La tormenta no cesaba, ya era el día siguiente a todo lo qué había ocurrido con los otros sacerdotes. Jacob estaba sentado en su oficina, cuando llegó Samantha con cara de preocupación.
• ¿Qué te sucede? – le preguntó Jacob.
• Señor, es Dalila.
• ¿Qué pasó con la pequeña Dalila?
• ¿Recuerda cuando usted tuvo relaciones con ella?
• Sí – respondió Jacob con una pequeña sonrisa–, no podría olvidarlo.
• Está embarazada.
• ¿Estás segura? – preguntó Jacob preocupado.
• Casi, es lo más probable por su comportamiento y cambios en su cuerpo que logramos ver.
Jacob se quedó pensativo, sabía que esto le ocasionaría un problema. Era algo que, a pesar de no tener ninguna prevención, no se esperaba.
• ¿Estás segura? – preguntó de nuevo.
Esta vez Samantha no respondió a esa pregunta, sino que dijo:
• Tengo un plan, señor. Para que nadie se altere, ni se hable de esto, yo me llevaré a la chica a un pueblo y le ayudaré mientras tiene a su hijo. Diré que es una viuda.
Jacob al escuchar esto lo consideró como una buena idea, pero preguntó:
• ¿Y a cuál pueblo la piensas llevar?
• Santa Mónica – respondió ella sin dudarlo.
Jacob sabía que era el pueblo donde vivía Emiliano, pero no vio el trasfondo en ese aspecto, sino que se preocupó por la cruz de la montaña y lo que había pasado aquella noche. Pensó algunos minutos, pero llegando a la conclusión de que ella no se acercaría a dicho monumento le concedió el permiso.
Dalila no estaba embarazada, pero si aburrida de estar ahí, así que Samantha se aprovechó de la situación para huir a donde sabía que encontraría al hombre que amaba, a quien tanto extrañaba.
Mientras tanto en la ciudad, los soldados iban revisando cada casa, querían asegurarse de acabar con cada persona que pudiera ayudar con la banda de “los Wakayos”. Era normal que quienes ayudaban tuvieran una señal que los reconociera, ya fuera una camisa o una bandera con el símbolo de la banda.
Iban tocando la puerta de cada casa, y si en alguna no les abrían, derribaban la puerta. Fue así como, en una casa a la que entraron a la fuerza, encontraron a Julieta amarrada a la silla.
La chica aún estaba viva, pero muy débil por pasar hambre y sed durante todo el tiempo que estuvo ahí, además del esfuerzo que había hecho para intentar liberarse. La sacaron y la llevaron a uno de los hospitales que había cerca. Ella estaba inconsciente, así que no se dio cuenta cuando pasó todo esto.
En ese proceso de caza, los soldados encontraron a más de veinte personas que eran informantes y a dos integrantes directos de la banda. Sin piedad los acribillaron a todos, no iban a perdonar a nadie, esto era una guerra y no hay perdón para nadie.
No paraba de llover sobre Waitabo y sus alrededores, era la lluvia más prolongada que había caído sobre la zona en muchos años. Pasaron dos días más y la lluvia no paraba, pero los soldados tampoco se detuvieron.
Jacob aprovechó que con la lluvia no saldría, y llamó de nuevo a la sor Juana para tener sexo, pues también llevaba días sin hacerlo.
Samantha se la pasaba todo el día frente la escultura más significativa de la catedral, un supuesto ángel que, según las historias de la gente, había sido enviado a ayudar a los necesitados y se había quedado a vivir ahí en la catedral. Todo el día le rezaba y le pedía perdón por lo que iba a hacer, pero no podía aguantar más sin ver al hombre que le había hecho sentir algo tan mágico que parecía amor.
Emiliano por su parte la extrañaba mucho, pero se detenía sabiendo que ella era una monja y en esos tiempos era “imposible” que una mujer entregada a dios se alejara de su misión solo por un hombre. Su esposa no le significaba nada, su matrimonio había sido arreglado por sus padres y no había nada de amor entre ellos, aunque alguna vez sí lo hubo. Se les acabó el amor.
Llegado el tercer día de tormenta, mientras Jacob desayunaba escuchó un canto en el templo. La voz que escuchaba era inefable, tan dulce al oído y cautivadora, pero era una voz desconocida. Jacob fue a ver quién era la que cantaba, llevándose una sorpresa desagradable.
En el templo se encontraba una mujer conocida en la ciudad como “la última bruja”, la cual nadie había visto en años, pero aseguraban que estaba viva, y junto a ella Frederick, el mismo hombre que le había causado tanto miedo la última vez.
Él no quería acercarse, pero parecía que su cuerpo estuviera siendo manejado por una fuerza exterior que lo llevaba hacia ellos, y resultó sentándoseles al lado. Jacob estaba asustado, no podía gritar para pedir ayuda ni correr para escapar de ellos, solo le quedaba suplicar al cielo que no ocurriera nada malo.
• Hola, Jacob – dijo Frederick –, ¿cómo has estado?
• ¿Qué quieres de mí? – le dijo Jacob.
• Veo que no te gusta responder y ser educado. De acuerdo, no importa. Jacob, ¿recuerdas lo que te dije aquella noche?
• Sí. No creo que pueda olvidarlo.
• Eso está muy bien, porque no me gusta repetir. Mira, no tengas miedo, te voy a dar una misión que es muy sencilla y no creo que te traiga muchos problemas.
• ¿Cuál es esa misión? – preguntó Jacob resignado.
Frederick se paró frente a él y le dijo:
• ¿Conoces a esta hermosa chica?
• Sí, es la última bruja de Waitabo.
La chica lo miró y con la voz más enternecedora que Jacob había escuchado en su vida le dijo:
• ¿Así es como me llaman?
Frederick le dio la mano y ella se paró junto a él. Mujer alta, con cabello azul noche, ojos negros tan profundos como el vacío, nariz fina, labios gruesos y sonrisa encantadora; su cuerpo perfecto, con curvas fascinantes, un trasero grande que encajaba perfectamente con sus piernas gruesas, unos senos redondos como dos melones y una cintura que parecía esculpida por un alfarero experimentado. Vestida con una minifalda que era muy poco común en esa época, unas medias negras hasta las rodillas y una blusa que se ajustaba a su figura.
Frederick se acercó al oído de Jacob y le dijo:
• Ella es Margoth, la reina de la pasión.
La chica estiró su mano hacia Jacob y dijo:
• Es un placer conocerte.
Jacob estaba fascinado por la hermosura y sensualidad de la mujer, pero seguía muy asustado sabiendo que nada que estuviera relacionado con Frederick podía ser bueno.
• ¿No me darás la mano? – dijo Margoth – En verdad eres algo descortés.
• Vamos, Jacob – dijo Frederick –, deja que ella te muestre la razón de que la llamen reina de la pasión.
Jacob le dio la mano y sintió como si fuera transportado a otro sitio. De repente se encontraba en una habitación llena de cadenas, con una tenue luz roja alumbrando el lugar y él acostado en una cama, sujetado por cadenas de manos y pies. La mujer le apareció en frente, desnuda, con un collar de cuero en su cuello y un látigo en su mano.
La piel de la mujer era color canela, pero parecía un poco más oscura bajo la luz roja; sus senos eran firmes, sus pezones cafés estaban erectos y tenía un par de pendientes en ellos; sus piernas, brazos y zona púbica no tenían ningún vello, todo estaba depilado y limpio, lo cual no se veía en esos tiempos; su vagina era diferente a las demás que había visto, esta tenía los labios un poco más grandes y se veía un poco más abultada.
La mujer se acercó y le metió una especie de pelota negra en la boca, impidiéndole hablar o gritar; tomó el látigo que tenía en su mano y comenzó a golpear el pecho de Jacob. Él sentía un ardor en su pecho, pero por alguna extraña razón lo hacía sentir cada vez más excitado. Luego la mujer puso la mano en medio de su pecho, le sonrió y comenzó a recorrer su abdomen con las uñas, dejándole marcas en la piel.
Cuando llegó al ombligo detuvo su mano, acercó su rostro al pene erecto de Jacob y lo sujetó, bajó más su cabeza e hizo algo que a Jacob jamás se le había cruzado por la cabeza que pudiera pasar; la mujer le introdujo la lengua en el ano, cosa que por sí sola suena un poco asquerosa, pero se siente como la gloria. Jacob no entendía por qué estaba disfrutando tanto de eso, solo sabía que no quería que se detuviera, era genial lo que sentía.
Luego sacó la lengua y empezó a subir sin despegarla de la piel hasta los testículos, y llegó hasta el pene. Jacob estaba delirando de placer, esta mujer hacía que se sintiera volando. La mujer abrió un poco los labios y acomodó su boca en la punta del pene de Jacob, como si estuviera besándolo; sacó la lengua y con esta abrazó el pene, sus papilas se sentían raspar en la piel, como si fuera una lengua de gato.
Comenzó a abrir más su boca, el pene iba entrando lentamente, rozando sutilmente con los dientes. Lento empezó a bajar y subir su cabeza, le hacía un oral muchísimo mejor que cualquier otro que hubiera recibido.
Iba aumentando la velocidad de movimiento de cabeza, el pene de Jacob se movía dentro de esa boca y lo hacía sentir un placer indescriptible. Jacob no aguantó y eyaculó en su boca.
Margoth se detuvo y sacó el pene de su boca, se alejó un poco y abrió su boca para que Jacob viera el espeso semen antes de que se lo tragara. Tragó y dijo:
• Por suerte para ti podrás eyacular muchas veces, mientras que estés conmigo.
Estaba viviendo la fantasía de cualquier hombre, una mujer que sabía excitarlo y el poder eyacular más de una vez sin cansarse.
Jacob vio que su pene seguía erecto, y sentía que la excitación no le bajaba. La mujer se acercó de nuevo, pero esta vez con sus senos grandes le apretó el miembro y comenzó a masturbarlo con ellos; no bastó con eso, al parecer, porque la mujer sacó la lengua y comenzó a lamer la punta del pene mientras seguía masturbándolo. Una vez más fue tanto el placer que Jacob eyaculó otra vez, pero ahora en el pecho de la mujer, quien dijo:
• Vaya, esto está siendo fácil.
Se paró frente a él, se subió sobre la cama y caminó hasta estar con los pies a los lados de la cabeza de Jacob, y se sentó sobre su cara, con la vagina cubriéndole nariz y boca a Jacob; comenzó a moverse de atrás adelante lentamente, llenándole la cara de su humedad. Jacob quería escupir la pelota que tenía en la boca, pero no podía, solo sentía la pelota girar por el movimiento de Margoth. En la punta de su nariz sentía el paso del clítoris duro, y en sus labios se sentía el pegajoso fluido que esa vagina derramaba.
Jacob estaba viviendo un paraíso, y aún no terminaba.
Margoth se paró de nuevo y esta vez se sentó sobre el erecto pene, y comenzó a hacer movimientos giratorios suaves. Jacob estaba extasiado, mientras por sus testículos rodaba una gota de ese líquido vaginal.
La mujer empezó a subir y bajar sobre el pene, Jacob sentía como la vagina apretaba su pene y lo hacía sentir como si lo absorbiera. Margoth le clavó las uñas en el pecho y empezó a intensificar la velocidad de penetración, sus nalgas rebotaban y su vagina palpitaba a la par de aquel pene que tenía dentro. Una explosión de eyaculación entre los dos dentro de esa vagina, un orgasmo compartido, un final digno de recordar y repetir; la verdadera pasión manifestada.
Margoth quitó la pelota de la boca de Jacob y se acercó a darle un beso, pero cuando sus labios estaban a punto de tocarse, Jacob sintió como era llevado de vuelta a la realidad, y vio a la mujer sujetándole la mano. No pasó ni un segundo, y todo se había sentido tan real que parecía imposible que no lo fuera.
Frederick comenzó a reír y le dijo:
• ¿Qué tal? ¿Sí es verdad lo que dicen de ella?
Jacob la miró, y ella de manera picarona le guiñó el ojo. Sin embargo, todo esto seguía siendo muy extraño, así que Jacob les dijo:
• ¿Qué son ustedes? ¿Demonios?
Frederick cruzó miradas con Margoth y le respondió en tono burlesco:
• ¿Crees que un demonio puede entrar a un lugar lleno de cruces y objetos diseñados justamente para alejarlos? No somos demonios, pero si quieres puedes llamarnos ángeles.
Jacob sabía que, según los libros, no todos los ángeles son buenos, pero tienen gran poder. Se puso de pie frente a Frederick y le dijo con valentía:
• ¿Qué quieres que haga?
En ese momento Frederick enserió y sacó de su abrigo una carta, se la dio y sin decir más se fue caminando con la mujer.
Jacob esperó hasta que se fueran, soltó un suspiro fuerte, como quien se salva de un gran peligro, abrió la carta y la leyó. En la carta solo había un nombre y un mensaje claro, el cuál era matar a esa persona.
Él sabía que no sería fácil, pero después de todo lo que había visto en Frederick era mejor obedecer, si quería vivir.
La noche pasó, y al llegar la nueva mañana se detuvo la lluvia sobre Waitabo, salió el sol y las aves empezaron a trinar alegres sobre los techos y los árboles. A Jacob se le olvidó que quería buscar a su hermano, no podía pensar en otra cosa que no fuera la misión que le había dado aquel misterioso hombre.
Monchi, su hermano, estaba con Sánchez y los demás integrantes de la banda, preparando el ataque a los sacerdotes restantes.
El plan era primero ir sigilosamente a la catedral de “Santonini” por el obispo José María Danosio. Él era el más fácil de atacar, según ellos, por la poca habilidad que tenía para la guerra y lo pacífico que aparentaba ser.
Pero no podían apresurarse, luego de acabar con los otros tres sacerdotes el ejército estaba muy atento a cada movimiento y no dejarían que se acercaran a otra catedral con tanta facilidad. Sin embargo, tenían una ventaja que los soldados no habían considerado, ya que ninguno de los que estaban vivos la habían visto, la cual eran los cazadores.
Tener a los cazadores era una ventaja enorme para los “Wakayos”, pues el sigilo de estos hombres podía fácilmente burlar la guardia de los soldados y llegar hasta la catedral. El único problema era que los cazadores vivían lejos de donde ellos estaban, así que de alguna u otra manera debían hacerles llegar el mensaje sin que los descubrieran.
Tenían que arriesgar a alguien, ¿pero a quién?
Sánchez escogió algunos de sus hombres de confianza y los ubicó en forma de círculo, se bebió un licor de caña que tenía en una botella de vidrio y utilizó la botella para elegir a quien debía ir. Puso la botella a rodar en medio del círculo de hombres, al que señalara la boca de la botella era el elegido.
Toni Cazallas, un hombre de estatura bastante baja, pero muy hábil para esconderse y para la lucha hombre contra hombre, fue el escogido por la botella. Toni era un hombre de cabello castaño, barba larga y cejas pobladas; su piel era blanca, sus ojos verdes y sus labios rosados.
El hombre aceptó sin reprochar, tomó sus cosas y muy sigilosamente salió de camino a la ubicación de los cazadores.
Según él pensó, la mejor estrategia sería escapar por encima de los techos, pero debía solucionar como cruzar las calles entre barrios. No se le ocurrió nada mejor que bajar de los techos, correr para cruzar la calle y volver a subir a los techos. No era muy inteligente el hombre.
Los primeros barrios los pudo cruzar de la forma en que lo había planeado, pero al subirse de nuevo al tejado se sintió demasiado cansado. Se detuvo a descansar, se sentó sobre ese tejado y esperó a recuperar fuerzas, pero no se percató de que había sido visto desde cuadras atrás y lo estaban esperando abajo.
Los soldados no iban a subir, ya habían descubierto lo que Toni hacía y sabían que su única opción era bajar. Lo estaban esperando, ocultos en las esquinas y hasta dentro de las casas.
Mientras esto ocurría en un barrio alejado, desde la “santa María de los pobres” salían Samantha y Dalila, buscando una forma de transportarse hasta Santa Mónica, pues solo tenían el caballo en que llegó Jacob a su disposición. Jacob les dio una carta, para que con esta pudieran ir con los soldados y les pidieran otro caballo o una carroza, pero los soldados estaban en alerta y no eran fáciles de encontrar.
Para ellas, como para cualquier persona, estar en las calles de la ciudad era un riesgo muy grande, pero, al fin y al cabo, un riesgo que por amor quería correr Samantha. El amor es un riesgo cuando no lo sabes controlar y dejas que los impulsos te dominen.
Samantha iba decidida, no volvería a la catedral, haría todo lo que pudiera por irse, aunque perdiera la vida en intentarlo. El único problema era Dalila, la pobre chica no tenía nada que ver en todo esto y solo estaba siendo utilizada por Samantha, aunque la chica tampoco quería seguir en la catedral.
Llegaron a un pequeño establo, nadie lo estaba vigilando, había muchos caballos y todos eran mansos y amaestrados para el uso como medio de transporte. Samantha no dudó y tomó a uno de los caballos, abrió la puerta del establo, sacó al caballo, cerró de nuevo y se fueron rumbo a Santa Mónica, a buscar su nueva vida.
Toni, por su parte, luego de descansar quiso seguir con su camino, sin saber lo que le esperaba al bajar del tejado. Cuando bajó se encontró rodeado, encerrado y sin un lugar hacia donde correr para huir, era presa fácil. Sacó de su bolsillo un pequeño revólver, pero antes de que lograra cargarlo y disparar fue embestido por uno de los soldados, luego capturado y despojado de todo lo que llevaba a excepción de su ropa.
• ¿A dónde ibas, amigo? – le preguntó uno de los soldados.
• No les importa – respondió él.
• Está bien, tienes razón. A nosotros no nos importa, pero hay alguien a quien al parecer sí, y te llevaremos con él.
Los soldados lo llevaron a empujones, sin necesidad de amarrarlo o sujetarlo, después de todo estaba acompañado por un montón de soldados y no podría huir. Lo llevaron hasta la catedral más hermosa de toda la ciudad, la que apodaban “la catedral de los ricos”, pero su nombre era “la catedral de Azulejo”. Hecha de mármol y con figuras bañadas en oro y plata, la catedral del barrio Azulejo era la más nueva y más bonita catedral de todas. Era una imponente construcción que impresionaba a cualquiera, una maravilla arquitectónica a la merced de la iglesia.
Toni fue llevado a la oficina sacerdotal ante el sacerdote encargado de la catedral, el padre Datán Mahad, mejor conocido como “el cazador de Azulejo”.
El apodo era viejo, el hombre ya no era el mismo que un día llegó a ser. Cuando era joven fue uno de los mejores guerreros que se vio en la historia, un cazador tan hábil que nunca recibió ni un rasguño, y que a su vez mató a más de cien hombres en combates diversos.
El hombre ya no se veía tan imponente, estaba gordo y se la pasaba tirado comiendo, aunque el rumor de que seguía siendo un guerrero de sangre fría se regaba por toda la ciudad. Barba blanca y cabello escaso, con piel morena y arrugada; era ya un hombre viejo, además de haberse descuidado desde hace mucho y haberse convertido en un glotón y perezoso. Cuando le presentaron a Toni, lo miró bien y le dijo:
• ¿Eres una de las perras de Sánchez?
Toni lo miró con odio, no dijo nada para responder a lo que decía el sacerdote. Uno de los soldados respondió diciendo:
• Sí, es uno de ellos.
Datán se paró de su silla y se acercó a Toni, le puso la mano en el hombro y le dijo:
• Eres pequeño, además callado, y en tu mirada se ve el odio que caracteriza a los hombres malos. Se ve que no eres un hombre cualquiera, pero te dejaste capturar.
Toni agachó su cabeza, no por humildad ni vergüenza, sino por la rabia de estar a merced de esos hombres. Datán lo miró y supo de inmediato lo que Toni sentía, sabía que su actitud de impotencia era producto de la desventaja, así que dijo a los soldados:
• Váyanse, y déjennos solos a este hombre y a mí.
• Pero, señor – dijo uno de los soldados –, este hombre es peligroso.
• Cálmate. Si es necesario que uno de los dos termine muerto, haré lo posible para no ser yo.
Los soldados no discutieron y obedecieron a la petición de Datán, yéndose y dejándolos ahí solos. El sacerdote se encerró con Toni en el cónclave de la catedral, para que ninguna monja, niño o cualquier persona en general entrara.
• ¿Por qué haces esto? – preguntó Toni – ¿Acaso no me tienes miedo?
• No – respondió Datán mientras encendía un cigarro.
Se sentó a fumar tranquilamente mientras Toni lo miraba confundido. Exhaló el humo y le dijo:
• Sé que crees que puedes matarme, pues también sé que has matado a muchos hombres, pero no te confundas conmigo.
• Soy Toni Cazallas, uno de los más respetados asesinos que hay en esta ciudad.
• Genial. No recuerdo haberte preguntado, pero es bueno saberlo.
Toni sentía que este hombre tenía mucho ego, su altivez le parecía muy molesta y lo hacía enojar más. Apretó el puño con rabia, y por su mente pasó la idea de lanzarse contra el hombre y enfrentarlo de una vez, pero antes de que hiciera algo lo escuchó decir:
• ¿Quieres golpearme? ¿En serio arriesgarías tu vida por Sánchez? Estoy seguro de que a él no le importa lo que te pase, pero a ti, ¿no te importa tu propia vida?
Toni escuchó eso y empezó a dudar, sintió que el hombre tenía un poco de razón en lo que decía, seguramente Sánchez no haría nada por él.
• Dime su ubicación, sé que Sánchez quiere matarme a mí, yo iré a enfrentarlo personalmente.
Toni no sabía qué hacer, siempre había servido a Sánchez, traicionarlo sería como traicionarse a sí mismo. Sin embargo, las palabras del hombre le seguían retumbando en la mente, estaba arriesgando su vida por alguien que quizás no haría lo mismo por él.
• ¿Qué quieres, Toni? – preguntó Datán – Dime, ¿tienes algún precio?
• No, no traicionaré a Sánchez. Hemos matado a cuatro de ustedes ya, tú eres quien debería temer.
Datán apagó el cigarro y se paró frente a Toni, lo miró directamente a los ojos y le dijo:
• Te equivocas, no te tengo miedo, ni mucho menos a Sánchez. Se ve que no sabes de historia, Sánchez huye de mí hace años, y ni siquiera lo he buscado. Tú deberías temerme, así como el cobarde de tu jefe.
Lo que Toni no sabía es que Datán se había enfrentado mucho tiempo antes a Sánchez, cuando eran un par de jóvenes. El duelo había sido a espadas, producto de un pleito entre familias. En dicho duelo Datán se encargó de matar a dos de los tíos de Sánchez, un hermano y al padre, y cuando iba a matarlo a él, viendo lo asustado que estaba, decidió no matarlo, pero le hizo una herida con la punta de su espada en el pecho y le recomendó huir.
Datán era un verdadero peligro, pero el líder de la banda ya no le temía. La cicatriz del pecho no se le quitaba a Sánchez, pero luego de enfrentar tantas cosas en la vida dejó de temerle a la muerte, y con esto también a los más crueles rivales.
Toni por lo contrario empezó a tener miedo, en los ojos de este hombre se notaba la veracidad de sus palabras. Datán abrió la puerta de nuevo, y saliendo le dijo a Toni:
• Si tienes hambre ven, iré a comer.
El hombre se fue a una habitación donde había una gran mesa, la cual un par de niños llenaron de comida para él. Toni lo siguió y se sentó a verlo comer.
Datán era un hombre muy misterioso, su mirada parecía ser la de un asesino cruel y sin sentimientos, pero su apariencia no generaba miedo, era un gordo glotón. Toni creía en que los ojos son la puerta del alma, y esos ojos eran una especie de puerta al vacío.
Cada segundo aumentaba la tensión dentro de Toni, ver a ese hombre comer tan tranquilamente era desesperante, se suponía que estaban en guerra, ¿por qué estaba tan tranquilo?
• ¿En serio no harás nada más? – le preguntó Toni con desesperación.
• ¿De qué hablas?
• Te están buscando para matarte, ¿en serio te quedarás ahí comiendo?
Datán se quedó mirándolo fijamente y le respondió:
• Dime donde está, o déjame comer en paz.
Toni empezó a mirar hacia todo lado, buscando algo que pudiera utilizar para atacar a Datán. El sacerdote lo vio y se empezó a reír, tomó un cuchillo que tenía cerca y se lo entregó.
• Vamos, es lo que buscabas, ¿no? – le dijo burlándose.
Toni se sintió ofendido, pero agarró el cuchillo. Empuñó fuerte y dentro de su mente se preparó para lanzarse sobre el hombre, pero este no se movía ni parecía preparar defensa. Esto, por alguna razón, generaba mucho estrés a Toni, que soltó el cuchillo y preguntó airadamente:
• ¿Por qué no reaccionas? ¿Quieres qué te mate?
• No – respondió Datán –, quiero que me digas la ubicación de tu jefe. ¿No he sido muy claro con eso?
Toni no entendía por qué, pero ya no aguantaba más estar callado y sentía que la única manera de sacarse la presión del pecho era diciéndole al hombre lo que quería oír, aun traicionando su propia palabra. Le dijo con exactitud la ubicación de la banda y el plan que se estaba llevando a cabo, confesando también que su objetivo era buscar a los cazadores. Datán se puso de pie, se acercó a él y le dio un golpe en un costado de su cabeza, en el oído, que lo hizo caer al suelo casi inconsciente, tomó una cuerda y lo amarró.
• Toni – le susurraba mientras lo amarraba –, un verdadero hombre nunca traiciona a quien le ha brindado tantas cosas, así como Sánchez te ha dado. Eres un perro desagradecido, además de un inmundo traidor. ¿Sabes que es lo peor? Yo odio a los traidores.
Salió de la habitación y lo dejó ahí amarrado.
Pasaron algunos minutos. Toni estaba recuperando la conciencia, cuando llegaron unos soldados y lo llevaron arrastrado hasta un camión, donde lo metieron y le dejaron encerrado un par de horas, solo.
Sánchez estaba en su guarida, creyendo que Toni lo había logrado, confiado. La calma terminó cuándo uno de los vigías gritó alertando que se acercaba el ejército, lo cual se entendió inmediatamente como una traición, pues nadie que no fuera de la banda sabía con exactitud su ubicación.
Sin dudarlo tomaron cuanto pudieron y salieron por la parte de atrás de la guarida, la cual daba a la montaña, huyendo así de los militares y adentrándose a una selva que podría servirles como ventaja ante la persecución de sus enemigos. Ellos conocían la selva, así que al entrar en ella se dispersaron y buscaron la forma de alejarse lo más posible.
Sánchez estaba demasiado enojado con Toni, sabía que él era quien había informado de la ubicación de la banda. Iba con otros hombres, y cuando se detuvieron les dijo:
• Si a ese hijo de perra no lo mataron estos, yo mismo lo voy a matar.
Los militares llegaron a la guarida y empezaron a buscar por todo el lugar, no encontraron a ningún integrante de la banda, pero por las cosas que habían dejado tiradas se sabía que efectivamente era su lugar. Uno de los mayores del ejército se levantó y dio orden al resto de los militares, diciendo:
• Bordeen la ciudad, estos perros salieron huyendo, y no los vamos a dejar volver.
Los militares siguieron la orden y empezaron a ubicarse en los límites de la ciudad, cuidando que nadie entrara.
Mientras esto ocurría en Waitabo, Samantha estaba llegando a Santa Mónica. La alegría que tenía la mujer era grande, por fin se sentía libre, por fin estaba en donde quería, por fin iba a estar en donde sentía que la querían. Pero la primera sorpresa que se llevó al entrar al pueblo fue que las luces al interior del templo estaban encendidas.
En ese tiempo los pueblos contaban con un templo en el cuál no había sacerdote, sino que era visitado por uno de los de Waitabo, y las luces de estos templos solo se encendían cuando había un sacerdote ahí.
El hecho de que hubiera un sacerdote en el pueblo no era un dato menor, ella estaba huyendo de esta gente y esto hacía parecer que era imposible lograrlo.
Jacob, por su parte, estaba en la catedral preparándose para salir a cumplir con su misión. No era fácil para él, pero sabía que debía cumplir si quería vivir; y sí, quería vivir.
El objetivo de Jacob era matar a July, solo para demostrar que era capaz de asesinar a alguien con quien había compartido sudor, para así demostrar que no dudaría en obedecer por el apego, cariño o respeto que tuviera hacia otra persona.
El ejército anunció a los ciudadanos que podían salir de nuevo de sus casas, la guerra ahora sería afuera de la ciudad, según ellos.
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Los Santos De Waitabo
РазноеJacob es un chico nacido en Waitabo (la ciudad más grande del país de Granada), que tiene que enfrentar muchas adversidades en su vida, luego de ser involucrado en la jerarquía sacerdotal de la ciudad. El chico conocerá lo que es la pasión, pero tam...