Octavo capítulo.

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―Quien quita la ocasión, quita el pecado.

—¿Rocky?... ¿Y no piensas decirme nada? —casi me suplicó Paola, colocando su mano izquierda sobre mi muslo derecho, como para llamar mi atención y calmar su inquietud, sobre lo sucedido.

La había escuchado con claridad, pero yo estaba todavía confundido y pensativo. Habíamos tomado ya, camino de regreso, y tras unos minutos de silencio entre los dos —embutidos en un pequeño trancón—, antes girar a la derecha debido a un accidente de tráfico para seguir por la Avenida de los Reyes Católicos, le respondí a Paola.

—¡Pues sí! —exclamé, hablando en voz alta, pero continué como si fuera solo para mí: —¡Alabado sea Dios! Virgen Santísima, ¡por fin! —di las gracias por salir de aquel pequeño taco de tránsito. Y la rubia asombrada, abriendo aún más sus hermosos ojos esmeraldas, elevando a la par sus delineadas cejas doradas, quedo a la expectativa, y siguió observándome en silencio. Tras una breve pausa me dijo: —Ajá, nene, y esa expresión... ¡Qué, o qué!

—Ja, ja, ja, mira Pao, ¿Puedo llamarte así? —le respondí, y ella asintió amablemente, con su sonrisa franca por delante.

—Es que me acabas de llamar como me gusta, y no con ese «Rodri» tuyo, que no me agrada para nada. —Paola se recompuso en su asiento, y apartando de su mejilla uno de sus mechones rubios —acomodándolo por detrás de su oreja—, se puso seria, borrándosele la linda sonrisa de su rostro, y se confesó.

—¡Y Ajá! Pues es que era por fastidiarte. ¡Me caíste gordo, nene! Cuando nos conocimos, me pareciste pedante y orgulloso. Casi levitando por las instalaciones del concesionario, en vez de caminar. Aparte de que, ajá, casi y me matas esta mañana.

—Yo, ¿pedante y orgulloso? —le respondí, perdiéndome de nuevo al mirar fijamente el color verde de sus dos iris, y en el negro de sus pupilas, tan brillantes como dilatadas.

—¡Soberbio!, con ínfulas de ser tan importante, y con esa mala cara que pusiste cuando te dijeron que me pondrían a tu cargo. Porque ¡ajá!, un «pajarito» me contó que no te gustó para nada tenerme a tu lado. —Ya sabía yo, cuál era ese «pajarito» tan... ¡Sapo!

—Mira Pao, lo siento. Es que tiendo a caer mal con la primera impresión, y además porque yo... ¡Mierda!, pues es que estoy acostumbrado a trabajar solo. Me gusta el silencio de mi independencia. Pienso y hablo conmigo mismo, y, de hecho, hasta me regaño si los negocios me salen mal. Y, además, porque tengo que realizar varias visitas a unos clientes y contigo a mi lado...

—Ja, ja, ja, no me vas a decir que te desconcentro. ¡Upaaa!, Rocky, no me hagas sonrojar. ¡Ja, ja, ja! —me contestó efusiva, y entonces fui yo, quien colocó la mano sobre su cercana rodilla, y la adulé.

—¡Y quién no, si tú eres...!

—¿Qué? Ajá, desembucha. ¿Qué soy para ti? —Tampoco le contesté, evitando sentirme apenado ante aquella rubia tentación, no obstante, sentí que me había sonrojado.

Bueno, Pao, y entonces... ¿Qué te hizo cambiar de opinión sobre mí? —Le pregunté, colocando en mi rostro mi afable gesto profesional.

—Anda, nene, porque tuviste la oportunidad de tomarme. Y... «¡A papaya puesta, papaya partida!», como decía mi abuelita. Pudiste meter esa «mondá» tuya en mi boca, cuando esa señora te lo ordenó, y si lo hubieses querido, también en mi cuca mojada, y culiarme a placer, ya que tenía, «cule de arrechera». —Y con ese apunte tan costeño, me hizo reír con ganas.

—Inclusive te hubiera permitido darme por el «jopo» pero en vez de abusarme y estando tu rostro tan cerca del mío, decidiste liberarme, y pude ver en tus ojos la imagen de un hombre íntegro y honesto. Fuiste incapaz de propasarte conmigo, y seguramente actuarias, igual con cualquier otra mujer indefensa. ¡Eres todo un «cachaco»! Y además porque tienes una fidelidad a toda prueba. Estás bien «encoñado» de tu mujer, y la amas bastante, ¿no es verdad? —Me comentó aquella rubia barranquillera, con sus ojos esa vez conmovidos, aunque mantenía su verde tonalidad oscurecida, casi como un árbol de pino.

Y Finalmente... Ella & Tu Regalo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora