca y lloró desconsolado; ya lo había hecho, había asesinado a alguien importante para él.
En medio de su lamento escuchó como alguien se acercaba riendo y aplaudiendo. Era Frederick, quien entre risas le dijo:
• Bien hecho, muchacho. Me llenas de orgullo, eres tal y como lo esperaba.
Jacob se quedó mirándolo, Frederick se sentó a su lado y le dijo:
• No estés triste, la gente tiene que morir, es el ciclo natural de la vida. Ven, sígueme, tengo una sorpresa para ti.
Frederick llevó a Jacob de nuevo a la ciudad, se fueron en los caballos en los que habían llegado Jacob y July, y los regresaron con el hombre que los rentaba. A dicho hombre le pareció raro ver a Jacob regresar lleno de sangre y sin la mujer, pero guardó silencio.
Fueron a la catedral y al momento de entrar había un montón de personas, las cuales gritaron a una cuando lo vieron:
• ¡FELIZ CUMPLEAÑOS, JACOB!
Fue ahí cuando recordó que ese día estaba cumpliendo años, y le preguntó a Frederick:
• ¿Cómo lo supiste?
Él riéndose le contestó:
• No preguntes, solo disfrútalo.
La gente que pasaba por la catedral no se percataba de nada, pues no se veía ni se oía nada. Era como si nada de eso estuviera pasando, era el poder de Frederick manifestándose de nuevo.
Jacob empezó a contagiarse del ambiente festivo, todos bailaban y festejaban fervientes, y él empezó a hacer lo mismo.
En Santa Mónica, en ese momento, Samantha y Dalila estaban platicando con la familia que las había acogido. Hablaban de lo que pasaba y de la razón por la cual habían llegado al pueblo, lo cual conmovía a aquellas mujeres, a la vez que les iba haciendo perder la fe. En medio de la charla, Samantha aprovechó y les preguntó:
• ¿Y cuál es la razón de que los sacerdotes estén en el pueblo? ¿No les dijeron?
• La verdad no – respondió una de las mujeres –, solo dijeron que estarán un par de días.
Continuaron la conversación y llegaron a crear una amistad, tanto así que las mujeres se ofrecieron a darles hospedaje ahí el tiempo que necesitaran.
Por esa noche se quedaron ahí y no salieron, Samantha estaba tranquila porque sabía que Emiliano estaba ahí cerca, ya todo estaba cerca. Pero nadie contaba con que Jorge, el hermano de Emiliano, también había tenido contacto con Frederick.
Jorge había visto por primera vez a Frederick la noche en que fueron a la estatua del crucificado. En esa ocasión Frederick lo hizo ver como si estuviera acostado en el suelo, y ahí le abriera el pecho y apretara su corazón con fuerza, generándole un dolor inigualable; lo peor es que esa visión se sintió como si hubiera sido durante muchas horas, un dolor constante y por tiempo prolongado.
Después de eso no había visto a Frederick otra vez, hasta esa noche.
Mientras Jorge dormía creyó escuchar pisadas sobre el techo, así que se levantó y salió a ver lo que pasaba. Vio a Frederick sentado sobre el techo, mirando la luna que se posaba sobre aquella montaña donde estaba la estatua.
• ¿No te parece hermosa? – le preguntó Frederick.
Jorge estaba asustado, quería correr y no podía moverse ni dejar de mirarlo. El hombre bajó del techo y le preguntó:
• ¿Te acuerdas de mí?
Jorge asintió con la cabeza, no podía hablar del miedo que sentía.
• Jorge, no te preocupes – le dijo Frederick mientras le ponía una mano en el hombro.
El pobre Jorge estaba sufriendo por dentro de ver a este hombre, de verdad tenía mucho miedo.
Jorge era un hombre ambicioso, le gustaban mucho las cosas de valor y, aunque siempre había sido pobre, deseaba llenarse de riquezas. Esto fue aprovechado por Frederick, quien le presentó a un hombre grande y de cabello largo sujetado en forma de cola de caballo, diciendo:
• Él es Abiram, rey de las riquezas.
Abiram le extendió la mano para saludarlo, y cuando Jorge la apretó fue transportado a un lugar lleno de cosas de oro, plata y esmeralda; también había objetos de jaspe y otros metales preciosos. Jorge estaba emocionado y empezó a tomar varios objetos con el deseo de llevárselos, pero el hombre le dijo:
• Espera, ¿quieres mis riquezas? Primero deberás ganártelas.
Jorge emocionado le contestó:
• Sí, señor, ¿qué quieres que haga?
Ahí Jorge fue devuelto a la realidad, tenía su mano estirada y estaba sentado en su cama, sin nadie alrededor. En su mano había un papel, el cuál al abrirlo lo sorprendió.
Su misión era matar a su vecina, doña Marta, mujer que siempre había querido como a una madre. Un nudo se le hizo en la garganta, no sabía qué hacer, no quería hacer eso.
Llegó la mañana y se levantó de su cama lleno de dudas, pero también muy tentado por las riquezas que había visto. Sin ser un hombre de fe dobló sus rodillas y rogó al cielo algo de sabiduría para entender que era lo mejor, se persignó y salió a su trabajo en las minas con su hermano.
Pasaron un par de horas, cuando de repente sintió en su mente una voz que le decía que debía matar a la mujer. La voz no se callaba, y solo él la oía en su cabeza, incluso le preguntó a su hermano para confirmar. Decidió ir a casa, le pidió un descanso a su jefe y se fue; llegó a casa y tomó el primer cuchillo que encontró, salió por la parte de atrás y cautelosamente se fue hasta la casa de doña Marta.
La señora se percató de la presencia de Jorge y muy alegre lo invitó a comer, lo sentó a la mesa y le preparó los panecillos que sabía que le encantaban a él.
Jorge tenía el cuchillo escondido, pero le ganó la ambición en el momento, y en el primer descuido de la mujer se le acercó por la espalda y le cortó el cuello. Cuando vio sus manos llenas de sangre se derrumbó anímicamente y empezó a llorar, mientras se repetía a fuerte voz:
• ¿Qué he hecho? ¿Qué he hecho?
Por su parte, Jacob despertaba en su habitación, con un dolor de cabeza fuerte y con vagos recuerdos de la fiesta que habían tenido. Se paró de la cama y caminó hasta la puerta de su habitación, quería ir a comer, pero al abrir la puerta vio frente a él los cuerpos destrozados de varias monjas y de la sor Juana. Sorprendido y asustado caminó entre los cuerpos y empezó a buscar alguien con vida en el lugar, pero solo encontraba rastros de sangre y pedazos de carne regados por todo el lugar.
No eran los cuerpos de todos, al parecer los monaguillos no estaban por ningún lado, y algunas jovencitas monjas tampoco estaban incluidas en la escena. Una voz se escuchó desde el templo de la catedral, llorando con gemidos inentendibles, lo cual hizo que Jacob sintiera curiosidad de ver quien era la persona o ser que producía dichos sonidos.
Cuando miró se dio cuenta de que era la misma apariencia física de July, y sintió en su estómago un terror inmenso.
¿Cómo podía ser ella? Ya estaba muerta, ¿o no? Era algo demasiado extraño y aterrador, sin duda alguna. Quiso volver a su habitación para no ver más a la imagen de July, pero fue peor la sorpresa cuando entrando en el cuarto la vio sentada sobre su cama.
Inmóvil y temblando preguntó:
• ¿Qué haces aquí?
Una risa horrible y perturbadora se escuchó, como si fuera risa demoniaca, y luego vio como la imagen de July se convertía en Frederick.
• No te asustes – le dijo Frederick –, he venido a hablar contigo.
Jacob nervioso preguntó:
• ¿Hablar de qué?
• De tu siguiente misión. Aunque primero debo felicitarte, pues obedecer algo como eso es difícil, pero tú eres grande.
Jacob no entendía por qué, pero las palabras de Frederick le hacían sentirse bien consigo mismo, y empezaban a alegrarlo. No se daba cuenta que cada vez que obedecía a Frederick perdía un pedacito de razón, de cordura, de corazón y de alma.
Frederick añadió:
• Hijo, sé que puedes lograr grandes cosas solo, así que te he dado la mano con estas personas que te impedían hacer lo que quisieras.
• Gracias – respondió él, sin percatarse de la trampa en la que estaba cayendo.
Frederick sacó de su bolsillo una daga dorada, con mando en forma de cruz, bañada en oro, plata y con incrustaciones de diamantes. Se la dio y le dijo:
• Con esto tendrás todo el poder que quieras, solo debes prometerme algo.
• ¿Qué? – le preguntó Jacob, mientras emocionado sujetaba la daga.
• Harás lo que te pida – respondió él.
Jacob aceptó sin medir las consecuencias, la promesa del poder era demasiado tentadora.
Frederick desapareció frente a los ojos de Jacob, pero a él solo le importaba la daga que tenía en sus manos, estaba anhelante de probar el poder que tenía realmente.
Jorge volvió a su casa y tiró toda su ropa a la basura, se dio un baño para quitarse toda la sangre que había quedado en su cuerpo y salió un poco más calmado de nuevo al trabajo.
Cuando llegó a su trabajo se encontró con Abiram, y sorprendido le preguntó:
• ¿Qué haces aquí?
Abiram no contestó, solo le señaló con su dedo índice un lugar en la tierra y se desvaneció frente a sus ojos.
Jorge tomó su pala y la clavó en la tierra, y de inmediato brotó del agujero un montón de monedas de oro y en medio de ellas una daga igual a la que Frederick le dio a Jacob. Él estaba emocionado, sacó todas las cosas de oro de la tierra y se fue feliz a casa.
Cuando llegó a casa vio a Frederick esperándolo, pero nadie más parecía verlo, solo él.
• ¡Felicidades! – le dijo Frederick – Te has ganado esa recompensa. Ahora debo hacerte una advertencia, para que tengas claro lo que puedes hacer. Serás tan rico como quieras, y nadie podrá atentar contra tu vida mientras tengas esa daga en contacto contigo, pero nunca desobedezcas mis órdenes.
Jorge sintió un poquito de miedo, pero a la vez ganas de más riquezas, así que aceptó.
Las dos dagas de oro eran poderosas, creadas por el dios Igmeo, padre de la tortura. En sus manos tendrían tanto poder como podían desear, pero a la vez un peligro que no alcanzaban a imaginar.

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