Demostrar

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Rose le echa una mirada a Henry cuando sale el último de la mazmorra. Tiene que hablar con su sobrino para esclarecer por qué sigue necesitando clases extra de Herbología, siendo tan bueno en el resto de asignaturas. O tal vez deba decírselo a Victoire y que ella misma se encargue.

No es asunto suyo, el chico ni siquiera pertenece a su misma casa. Pero Rose no puede evitar la necesidad de estar para sus sobrinos, y siempre que piensa de dónde viene, llega a la misma conclusión: por no haber estado para su hijo, antes de que él le quitara la oportunidad.

Sacude la cabeza y algunos frágiles mechones repiquetean al escapar de su moño. Está tan agotada en todo sentido que se plantea seriamente faltar a su reunión con Kris y Pavea. Y al día siguiente debe supervisar el abordaje al expreso de Hogwarts. Pero ambas se irán de viaje por las fiestas y no tendrá chance de verlas hasta el próximo año.

Se da una ducha rápida intentando despejarse, pero no funciona. Por culpa de esa niña, la nueva amiga de Violet que no sabe guardarse sus pensamientos para sí misma, se enteró de algo que, aunque no le afecte en realidad, no la dejará en paz hasta que pase.

Camina por los silenciosos pasillos de Hogwarts, la mayoría de los alumnos debe estar en su sala común, así que no espera toparse con nadie hasta salir de los terrenos para poder desaparecerse a Hogsmeade, donde verá a sus amigas.

Por eso, cuando ve a Chrys subiendo desde el campo de quidditch, riendo con Mcfly, y el equipo de Gryffindor un poco más atrás, un inesperado aguijón de pánico la atraviesa, como cada vez que reprime la esperanza de mejorar su relación con él. Pero cuando su hijo la nota, su mirada pierde la viveza de siempre para mostrarle cuánto la aborrece.

Y ella no puede hacer más que aparentar ignorarlo para que el dolor no la consuma y la convenza de dar la vuelta y recluirse en su habitación hasta que tenga que volver a dar clase. Se ajusta aún más el abrigo y descongela el camino con magia hasta la verja. Para cuando le da un último vistazo al castillo, su estómago no se ha asentado del todo, y empeora tras la desaparición.

Hogsmeade está a reventar de magos y brujas que buscan regalos para navidad, y otros que pasarán allí las vacaciones para reconectar con el espíritu mágico del que se pierden con la rutina citadina. Vuelve a calarse la capa por la inconsciente necesidad de pasar desapercibida. Por suerte llega a Las tres escobas sin llamar la atención. Se acerca a la mesa del fondo donde Kristina la espera.

Para cuando termina de quitarse las prendas invernales, Pavea ya ha llegado con el mesero que trae tres cervezas de mantequilla. Se saludan y hablan de los temas triviales de siempre, como si no supieran la vida de la otra de cabo a rabo. Y precisamente por eso, se da cuenta Rose, es que no comentan nada más.

—¿Segura que no quieres venir conmigo? —pregunta la castaña cuando ya se ha acabado la bebida.

Con las nuevas circunstancias, Rose está tentada a aceptar la propuesta de su amiga, que irá a tomar unas espectaculares fotos en Islandia para la revista en que trabaja. Pero, aunque ha intentado hacer como que no sabe que Scorpius pasará la siguiente semana en Hogwarts, está decidida a demostrar por fin, a sí misma y cualquier otro que lo ponga en duda, que no es cobarde; o no tanto, al menos.

—Creo que me quedaré aquí —responde apenas despegando los labios de la jarra para que se le entienda.

Está bien, sí es cobarde, ni siquiera es capaz de mirarlas a los ojos por temor a que descubran por qué lo hará. Teme no ser lo suficientemente fuerte y cambiar de opinión si alguna de ellas, prácticamente las únicas personas que han estado para ella a pesar de sus errores, está en contra del plan que empieza a sentar bases en su cabeza.

Relatos con sabor a menta y canelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora