Cicatrices

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Rose aprieta las mantas entre sus manos. No recuerda la última vez que esa cama ha sido tan acogedora o de haber dormido tan bien desde que duerme en el cuarto de profesora de Pociones. Cuando se gira para ponerse boca arriba y se topa con un cuerpo tibio que duerme a su lado, siente cómo cae en cuenta de una forma casi física por el extraño revoleteo en su vacío estómago.

Se levanta con cuidado, pero su pretensión de no despertarlo no es concedida.

—Feliz navidad —saluda Scorpius con la voz más roca y aterciopelada que Rose le ha escuchado jamás, y cuando finaliza—, Rose —ella se siente desfallecer.

Tiene que controlarse para no volver a la cama y encargarse de devolver cada mechón de cabello rubio a su lugar, porque se ve casi más atractivo de lo que ella puede soportar con todo, hasta la ropa, revuelto.

»¿Te comió la lengua el ratón? —bromea para destensar el ambiente.

«En realidad fue una serpiente», quiere seguirle el juego, pero está tan intimidada por el día que le espera que no se atreve a decirlo.

—No, sólo... —Rose no sabe cómo proponérselo.

—Deberíamos ir a desayunar.

Hasta que no lo dice, ella no es consciente de que no ha comido desde el desayuno del día anterior, pero no es la primera vez. Aun así, no tiene la fuerza para enfrentarse a tres Malfoy.

—Deberías ir tú solo —Se apresura en explicarse al notar la desaparición del brillo en los ojos de Scorpius—, no creo que sería muy... cómodo para Arturo que lleguemos a la vez... y eso.

«Y yo no podría fingir que no nos hemos besado anoche», se abstiene de añadir.

—Pero... nos veremos luego. —Parece que quiere agregar «¿no?», pero no le da la opción de echarse atrás.

—Claro —dice y al instante se mortifica por sonar desesperada—, aquí mismo, dentro de un hora, ¿está bien?

Cuando él se va, todavía arreglándose la corbata, Rose empieza a angustiarse. ¿Y si una hora no es suficiente para prepararlo todo? Pues lo averiguará.

Justo termina de verter el último recuerdo en el frasco de cristal cuando Scorpius atraviesa el umbral de la mazmorra

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Justo termina de verter el último recuerdo en el frasco de cristal cuando Scorpius atraviesa el umbral de la mazmorra.

—¿Tan rápido pasó una hora? —su voz aún suena agitada de correr con la varita enarbolando el gran objeto mágico que será su herramienta para explicarse.

—En realidad, no —dice con cierta reticencia.

La expresión del rubio cambia completamente al percatarse de lo que Rose ha estado haciendo, se fija en el vaporoso contenido de la jofaina de piedra que contiene la primera memoria que ella quiere enseñarle. Rose lo mira con ternura, cómo espera poder seguir viéndolo tan curioso y maravillado después de este día.

Relatos con sabor a menta y canelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora