HELGA, LA ARDIENTE BESTIA DE LAS NIEVES

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 Era lunes. O tal vez martes, no puedo precisarlo. Ese día jugamos béisbol con Max en la playa. Max sacó la pelota que le había regalado Gary Gilmour y jugamos toda la mañana sobre la arena. Cada vez que le lanzaba la pelota a Max le decía oye Max la curva número cinco?, y Max me respondía claro Sven la curva número cinco y entonces la mañana empezaba a oler a la curva número cinco y mierda Max parecía no cansarse de lanzar la pelota hasta que yo le decía nuevamente, oye Max esto es mucha mierda y Max me respondía efectivamente Sven esto es mucha mierda y finalmente terminábamos rendidos sobre la arena, llenos de sudor, llenos de luz, de tedio, con ganas de una copa de whisky con mucho hielo, con ganas de quedarnos en el Café del Capitán Nirvana viendo pasar los días bajo ese sol, esto es mucha mierda.

Después fuimos con Max al puerto. Entramos al bar Osiris.

Las mesas estaban rotas. Había algunos vasos todavía con licor. El Osiris olía a caballo viejo, a eructo, a labial barato. Nos sentamos en la barra y nos pusimos a hablar. Hacía un calor infernal. Las moscas revoloteaban a nuestro alrededor. Yo me senté en la Las mesas estaban rotas. Había algunos vasos todavía con licor. El Osiris olía a caballo viejo, a eructo, a labial barato. Nos sentamos en la barra y nos pusimos a hablar. Hacía un calor infernal. Las moscas revoloteaban a nuestro alrededor. Yo me senté en la esquina de la barra donde solíamos sentarnos con Amarilla cada vez que veníamos al puerto a ver los barcos blancos los domingos. A Amarilla le gustaba venir los domingos a ver los barcos blancos anclados en la bahía. Antes de venir al puerto íbamos a la avenida Blanchot y comprábamos los diarios para ver la página de caballos. Esas mañanas de domingo hablábamos de caballos, tomábamos jugo de naranja en los parques y yo me dejaba llevar por el olor a hojas secas que tenía la ciudad.

Después cogíamos el autobús rojo y nos veníamos con Amarilla al puerto. Siempre entrábamos al Osiris a tomar una copa. Amarilla decía que no soportaba los domingos sin alcohol. Sentía que era mejor cruzar el mar de los días a bordo de una lata de cerveza o al interior de un vaso de vodka con hielo mientras el ventilador giraba sobre nuestras cabezas incesantemente y en la radio del Osiris sonaba Don’t Bother Me y entonces siempre llegaba algún marino borracho ahablarnos en inglés, qué pesadilla, Little child Little child common with me Little child y entonces yo le decía a Amarilla nos vamos nena? Y ella decía no, nene todavía no. Siempre nos quedábamos un rato más. Un rato más en el Bar Osiris viendo cómo pasaba la mañana del domingo por entre los hielos del vodka, por entre nuestras manos y mierda nos vamos nena? Y ella, no, nene, todavía no y la cosa se ponía más tediosa. La música penetraba el ambiente lentamente Little child common with me, vamos muñeca, claro muñeco vamos y por fin salíamos del Osiris.

Luego íbamos al puerto a confundirnos con el olor a acpm de esos domingos. El acpm se pegaba a las palabras de Amarilla, a mi camisa de tigre triste, al cielo, a las nubes, a mi lata de Heineken, a los besos. Nos sentábamos a ver los barcos de la bahía y Amarilla cantaba canciones tristes. En la tarde volvíamos a la ciudad un poco rotos, un poco inciertos, con las nalgas cansadas, con las miradas llenas de acpm, de cebolla, de gasolina, de vodka. Regresábamos con nuestros cuerpos llenos de arena, de espuma, de mierda de gaviotas, oliendo a plátano, café y contrabando. Siempre caíamos al mismo parque lleno de hojas secas y carros de perros calientes. El cielo siempre estaba triste. Los domingos al atardecer siempre olían a eso, a tristeza con acpm.

Claro. El parque. Las hojas secas. La tarde. Las babas de Amarilla. Las babas del día. Las hojas secas. Siempre nos apostábamos debajo del árbol donde en la niñez había construido una casa de madera con Leonid y Bayer, dos chicos con las rodillas raspadas y las nalgas rasgadas por las correas compradas en el almacén Ley. El parque. Las hojas secas.

Amarilla.

La conversación siempre era la misma. Le decía a Amarilla que en ese árbol yo construí mi primera casa de madera. Era un día de lluvia y había llegado del colegio con la cabeza hecha un ocho porque no comprendía muy bien porqué los ángulos de los triángulos sumaban entre sí 180 grados no entendía nada de nada ni en las mañanas ni en las noches era una tarde de lluvia y tenía la cabeza la revés y junto a Bayer y a Leonid los otros dos mocoso con los que andaba nos pusimos a construir una casa de madera en el árbol recuerdo que el sol pegaba fuerte sobre nuestras cabezas y mientras íbamos pegando puntillas Bayer que era el más grande de los tres hablaba de que había que hacer una escalera especial para dejar subir a los fantasmas en las noches una puntilla aquí otra puntilla allá otra más allá jueputa me machuqué el de do una cura Bayer échese babas muchas babas y diga sana que sana culito de rana sino sanas hoy sanarás mañana o más bien sana que sana culito de vieja sino mamarás hoy mamarás mañana dilo Sven dilo el caso es que duramos tres días armando la casa yo tuve que robarme unas cuantas tablas de las camas de la casa por su parte Leonid desarmó la casa de su perro y Bayer desbarató el carro de madera de su hermano menor yo era el arquitecto y al tercer día se me metió la idea de que aquella casa iba a ser para la chica a la que semanas atrás no había podido decirle nada por culpa del Buick o de la Ford roja o del Chevy no recuerdo bien estaba mareado tenía un millón de babas metido en la garganta en los ojos tenía todo el cuerpo lleno de roticos de nalguitas de olorcitos del olorcito ese que producen las chicas a las tres de la tarde un olor entre el atún y las begonias un olor a yogurt de fresa y pan francés y habíamos declarado un estado de emergencia amorosa porque yo estaba enamorado de una chica que chupaba helado de vainilla con ron con pasas que compraba en la esquina en la tienda del señor Orson que siempre estaba fumando Derby en el mostrador y siempre nos decía hola muchachos cómo están hoy hay chocolates suizos baratos baraticos y nosotros solamente mirábamos la sección de revistas oiga Orson qué tal la playmate de diciembre espectacular espectacular tiene un trasero y un bomper mejor que la camioneta donde le llevo el mercado a tu mamá y entonces una noche cuando la noche del verano aplastaba las nubes contra los techos tuve frente a frente a la chica que chupaba helado de vainilla con ron con pasas e iba a declarármele y esperé a que pasara la Ford roja pero nada uno nunca sabe cómo funciona la química del amor al poco rato apareció una Chevy de pronto con la Chevy me iba mejor pero definitivamente tenía un nudo de tráfico en la mitad del corazón y no había nada qué hacer ya no me acuerdo muy bien por qué fue en todo caso diseñé una ventana que daba contra la calle donde vivía la vainilla una ventana especial para verla cuando salía a tomar su bus para el colegio pero los días pasaban y lo único que hacíamos allá arriba era fumar los cigarrillos malucos que Leonid le robaba a su padre mientras dormía y los días pasaban entre mucho humo de cigarrillo yo ya tenía la garganta raspada y la boca me sabía a licor porque Bayer un día llego con una botella de scotch amarillo y la destapó y el día empezó a oler a eso a whisky triste y el día se impregnó con 74 grados de alcohol el sol era una naranja borracha en medio del jugo agrio de los días afuera llovía y las hojas secas no dejaban de caer y yo no dejaba de pensar en la vainilla deliciosa vainilla y solamente deseaba que estuviera junto a mí cerca del olor de las hojas secas cerca del mareo del scotch cerca de mi aliento quería quemarla decirle que había construido esa casa esa ventana sólo para ver cómo el viento levantaba su falda y para decirle también ojala cerca del oído que sus calzones rosados me gustaban mucho y que quería colgarlos cerca de la ventana para que la casa de madera se impregnara con el olor de esos cucos de esos cuquitos rosados que seguramente su mamá los había comprado en la promoción que hacían todos los fines de semana en el supermercado hoy promoción de cucos rosados en la sección número cinco acérquese señora don Julio llega y usted no se puede perder la promoción y todas las señoras corrían apresuradamente parecían venados locos enredados en aquellas faldas azules amarillas negras rojas oiga mija mire qué lindos cucos le combinan con el brassier voy a llevar cuatro para ti otro para tu hermana señora llega don Julio haga sus compras mierda se acabó la plata pero los días pasaban y yo ya estaba aburrido de meter en mi boca aquellos orines de perro hechos en Escocia que era como le decía Bayer al scotch y además ya me sabía de memoria la revista sueca que Leonid había traído para formar la biblioteca del club impresa en Estocolmo cuarenta páginas y una propaganda de cigarrillos suecos en la contraportada los cigarrillos en cambio ayudaban a mitigar la soledad de aquellas tardes de sol y tedio que pasaban por entre nuestros huesos lentamente como una canción lejana y triste el mundo era un inmenso balón de fútbol y en cualquier momento alguien le podía dar una fuerte patada y todo se iba para la física mierda y los días eran grandes y alargados panes que se iban descascarando con el paso del viento y de los minutos y no podíamos hacer nada por comer ese pan que se iba por entre nuestras manos por entre las gafas de Leonid por entre los mocos de Bayer que nunca se sonaba siempre andaba envuelto en su tejido de mocos era un poco triste pegado al pegote sucio de los días límpiate Bayer no me joda la vida Sven tome un poco de whisky entonces poco a poco la casa de madera se fue llenando de revistas suecas que Leonid fue clasificando por cucas color de pelo y tamaño de senos al mes ya nos sabíamos muy bien la lección a Helga La Ardiente Bestia de las Nieves la inspeccionábamos en las mañanas era bueno y saludable mirar a Helga La Ardiente Bestia de las Nieves en las mañanas era curioso pero sus enormes senos nos parecían algo del otro mundo a Leonid puedo jurarlo que la miopía le aumentó mucho por esos días pensábamos que Helga trabajaba como mesera en alguna carretera sueca y por eso entre todos empezamos a ahorrar nuestras monedas porque algún día íbamos a ir a visitar a Helga La Ardiente Bestia de las Nieves pero con Inga todo era diferente. Inga salía en las páginas centrales y ahí fue donde por primera vez Leonid se enamoró perdidamente y una tarde le escribimos a Inga al centro de sus nalgas rosadas a la punta de los triángulos agudos de sus senos y por primera vez entendimos a la perfección lo bello que era la geometría nosotros que tanto la odiábamos le escribimos una larga carta donde le decíamos que la amábamos sin haberla visto que éramos tres chicos solitarios mocosos que teníamos las rodillas raspadas de tanto jugar fútbol sobre el pavimento que la amábamos que queríamos saber cómo respiraba cómo gritaba que nos mandara uno de sus alaridos aunque fuera un pelo maldito y precioso pelo de su triángulo que nos enviara uno de sus griticos nocturnos nuestras palabras eran totalmente acuáticas líquidas húmedas y le dijimos que nos respondiera lo más rápido posible también le hicimos saber que aquí al otro lado del mundo había tres chicos dispuestos a dejar el scotch y los cigarrillo si ella Inga pedía los días pasaron y al cabo de unos meses recibimos una carta en un español mal redactado la carta la firmaba un tal Karl el editor de la revista y nos mandaba a decir que Inga nos amaba mucho y que nos echáramos mertiolate en las raspaduras de las rodillas también decía que nos mandaba un beso de lengua a cada uno pero lo que más nos decepcionó fue que había un labiel impreso en tinta negra y una letra de molde que decía fríamente “Inga” maldita sea ese día supimos que Inga era apenas una fotografía apenas un sello en serie unos labios que se ponían sobre un papel blanco para que todos los chicos que hacían casas en los árboles alrededor del mundo soñaran con ella Inga la fotografía la fría fotografía entonces nos decepcionamos totalmente y clausuramos nuestras clases de cultura sueca para siempre no más no más entre tanto yo seguía soñando con la vainilla con esa vainilla que veía pasar todos los días por la ventana de la casa del árbol era extraño pero siempre que pasaba cerda del árbol el viento me dejaba ver sus cucos rosados y entonces Bayer o tal vez Leonid no me acuerdo muy bien el que dijo que hiciéramos una colección de calzones para colgarlos en la casa del árbol y creo que al principio cada uno hizo trampa yo le pagué a mi hermana para que me vendiera uno de sus cucos y me inventé alguna historia barata llegué y les dije oigan muchachos no me van a creer pero anoche me colé a la alcoba de la hija de Orson y mientras se duchaba le cogí estos cucos pero que va pura paja pero Leonid fue el más descarado pues se robó un par del almacén en todo caso aquellos cucos no nos decían nada los de Leonid olían a nuevo a algodón recién procesado hasta tenían el precio no había caso definitivamente queríamos unos cucos que olieran a sudor a sueños dulces y eternos a niña en faldas de cuadros a niñas que comían helados a aquellas niñas que el viento despelucaba en tardes de sol mientras los perros ladraban y saltaban a su alrededor queríamos tener congelados aquellos aromas entre nuestros ojos para siempre o por lo menos mientras duraba el efecto del scotch tenerlos entre los pliegues de los días retenerlos entre palabra y palabra entre respiración y respiración entre los dientes entre los dedos entre los pantalones entre la talla catorce y la talla quince eso era lo más importante en ese momento sentir que ese olor de alguna manera nos pertenecía y los días seguían pasando y cada vez más nos convencíamos que lo que los determinaba definitivamente eran los olores más que los colores en las mañanas el olor siempre era el mismo olía siempre a café recién preparado a jabón de espuma azul en todo caso era un olor que no incitaba a nada lo único que daban ganas era de quedarse en la cama leyendo más tarde se filtraba el olor de los perros y de las hojas secas de los parques era un olor que entraba por las ventanas y llegaba al fondo de los pulmones había algo en ese olor que me decía que allí había vida después me llegaba el eterno olor de mamá siempre olía a pan papá por su parte olía a carro tal vez a un Ford o a un Opel no sabría decirlo con exactitud era un olor especial olía como a timón a asfalto caliente a carretera a llanta olía a algo así como un puñado de kilómetros las calles también tienen su olor Amarilla no te desconcentres Amarilla mira que esto es importante Amarilla mira Amarilla que los olores son ese tejido invisible que conectan todos los recuerdos y los días mira Amarilla que cuanto tú no estés más junto a mí yo te recordaré mas por tu sudor que por tus palabras es muy importante esto que te estoy diciendo mi querida Amarilla y entonces ella me miraba y el domingo seguía oliendo a acpm con atún a hojas secas sobre el pavimento oye Sven dáme otro cigarrillo claro Amarilla toma Amarilla las calles también tienen su olor las calles huelen a bicicletas dejadas en los antejardines eso es cuando uno está chico huele a cadena de bicicleta a grasa a refresco a paleta de limón a árbol tal vez a pino huelen a muchas cosas se mezclan los olores de mamá su perfume de pan el aroma de papá el olor del perro el olor de las tres de la tarde cuando no hay nada qué hacer Amarilla también huele a bus a gasolina huelen a nubes apretadas fatigadas a cielo deprimido observa ese cielo Amarilla obsérvalo con esos ojos grandes huele ese cielo el olor de las calles siempre es el olor de la desolación todo parece quieto pero en el fondo todo está muerto todo parece feliz pero todo es infeliz uno cree que porque los chicos montan en bicicleta la felicidad anda por aquí y por allá pero nada de eso Amarilla nada de eso en el fondo todo es un engaño el olor de las calles nos mata lentamente nos atraviesa los huesos con precisión y nos dice que le tiempo está pasando por entre nuestros dedos y nuestros ojos y no hay nada que podamos hacer Amarilla el olor de los días es un océano invisible por donde vagamos sin saber dónde queda la costa ni los faros solamente somos islas que nos vemos intermitentemente cuando las olas bajan y entonces nos saludamos de isla a isla nos decimos hola observamos los rostros y luego cada cuál se sumerge en su pequeña isla en su pequeño olor particular y se concentra en sus sudores en sus miedos en esos aromas que vienen de los ma sprofundo de los pantalones de los zapatos de los ojos es una especia de pecueca del alma Amarilla así como lo oyes una especia de pecueca del alma como si tuviéramos un millón de zapatos en la mitad del corazón un millón de zapatos que han andado todos los leves caminos de los días sin hallar nunca nada y luego en las noches los dejmaos arrumados cerca de las palabras de los recuerdos los dejamos con los cordones sueltos porque al otro día ese millón de zapatos negros vuelven a salir por todas las carreteras de tu rostro o del mío a hacerle auto stop a la felicidad pero nada Amarilla nada recorren todos tus besos todas tus babas todas tus manos pero nadie ni nada los recoge siempre ese millón de zapatos van a estar con nosotros por eso cuando a veces cuando me dices que oyes algo en mi corazón o en el tuyo no te engañes Amarilla son tus zapatos esos zapatos que llevas ahí adentro que hacen ruidos, son tacones lejanos que se arrastran entre sí te voy a contar otra cosa Amarilla te voy a contar a qué huele esta maldita ciudad al principio me olía a parque tal vez a hojas secas llegaba a un parque y llenaba mis pulmones de hierba húmeda de banca de madera podía oler las pecas de los niños que se balanceaban en los columpios podía oler el olor de sus orines amarillos era unos orines como todos olía a taza blanca a calzoncillos baratos a tristeza en la boca del estómago ponme cuidado Amarilla cuando uno está niño los orines están por todos lados miras hacia arriba y las nubes te saben a orines hablas con otra chica y tus palabras te saben a orines es como si llevaras una eterna fuente de orines en todos los días de la niñez porque ese olor se pega en las bicicletas en las paletas en la cama en la pijama en el pan y en la chica que amas a veces eran orines flacos otras veces orines gordos pesados los flacos Amarilla eran los de la felicidad y cuando daban tarta de chocolate los días eran de orines flacos y cuando papá nos pegaba con su correa sobre nuestras nalgas rosadas eran días de orines gordos pero cuando veías a la chica que amabas en silencio en eterno silencio los orines se revolvían con tus palabras con tus dientes y sentías que eras una especie de acuario lleno de orines por donde nadaban tus más bellos sueños de aquí para allá mi pequeña Amarilla y por más que intentaba uno me podía zafar del olor de la tristeza Amarilla es un olor que atraviesa toda la niñez creo Amarilla que es otra forma industrializada de los orines o algo por el estilo el olor de la tristeza se localiza en la boca del estómago es como si siempre tuvieras hambre de algo hambre de luz hambre de de calle hambre de noche hambre de todo hambre de nada hambre de mierda no te deja tranquilo te quema te da vueltas en el estómago te atrapa todas tus palabras y no las deja salir Amarilla el mundo Amarilla el mundo una cosa extraña una pelota caliente un pedazo de cielo entre los dientes un pedazo de día entre las piernas un sol roto entre los calzoncillos blancos Amarilla y entonces solamente entonces me daban ganas de limpiar con los cucos rosados de las chicas el vidrio roto de los días pero a los pocos minutos otra vez el vidrio se ensuciaba y todo volvía a ser igual Bayer se sacaba los mocos límpiate los mocos no me joda la vida y Leonid tomaba licor y yo seguía fumando dejaba escapar el humo por entre el vidrio roto de los días y sólo esperaba que alguien me diera una piedra para romperlo definitivamente a lo mejor si lo hubiera hecho estoy seguro de que Bayer habría pegado el vidrio roto de los días con sus mocos de eso estoy seguro Amarilla.

GENTE ME HE DEMORADO PARA SUBIR EL CAP DEBIDO AL POCO TIEMPO, PERO LES COMPEZO LA DEMORA CON ESTE CAPITULO, ES BASTANTE LARGO. ESPERO LO DISFRUTEN

Opio en las nubesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora