Décimo quinto capítulo.

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―El adulterio es justificable: El alma necesita pocas cosas; el cuerpo muchas. -. George Herbert

Amaneció, y al abrir mis ojos me percaté de que estábamos abrazados, como siempre, y como nunca jamás debimos haber dejado de hacerlo, tras años de acostumbradas pero agradecidas alboradas. El beso mío en su respingada nariz para despertarla y, por si no surtía efecto, la palmada cariñosa sobre una de sus pompis —la que tuviese a mi alcance—, o aquel abrazo suyo por mi espalda, agregando varios besitos en mi cuello, hasta llegar a morder con picardía, la esquina de mi hombro derecho; y obviamente, su infaltable pellizco en mi nalga diestra, o si me demoraba en levantarme, en las dos, para comenzar con el trajín diario. Ella con los niños y yo a la cocina, algunas veces al revés.

—Mi amor —me dijo cauta, mientras yo servía los cereales, inundados de leche achocolatada—, se me olvidó comentarte que concerté con el colegio, la recogida de los niños en el transporte escolar. Luego en la tarde los dejaran donde mi madre, y pasamos allí por ellos al regresar del trabajo. De esta manera nos relajamos un poco. ¿Qué te parece?

—Pues por mi perfecto, pero..., ¿y el dinero de donde saldrá?

—Tranquilo mi amor, para ello, aproveché el aumento de salario. Igual, lo empezaremos a pagar a finales del otro mes. Despreocúpate mi vida, lo tengo todo calculado. Te amo... ¡Mucho!

—Bueno, mi vida. Entonces te encargas hoy de ellos, ya que tengo reunión a primera hora. —Le dije a mi esposa, para luego abrazar a mis hijos, y dándoles un besito de despedida.

—Que tengas bonito día, y que les vaya a los dos muy bien en la presentación. —Me deseó, para finalizar con una amorosa sentencia...

—¡Oye, mi amor!, recuerda tener esas manitas quietas, ¡ehhh! —Y se abrazó a mí con ganas de hacerme sentir amado, y dándonos un casto beso en la boca, nos apartamos.

—Lo tendré en cuenta —le respondí sonriéndole—. Yo, por ahora, marcharé a trabajar. Que te vaya bonito hoy, mi amor.

Antes de cerrar la puerta le pregunté a Silvia, a modo de broma...

—Y tú mi vida..., ¿seguirás jugando a revivir historias pasadas? —Y mi esposa, terminando de acomodar las mochilas de nuestros hijos, me miró sorprendida, y me respondió con entereza: —¡Bobito! Creo que anoche lo dejé muy claro, tanto para mi jefe como para ti, mi amor. ¡Solo soy tuya, y no tendré nada de nada, con nadie más que tú! Y espero lo mismo de ti. Chao. —Y con esa última frase, partí de mi hogar.

Curiosamente, cuando llegué a la oficina, Paola ya se encontraba en la sala de reuniones, organizando sus apuntes, y escribiendo en el blanco tablero —con un marcador de color rojo—, una frase bien conocida por mí: «¡Separen las cabras de las ovejas!», y un renglón por debajo, en rotulador negro...: ¡Ventajas y Beneficios!, subrayándolo con el rotulador rojo, trazada en ondas, muy cortas, pero con nervioso pulso. «¡Pobrecita, estaba frenética mi rubia tentación, y en su rostro se le apreciaba el trasnocho!», pensé, pero sin duda, la barranquillera me hizo caso y había realizado bien su tarea.

Realmente, esa mañana solo tuve que intervenir en un par de ocasiones para aclarar los términos de la sociedad propuesta entre los conductores y los propietarios, y otro tanto, en el tema de unas cifras del arrendamiento financiero de las nuevas unidades. Por lo demás, Paola estuvo genial y fue muy aplaudida. Ella, tan radiante como siempre, no me miró, al igual que lo hizo en toda la presentación, esquivando mi mirada, rehuyéndome mentalmente por los nervios, con toda seguridad.

Salí de aquella sala de juntas hacia mi escritorio, con el fin de revisar la agenda del día. Una visita programada con la dueña de una gran ferretería, y a la cual ya le había vendido en meses anteriores dos unidades de camiones de diversa capacidad de tonelaje, y a la cual debía pasar revista a sus necesidades posventa. Por lo demás, solo atender en planta el ingreso de nuevos clientes. Pensé en salir a tomar un café y fumarme un cigarrillo con Paola, pero ella estaba demorada aún en la sala de juntas. Tomé mi móvil para hacerle una llamada, cuando la vi salir acompañada de Iván, otro de los asesores, y mis dos compañeras, Ana e Inés. Adicionalmente, enganchada al brazo de Federico, que se pavoneaba al poder caminar del lado de esa rubia belleza. Sonrientes, y dirigiéndose todos hacia la salida.

Y Finalmente... Ella & Tu Regalo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora