Perdidos

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Scorpius entra a la sala de profesores. Según las indicaciones del director, el baño debe estar a través del espejo de cuerpo entero que está al fondo de la extraña sala. Al atravesarlo, se encuentra en una largo pasillo con seis puertas a los lados, la del fondo del lado izquierdo debe ser la ducha y la del lado derecho la tina.

Pero él quiere salir de ahí lo más rápido posible. Mientras más se tarde, más probabilidades tendrá de encontrarse con ella. Al entrar a la última puerta del lado izquierdo, ve una sala pequeña donde unas esponjosas toallas reposan en una mesita junto a los vitrales con sirenas que ocultan una gran ducha. Entra en ella y se da un rápido baño. 

Siente el agua fría apaciguar sus pensamientos, pero al terminar sigue desando poder desaparecerse a su habitación; cada segundo allí aumenta las probabilidades de ver a Rose. Decide sólo ponerse los pantalones rápidamente, la camisa y la corbata se las irá acomodando de camino al Gran Comedor que ya debe estar ocupado.

Aunque allá seguirá corriendo el riesgo de verla, ahora que el dolor es lo último de lo que se acuerda cuando piensa en ella, lo que más le asusta es no saber cómo él mismo reaccionará de encontrarse a solas.

Sale de la pequeña sala del baño mientras termina de abrocharse el pantalón, pero se paraliza cuando una túnica roja, que se le hace ligeramente familiar, entra en su campo de vista, y al levantar la mirada se da cuenta de que está justo en frente de ella.

Pero no es el único sorprendido. Rose está sin palabras. Esperaba entrar y salir para ir a cenar y allá encontrárselo, no ahí. Tiene más de una década sin ver a Scorpius y mucho más aún sin verlo sin camisa; y, por supuesto, la última vez él apenas tenía dieciocho años, ahora tiene treinta y tres, y su cuerpo lo demuestra totalmente. 

—Rose... —se escapa de los labios de Scorpius a la vez que, también como si estuviera en piloto automático, da un paso hacia ella y una de sus manos se separa de su torso en la misma dirección.

La pelirroja entorna los ojos, como si despertara de un ensueño y hasta ahora notara que no está en su lecho. Ante su alucinada mirada, el rubio también cae en cuenta de que es real, por lo que rápidamente toma control de su mano y se la pasa por el cabello, que aún gotea.

Ella no sabe en qué momento, pero cuando vuelve a ser consciente de lo que hace, ya está en su despacho, haciendo un hechizo silenciador, y casi sin querer acaba imaginando que sus manos tocan el desnudo y húmedo torso del rubio que acababa de salir de la ducha.

Scorpius, que apenas si es capaz de respirar hasta que ella se ha ido, termina de vestirse antes de ir al Gran Comedor, ya no tiene de qué escapar, ya la ha visto. «¿Desde cuándo soy tan cobarde?», se pregunta. Pero no ha estado tan mal, no ha dicho nada estúpido, no se le han aguado los ojos, y lo mejor, aunque tal vez sea parte de su imaginación, ella lo miró con deseo.

Pero eso no puede ser verdad. Aun cuando se ha enterado de muchas cosas los últimos años a través de su buena relación con Hermione y Eliana, la esposa de James, cosas como que Rose nunca volvió a emparejarse o que trabaja en Hogwarts principalmente para estar cerca de sus hijos, nada de eso significa que porque se vean vaya a pasar algo entre ellos dos. Por Rose no tiene razones para quererlo, no después de tanto tiempo.

Además ella ha salido corriendo nada más con su voz.

Ajustándose la corbata verde esmeralda, decide centrarse en la situación que sí está por enfrentar.

Una larga y única mesa ocupa el Gran Comedor donde, en una punta, está sentado el director  Longbottom; a la derecha de éste, su padre y Chrys, que lo recibe con una sonrisa. Por el lado izquierdo, una silla vacía separa al director de otros tres niños que no conoce. Ella no está, aun así Scorpius necesita respirar profundo para terminar de despejarse y por fin entra.

Relatos con sabor a menta y canelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora