- El regalo. Un antes y un después. Cuarto capítulo.

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Los que no conocen el mal no tienen sospechas.

-¡Buenos días, amor! -saludé a mi esposo, una madrugada del comienzo de julio.

-Ya tengo listo el desayuno y los niños están terminando de alistar sus maletines. -Y me lancé entre sus brazos para besarlo y demostrarle todo mi cariño a modo de... ¿Compensación?

-Buenos días, vida mía. Tú tan linda como siempre. Gracias, mi cielo. ¿Qué tal tu noche? ¿Descansaste bien para empezar esta dura semana? -me respondió mi esposo, abrazándome por mi cintura y dejando caer su boca, en un ligero beso sobre mis ya pintados labios, y posteriormente una palmada en mi nalga derecha -no demasiado fuerte- acercándose a la mesa del comedor.

-Hummm, más o menos bien, pero no soñé contigo si es lo que quieres saber. No tuve en verdad bonitos sueños mi amor. Estoy preocupada en verdad. -Y terminando aquellas palabras, bajé mi mirada.

-¿Y eso? Pesadillas o... -miré entonces a mi marido, y con un pequeño puchero le respondí a su pregunta de manera afirmativa. Rodrigo me tomo de las manos y me besó en la frente. Levanté mi rostro y le di un beso en su boca, en señal de agradecimiento por su preocupación.

-Amor, sucede que mi jefe últimamente, más o menos unos dos o tres meses atrás, ha llegado a la oficina de muy mal humor y bastante ajeno a las prioridades; pensativo y lejos de los asuntos de financieros que requieren de su oportuna atención. ¡Puff!, suspiré, virando mis ojos cafés hacia la pared de la sala donde estaban colgados varios retratos, entre ellos, uno donde Rodrigo y yo, riéndonos abrazados.

-De hecho -proseguí- esta semana tenemos programadas unas reuniones con unos altos ejecutivos que quieren hacer algunas inversiones en la compañía y además lo están requiriendo de las oficinas en Lisboa y Londres.

-¿En serio? Ya se le pasará. -Rodrigo, sin mirarme, dando sorbos cortos a su taza de café, respondía sin un atisbo de importancia en su rostro, a lo que yo le contaba de mi jefe. Sin embargo, se detuvo antes de tomar una rebanada de pan para no perder de vista a mis ojos y continuar diciéndome...

-Humm, pues eso debe ser por lo que está de mal humor. Igual ese es su estado natural según me has contado. ¿Cómo son las palabras con las que lo defines?... ¿Pedante y huraño? Desde que no te moleste ni te haga sentir mal, allá él.

-Sí, mi vida, pero estos últimos días ha estado peor. Está muy cambiado. No se concentra en la oficina y he tenido que revisar continuamente los informes que prepara para arreglar uno que otro error, y créeme, eso en él es bastante extraño. Es más, llegó el miércoles pasado de su visita a las oficinas principales en Nueva York, y la sensación que ellos se llevaron de mi jefe fue muy similar a la mía. Redactó unos informes y dejó algunos pequeños vacíos, así qué obviamente tuve que salirle al paso a esos comentarios, recalcular ciertos fallos que, sin ser muy importantes, podrían afectar su intachable imagen. Por lo tanto, me comprometí para arreglar ese informe posteriormente.

-¿Por eso te demoraste en salir el viernes pasado? -me inquieté en ese momento y me separé de la mesa del comedor -sintiéndome un tanto cohibida- dirigiéndome hacia el interior de la cocina, sin contestar ni dejar que mi esposo advirtiera en mi rostro algún signo de perturbación. Pero Rodrigo prosiguió con sus comentarios.

-Tranquila mi vida, haces muy bien tu trabajo y tu jefe no se puede quejar de ti. No tendrás que viajar con él o... ¿Sí? -Me quedé en silencio por un breve instante, pensando si mi esposo tendría el don de la clarividencia y yo, después de todo, debería viajar con el entristecido jefe mío.

Me sentí de pronto angustiada por eso y, además, porque yo no tenía en regla todos mis documentos, si los llegara a requerir para viajar fuera del país. Rodrigo me observó fijamente mientras daba cuenta de los huevos revueltos y el café. Las rebanadas de pan finalmente no las tocó.

Y Finalmente... Ella & Tu Regalo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora