¡Ojo por ojo, diente por diente! Segundo capítulo.

422 10 15
                                    


―No se trata de quien es bueno en tu cara, sino de quien es leal a tus espaldas.

—¿Hugo? Pues si no está aquí, debe estar con Paco y con Luis. —Le manifesté, pero a Martha eso no le hizo gracia y torció su boca, o desconocía los nombres de los sobrinitos del Pato Donald. Después volteó su cabeza para mirar, colocando su mano sobre la frente a modo de visera, como oteando el lejano panorama.

—Ah, allí están, al fondo. ¿Hugo bailando? Mmm... ¡Pero qué sorpresa! —Y ella se notaba aparte de sorprendida, algo mosqueada.

—Bueno, pues vamos para allá, y les mostramos como es que se baila, porque déjame decirte que, si es aquel, el que baila con la mechi-colorada, tu marido, francamente merece permanecer sentado. —E inmediatamente, Martha soltó una risotada y me tomó de la mano, no sin antes dejar mi bolsa de regalo, amparada al lado de un bolso negro con una hebilla dorada, que se me hizo un tanto familiar.

—Rodrigo eres muy gracioso. Y... ¡Demasiado sincero! —Me dijo mientras conseguíamos un espacio vacío para los dos, entre las personas que bailaban.

—¡Lo siento!, mi programación no me permite mentir. A veces caigo mal por decir las cosas así, directas y sin anestesia. Un desperfecto más que ya no creo poder reparar. —Y me reí, mientras la tomaba con mi brazo, rodeando su delgada cintura y con la otra, delicadamente la envolvía entre mis dedos.

Martha me observó nerviosa al principio, pero una leve sonrisa mía, terminó por derrumbar sus temores y empezamos a girar, derecha, vuelta y risas; derecha, otra vuelta más y hacia la izquierda y...

—¡Hugooo! Te presento a un amigo colombiano. —Le gritó a su esposo, cuando nos lo encontramos de frente, el obviamente absorto en intentar seguir el paso de aquella joven mujer de cabello tinturado, con las dichosas puntas del cabello decoloradas, según la famosa moda californiana.

El hombre me miró de arriba hasta abajo. Él, muy pulcro y bien vestido, camisa blanca bien alisada; y en los puños, doradas y gruesas mancuernas modeladas. Y una corbata azul, con el nudo del cuello algo flojo, a rayas verticales y obviamente, de fina seda. Yo, pues, sabía cómo iba de mojado; mi pantalón negro de paño algo ajado, mi camisa azul —comprada en un bazar cercano a mi piso— con las mangas arrugadas, desaliñada y descuidada, como el alma mía, y fue cuando los ojos de la joven acompañante, se encontraron sorprendidos con los míos, igualmente, bien abiertos.

Es un gusto. Mi nombre es Rodrigo, no obstante, los amigos me llaman Rocky. —Le hablé subiendo el tono de mi voz grave, para que me escuchara mejor, ya que la música estaba un poco alta. Y de inmediato le extendí mi mano, soltando a Martha de la suya.

El tal Hugo hizo una mueca, con tintes leves de disgusto, y apretó bastante fuerte la mía, como demostrando su superioridad.

—Mucho gusto, soy Hugo. —Me saludó, y de inmediato me fijé en la mujer... ¿Mi mujer?

—¡Ahhh! Rodrigo, ella es Silvia, una amiga de Luis y bueno... También mía. Y al igual que tú, es de Colombia. —Y sonrió Martha al hacer la presentación de «¡la amiga!», que se suponía, ellos no sabían que yo muy bien conocía.

La miré fijamente, le extendí asimismo la mano, y la saludé como si nada.

—Encantado, es un placer. —Y mi esposa, de manera nerviosa, tartamudeó un... —Mu... Mucho gusto, Silvia. —Quitando su mano rápidamente de la mía, y esquivando por supuesto, mirarme a la cara.

¡Vaya sorpresa me llevé! Ya estaba advertido por mi mujer, de que esta noche me devolvería la afrenta con su admirado jefe... ¿Pero por qué tenían que haber venido aquí? Si este era nuestro sitio, donde acostumbrábamos venir los dos en plan de... ¡Enamorados!

Y Finalmente... Ella & Tu Regalo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora