Décimo cuarto capítulo.-

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―Comprender el dolor que causas, te permite estar listo para enfrentar las consecuencias.

-¿Hola?, eh, Rodrigo, ¿Cierto? ¡Vaya!, pero qué sorpresa. No pensé que fuera a ser tan rápido, aunque..., bueno, claro que sí, je, je, je. Te debo ese café, y más por supuesto. ¿Qué te parece si nos vemos mañana en la tarde?

-Me parece perfecto -le respondí.

Silvia, entre tanto, me observaba, intentando ocultar la curiosidad, y dominar un poco su nerviosismo. Tomó una servilleta para limpiar su nariz -mirándome de soslayo-, y se dio la vuelta para recoger la botella de aguardiente junto con las copas, al igual que el cenicero e ir con pasos lentos hasta la cocina, como sin darle mayor importancia al inicio de mi conversación, pero queriendo escuchar algo más.

-Hablamos antes para definir en cuál sitio -le hablé en tono un tanto más elevado al normal-, aunque si conoces uno en especial me envías la ubicación y allí estaré. Que descanses, y perdona por llamarte a esta hora. -Le respondí a Martha para despedirme.

-No te preocupes, en verdad. Muchas gracias y mañana te llamo. Un beso, mi caballero salvador. -Y terminó Martha con la llamada.

Dejé el teléfono sobre la mesa, y enseguida mi esposa me encaró.

-Qué estúpida soy, ¿no es verdad? Yo, tan preocupada por lo que hice, y que aquello, tan insignificante para mí, no fuera a romper lo nuestro, y ya veo que tú, quién sabe desde cuándo, me tenías ya un reemplazo. -Súbitamente, Silvia hizo un breve pausa para suspirar, mirándome por encima del mesón, antes de continuar exponiéndome sus pensamientos.

-Pero no te confundas Rodrigo, si nuestro matrimonio se va a la mierda, no va a ser por mi culpa. Serás tú, y solo tú, el culpable. -Y en sus ojitos cafés empezó de nuevo a desbordarse el llanto, y para que yo no me diera cuenta, agachó su cabeza. No aguanté verla así, y fui a su encuentro.

Silvia, al sentir que me acercaba, levantó su rostro y me miró expectante. La tomé entre mis brazos, y con mis labios fue besando sus ojos, absorbiendo su salina humedad. De a pocos, también mi boca recorrió el trazado que habían dejado las lágrimas por sus mejillas, y finalmente terminé acariciando con mis dedos el contorno de sus deliciosos labios; lentamente, sin dejar de mirarla, acerqué mi boca a la suya y nos besamos, uno largo y profundo, entregados íntimamente, después de tanto desasosiego y completamente enamorados.

-Mi amor -le dije al separarnos-, la confundida aquí eres tú. Yo jamás, escúchame bien, Silvia, yo nunca haría algo para herirte, mortificarte o intentar acabar con lo nuestro. Yo te amo, desde el primer momento en que te vi y mi corazón lo supo. Tú, mi vida, serás por siempre, la única mujer a quien amaré. -Y mi esposa se aferró con sus brazos, aun con mayor fuerza a mi torso. Apoyó su cabeza de lado sobre mi pecho para luego despegarse un poco y mirándome fijamente me dijo...

-Y tú, mi amor, eres el hombre que escogí para compartir mi camino. Perdóname, me dejé llevar por estúpida. Lo siento realmente. Pero que te quede claro, que no va a suceder nada más entre mi jefe y yo. Ha sido un error terrible de parte suya, y una completa idiotez mía, por aceptar sus besos y esos regalos. Se los voy a devolver. ¡Todo!

-No te preocupes por eso, mi amor -le contesté-. Sus obsequios son lo de menos, y si ya lo aclaraste con tu jefe, pues no veo necesario que los devuelvas y pases por mal educada o una desagradecida. Yo debo confiar en ti, y no seré ese obstáculo que te limite o impida superarte en tu desarrollo profesional. Si así lo hiciera, nuestra relación no tendría sentido. -Y volví de nuevo a besarla, con más ternura que pasión.

Deslicé mis dos manos hasta alcanzar la redondez de sus nalgas, para apretarlas y amasarlas con firmeza. ¡Humm!, que placentera sensación aquella de ir incrementando la pasión arriba, besando y lamiendo su lengua, para a la vez sentir más abajo, como mi verga tomaba una gran consistencia bajo mi bóxer, restregándosela contra su bajo vientre y los dos ya respirando agitados, con deseos de llegar a algo más. Pero mi esposa, se apartó un poco, para dejarme notar las ganas en el rubor de sus mejillas y soltarme con cariño, una clara señal de... ¡Prohibido pasar!

Y Finalmente... Ella & Tu Regalo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora