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Han pasado varias horas, no sé cuántas en realidad, en el radio escucho la canción entre tus alas de Camila. Hace un rato una de las chicas del servicio me trajo la cena, no la he tocado, no tengo hambre.

Ya armé el estante, la cama y las mesas de noche, estoy empeñada en armar un escritorio, para colocarlo cerca del ventanal, estoy enfrascada en uno de los instructivos, yo creo que estoy en una fase que no sé si me faltan o me sobran piezas.

- ¿Por qué no has cenado?

- Maldita sea Abner – me llevo la mano al pecho, de veras me asusto – al menos toca o algo, me vas a matar de un susto.

- No tengo la culpa de que seas particularmente despistada y además un poco sorda, responde mi pregunta.

- No tengo hambre, además me falta muchas cosas por organizar.

- Deberías seguir mañana, ya pasan de las doce, y le dijiste al idiota de tu jefe, que estarías allá mañana.

- Tienes razón – suspiro, no me gusta ser amable con este ser humano en específico, pero se lo gano – gracias Abner, hoy me has ayudado mucho, prometo que te pagare todo...

- Tan bonito que iba todo

- ¿Cómo?

- ¿No puedes solo agradecer? Eres mi esposa, mi responsabilidad, aunque estés sorda y seas despistada.

- Sí, pero yo no tengo nombre de mujer – digo entre dientes.

- ¿Cómo?

- No, nada, cenare y me acostare a dormir, gracias por todo Abner, hasta mañana.

Lo empujo y lo saco de la habitación, cierro la puerta, pongo el seguro. Hasta ahora no me ha ido tan mal en mi primer día de matrimonio.

Con mi medio LimónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora