La sorpresa se encuentra en un Bar. Primer capítulo.

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―Llegamos a este país persiguiendo nuevos sueños.

¡Tal vez ya es la hora de despertar!

Por la mañana ya me sentía extraño, un café y un cigarrillo, antes de atender a dos clientes interesados en comprar el mismo automóvil. La cita seria en veinte minutos, con uno primero y una media hora más tarde, el otro después. Quizá no debería dar mucho descuento, y sería finalmente, una especie de subasta al mejor postor, y el que jodiera menos se llevaría las llaves, sin bajar mucho el precio, y mi comisión por la venta sería mucho mejor.

Necesitaba concentrarme en el trabajo, aunque el hecho de haberle puesto sobre la mesa esa propuesta a mi esposa, antes de salir del piso donde residíamos, recién llegamos a esa ciudad, repicaba cuáles campanadas de iglesia en domingo, citando a misa matinal.

¿Estaría bien? Aun en mi interior me preguntaba si era lo justo y necesario o era un paso incorrecto para ambos. Pero algo había que hacer para intentar poner un orden y remediar los disgustos de los últimos días entre los dos.

-¿Me invitas a uno? -y me sobresalté ligeramente. Era ella, sacándome de mí enrarecido mundo y atrayéndome con sus hermosos ojos verdes hacia la realidad.

-¡Pero claro! Ten ―le contesté e inmediatamente, con el movimiento ágil de un experimentado fumador, zarandeé la cajetilla para que dé entre los que me quedaban, sobresaliera uno.

-¿Y un cafecito para acompañar el cigarrillo?

-Puede ser ―le respondí sonriente.

-¡Nunca me había visto tan bien atendida!

-¡Ahhh!, eso debe ser porque no te has dejado ―y soltamos al unísono nuestras risotadas. Hummm. ¡Ayyy, mujeres, pobres hombres!

Paola era una hermosa mujer barranquillera, también recién desembarcada por estas tierras madrileñas. Era delgada y casi tan alta como yo. Por cierto, muy amiga del dueño. Cabellos dorados, y completamente liso, hasta llegar a su cintura. Una joven belleza de rostro anguloso, nariz perfecta de muñeca Barbie y dos hoyuelos preciosos, que asomaban en su cara cuando sonreía. ¡Que era casi siempre!

De senos no estaba para nada mal. No muy grandes, pero como era de cintura estrecha y caderas anchas, pues le resaltaban bastante. Y su cola era un durazno, que yo deseaba morder, casi siempre. Estaba a pocos días de su boda, con un muchacho que, ―por cosas del destino― era hijo de una clienta mía, dueña de un tradicional almacén ferretero. La señora ya me había comprado dos autos y un camión de carga, perfecto para los repartos urbanos.

Ya llegaba la hora de la primera cita con el interesado en el automóvil verde usado, un Seat Ibiza del 2012, muy bien cuidado y cuyo propietario era mi Jefe de ventas. El señor González llegó puntual a la cita, con la familia completa. Le pasé las llaves del automóvil para que apreciara el interior y el perfecto funcionamiento del motor. La esposa de mi cliente y los niños, junto a la otra señora que, por su facha, me pareció la suegra, también quedaron encantados.

Como en todo negocio, el cliente buscaba peros y rayones para aminorar en lo posible el precio de venta, pero es que ese bendito Seat estaba impecable, mi jefe lo cuidaba más que a la niña de sus ojos. No pudo el señor González, rebatir el precio, sin embargo, se empeñaba en intentarlo.

Les ofrecí cafecito en una mesa apartada para que se acomodaran y fueran dialogando, mientras que mi rubia barranquillera me hacía la segunda, distrayendo -con sus carnavaleras risotadas- al otro cliente. Las citas acordadas con anticipación, salieron a pedir de boca. La familia veía con angustia, como se le escurría la baba al nuevo posible comprador.

Y Finalmente... Ella & Tu Regalo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora