Quinto capítulo.

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―Una cuerda que se rompe por traición, puede volverse a atar, pero nunca será una entera.

Casi medio día y sin saber de él. Cada que veía abrir la puerta de la oficina, ilusionada, elevaba mis ojos para observar, esperando por su llegada. Continuaba angustiada, revisando, acumulando papeles y folders, a uno y otro lado de mi escritorio. Pensaba en él y en su dolor.

Por detrás del espaldar de mi silla y encima del archivador, reposaba un retrato de mis hijos junto a mi esposo, recordándome lo feliz que ellos me hacían, justo por delante de una solitaria y delicada maceta con una orquídea artificial. Recuerdo de un día de octubre, un obsequio por la fecha de nuestro aniversario. No, no de casados, sino de cuando yo lo busqué, corriendo una nublada tarde, por detrás de Rodrigo, para darle alcance y declárale mi consentimiento, diciéndole que sí, que aceptaba ser su novia. Tenía en mis manos aquella carta llena de amor, y escrita en ella, sus para nada ocultos sentimientos hacia mí, en letras mayúsculas. ¡No lo podía dejar escapar!

-¡Silvia!, mujer aterriza. ¿El amor te tiene boba hoy? Mira, toma. Estos son los últimos soportes recibidos de las cuentas en Portugal, para adjuntarlos al informe final. -La voz que me traía de vuelta a la laboral realidad, era la de Amanda, una mujer muy amable pero retraída hasta el extremo de sonrojarse por cualquier comentario que la tuviera a ella como protagonista. Bueno o malo, gracioso u ofensivo, daba igual.

Afortunadamente, mis compañeras y yo, diligentemente, realizamos las labores pertinentes para organizar los documentos financieros requeridos para complementar los informes que mi jefe debería entregar en Lisboa, y luego en Londres. También pudimos ordenar la carpeta con los ajustes faltantes para las oficinas principales en Nueva York. Pero... ¡Sí!, siempre el atravesado inconveniente. La faltante firma de don Hugo en la última hoja, con su visto bueno. Aquella rúbrica de elegantes y firmes trazos.

Faltaba él, y su ausencia para mí no pasaba desapercibida, al contrario de la alegría que respiraban el resto de mis compañeras de oficina, al no tenerlo a él por allí. Don Hugo era muy serio, reservado y muchas veces se olvidaba de brindarnos un saludo de buenos días, o de buenas tardes. De los cumpleaños de las empleadas ni hablar. Nunca los recordaba o simplemente para él, eran fechas sin importancia.

Y, sin embargo, yo lo echaba en falta, primero para aclarar lo sucedido entre los dos, y sí, también para consolarle después de conocer la infidelidad de su esposa, y entendiendo en parte, su forma de actuar últimamente.

Ni una llamada suya a la oficina, ningún mensaje tampoco en mi móvil. Y yo no me atrevía a llamarle. Sencillamente, porque no sabría cómo hablarle ni que decirle, y él, sin saber que yo ya conocía el motivo de su tristeza. Esa certeza que fue aliviando mi corazón, al transcurrir las horas de aquella mañana.

¿Un café?, sí, y también un cigarrillo para acompañar mis pensamientos. Pero debería salir del edificio hasta una cafetería cercana. Les informé a mis compañeras mi ausencia por unos minutos, para después avanzar sin prisa por el amplio lobby. Saliendo ya por las acristaladas puertas, una llamada a mi móvil me sobresaltó, lo busqué con prisas dentro de mi bolso. Mi corazón palpitaba, lo tomé entre mis afanadas manos, lo desbloqueé... Puff, ¡Rodrigo! Suspiré y me demoré unos instantes para contestar. Lo había olvidado, a mi esposo y la usual llamada de las diez.

-Mi vida lo lamento, ¡perdóname! Me olvidé. -Respondí angustiada por mi descuido.

-¡Hola mi amor! ¿Cómo estás?, no te preocupes por eso mi vida, supongo que has estado muy ocupada en la mañana, soportando al «pesado» de tu jefecito. -Escuché decir a mi esposo, con su jocoso tonillo en la voz. No me gustó.

Y Finalmente... Ella & Tu Regalo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora