Décimo séptimo capítulo.

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―Es más fácil quedar bien como amante que como marido: Porque es más fácil ser oportuno e ingenioso de vez en cuando que todos los días. -. Honoré de Balzac

Se podría decir, que aquella noche previa al viernes, se convirtió en la puerta cerrada que yo, sin pensarlo bien, decidí abrir. Cuando me encontré con la posibilidad de mostrarle al idiota «jefecito» de mi mujer, que yo era el único hombre en la vida de Silvia, y que se la podía coger por derecho, no me lo pensé dos veces.

¿Quería verla? ¿Regodearse, y tal vez, machacarse el miembro con la imagen de mi esposa, modelando para él, los trajes que le había obsequiado? Ok, pues le daría ese pequeño gustico -pensé-, adornándola con una escena de sexo fuerte y procaz, desnudando de sus obsequios el cuerpo de Silvia, con ella recibiendo mis embestidas, haciéndola gemir de nuevo aquella noche, hasta hacerla delirar y entre gritos, conseguir qué gritara delante de él, mi nombre. El de su único macho, el de su gran amor. Con eso creí que bastaría para desterrarlo del camino de su ilusión. ¿Error?

Coloqué un sillón al lado del sofá, porque estorbaba el paso de mi mujer cuando viniera caminando del pasillo. La mesa del comedor la desplacé, hasta dejarla bien pegada al muro que dividía esa estancia, con la cocina. Y una lámpara de pie, la adecué de tal modo que brindara una iluminación indirecta, aunque con la claridad necesaria para que la imagen tomada desde el teléfono móvil de mi esposa, le permitiera una buena visualización del espectáculo al enamorado y aburrido espectador.

La mesita de centro la retiré por completo, para darle a Silvia, el espacio suficiente donde llegar y dar, una o dos vueltas, mostrando con elegancia sus pasos y la perfección de su cuerpo; y de forma coqueta, modelar para sus ojos exclusivamente -en apariencia-, los vestidos elegidos por ella, y cancelados con gusto por su galante «jefecito».

También reparé en las puertas de cristal del balcón, las cuales abrí de par en par, con el fin de evitar molestos reflejos, y sobre el mediano muro, acomodé el cenicero, la cajetilla de cigarrillos y mi encendedor; adicional a ello, una botella de aguardiente sin destapar, para aplacar los nervios y entrar en calor -mi mujer y yo-, junto a dos angostas copitas de cristal.

Pasaban los minutos y mi esposa no llegaba. Me asomé un poco mirando hacia la profundidad del pasillo... ¡Nada!, tan solo oscuridad. Así que me dirigí intrigado hacia la alcoba, para casi darme de narices con la puerta cerrada. Que estaría sucediendo allí. ¿Hablando con su jefe a solas? Pegué mi oreja a la madera de la puerta, sin lograr escuchar palabra alguna.

Decidido, tomé la perilla y la giré. Nuestra habitación estaba a oscuras. ¡Silencio, casi sepulcral!

-¿Silvia? Amor... ¿Qué pasó? -Sin poder verla, desde nuestra cama la escuche decir...

-No voy a seguir tu jueguito de macho dominante. Eso es lo que sucede. ¿Qué pasa contigo? ¿Quieres exhibirme, como si fuese tu más preciado trofeo? Piensas acaso... ¿Qué me gusta sentirme como una vaca, con moño y cencerro en el cuello, dispuesta para exhibición en una feria ganadera de pueblo? Pues si es así, déjame decirte qué estás completamente equivocado. ¡Conmigo no cuentes para tus estúpidas ideas de venganza machista!

-¡Pero que estás diciendo mi vida! Se me ocurrió que podríamos jugar un poco con el morboso de tu jefecito, dejándole en claro que se fuera olvidando de su ilusión de conquistarte. Y de paso, lograr que, en su lejano encierro, pudiese desfogar sus ganas de sexo, observándote, y así, aclárale mientras nos viera juntos, que entre tú y yo no existen las aburridoras rutinas que le están costando por lo visto, continuar con su matrimonio, y sí, que, de paso, se hiciera una paja mientras le hacíamos un show privado, y regresara como un corderito al lado de su esposa, ya más en calma.

Y Finalmente... Ella & Tu Regalo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora