Sexto capítulo.

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―Una sola traición basta para empezar a desconfiar de los más leales.

-Y... ¿Ahora qué hago? Pensé a quién acudir, obviamente a mi esposo ni hablar. ¿Alguna compañera de oficina? No, claro que no. Dejaría en evidencia a mi jefe y eso sería imperdonable.

Necesitaba... ¡Me urgía despertarlo y traerlo de vuelta de su embriaguez! ¿Pero cómo? ¡Una bebida energizante! Sí, obviamente. ¡Mierda! Él las detestaba. Entonces... Mmm, ¿algo de comer? ¡Sí, eso podría ser! Un buen plato de sopa caliente -especulé y sonreí por mi brillante idea- no obstante, su brazo seguía abarcando mi cintura, con su cara vuelta hacia mí. No roncaba, pero sí emitía ligeros sonidos, balbuceos enredados, con palabras cortas y vocablos espaciados en medio de sus ebrios gruñidos. Con sumo cuidado retiré su brazo y me fui colocando en pie, necesitaba llamar a recepción y pedir servicio al cuarto. De la mesita auxiliar tomé el blanco teléfono y descolgué.

Escuché la voz de aquella mujer de la recepción y le pedí que por favor me hiciera llegar un desayuno, con un buen plato de sopa caliente. Me leyó el menú y opté por un cocido madrileño y para mí, una taza de buen café. ¡Lo necesitaba con urgencia! Al terminar el pedido, levanté del suelo aquel estropicio. Su chaqueta la colgué en el armario y los pantalones... ¿Se los pongo? Preferí dejarlos doblados al extremo de la cama. Levanté los zapatos y los acomodé en el fondo de aquel guardarropa. Lo miré durante unos minutos y no me decidía a moverlo.

Caí en la cuenta de que -hacía demasiado tiempo- no me sentía tan rara, algo avergonzada e insegura; incómoda y temblorosa, al estar a solas con otro hombre, y ese, precisamente, era mi agobiado jefe. A puro galope, como asustada, sin tener razón, mi corazón bombeaba litros de sangre, y mi piel se erizó, al imaginar un posible final aquella tarde, con un encuentro tan íntimo y cercano. ¿Sexual? Mi jefe y yo.... ¡Imprudente e inesperado! Pensamiento. Me acaloré, lo recuerdo, y lo pude percibir en mis mejillas, también en mí... ¡En fin!

Tomé con mis dedos delicadamente el borde superior de su pantaloncillo, pensando que estaría bien si se los acomodaba. Es que, al verlo así, a medio vestir, exponiendo ante mis ojos, parte de su velluda espalda, sus blanquecinas nalgas y esa bolsa de piel, conteniendo ese par de..., gordos testículos, me produjo sensaciones insospechadas.

Estaba yo en esas divagaciones, cuando tocaron a la puerta. Desistí de mi intención de acomodarselo, y me encaminé a la puerta para recibir el pedido. Un joven de aspecto marroquí, pretendía entrar su carrito de servicio con el desayuno, al interior de la habitación. Con mucha pena de mi parte le obstaculicé la entrada, y de un bolsillo de mi traje, tomé un billete y se lo entregué como propina; me hice dueña de aquel servicio, y fui yo quien lo ingresé con prisa dentro de aquella habitación, para posteriormente cerrar con apuro la puerta.

Al darme la vuelta, ya don Hugo se había cambiado de posición y ahora sí me ofrecía una vista completa de su fisonomía delantera. Sus cabellos revueltos, los ojos cerrados y la boca entreabierta, dejando escapar un hilo fino de saliva. La camisa apenas cerrada por dos o tres botones, y su corbata a medio desanudar, enredada por el cuello -larga tela de fina seda- estirada hacia su costado izquierdo.

Los laterales de la camisa se abrían hacia uno y otro lado de su tronco. En su pecho, un poco de vello oscuro, casi liso, tan parecido a Rodrigo en esa parte. El vientre diferente al musculoso y marcado de mi esposo. El de mi jefe sin ejercitar, con algo de panza, subiendo y bajando al compás tranquilo de su respiración. Y debajo de su hundido ombligo, una lineal secuencia de negros vellos, a modo de lujurioso camino, que descendía en atrayente desorden hacia su pubis, cubierto este, de grueso pelambre azabache. ¡Puff! Me quedé fijamente observando el resto de su desnuda intimidad. ¿Estuvo mal?

Y Finalmente... Ella & Tu Regalo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora