• 𝓣𝓲𝓮𝓶𝓹𝓸 •

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02

[Tiempo]

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Angel Dust tenía experiencia. Había hecho esto miles de veces: solo, acompañado, en orgías, en gangbangs, en sus filmes, en las calles, en autos… era un experto, y aún así, en ese momento, no sabía cómo empezar.

¿Debería decirle que disfrutara el show o algo así?

Sacudió su cabeza, cerró los ojos y llevó sus manos inferiores a sus muslos, apenas acariciándolos con las yemas de sus dedos. Tenía casi ochenta años explorando su cuerpo, así que conocía cada punto de placer y cómo activarlo.

Separó sus piernas, sin importarle lo que mostraría su minifalda, y poco a poco fue deslizando los dedos al interior. Las manos superiores, que hasta ese momento estaban apoyadas a los lados, se pasearon por su cintura con lentitud, haciéndole suspirar y…

—¿Ya vas a empezar?

Brincó ante la abrupta interrupción. Aquella pregunta le sacó de la burbuja que acababa de crear. Angel le miró ceñudo y cruzó sus cuatro brazos. Alastor le observaba con una burlona sonrisa, con la mejilla apoyada sobre su micrófono.

—Disculpa, estás aquí para ver. No interrumpas. —ordenó.

—Es que estabas tardando mucho.

—Me estaba tocando. —refutó entre dientes.

—No es cierto, ni siquiera has tocado tu miembro.

—Eso lleva tiempo. —explicó.

—¿Cuánto? ¿Días? —se burló, molestando más al actor.

—¿Nunca te has masturbado o qué?

—En mi anterior vida, probablemente en mi juventud, hace más de cien años, por lo que no recuerdo dicha experiencia.

Angel bufó al concluir que el otro demonio no entendería sus explicaciones.

—¿Quieres ver o no? —instó el actor, cruzando su pierna sobre la otra.

—Por supuesto, por eso estoy pagando, mon doux ami.

No tenía ni idea de qué significaba eso, pero era lo de menos.

—Entonces no interrumpas.

—Pero…

—Cállate y mira. —masculló cortando cualquier estupidez que pudiera decir.

Carraspeó intentando olvidar las quejas del otro. Volvió a cerrar los ojos, descruzó las piernas y continuó con las caricias, subiendo y bajando sus manos inferiores por los muslos mientras una de las superiores frotaba su cuello con suavidad y enterraba la otra en la pelusa de su pecho.

Los suspiros habían pasado de ser sigilosos y bajos a ser más extensos y notables.

Abrió los ojos para ver si ya le estaba afectando en algo al demonio ciervo y… no sabía cómo definirlo: Alastor le observaba, sí, pero su sonrisa no había disminuido ni un poco, mantenía su barbilla sobre el micrófono y no daba signos de excitación o emoción. Era como si estuviera viendo un juego de ajedrez o al pasto crecer.

¿De verdad no le afectaba en nada?

Cerró sus párpados y acarició sobre el bulto que comenzaba a crecer entre sus piernas, jadeando al instante mientras movía su cadera con deseo.

Levantó su falda, revelando que no tenía ropa interior y tomó su pene en una mano, arrastrando su mano de arriba a abajo. Frotó su pulgar en la punta de su cabeza, lo que le dio una sacudida y arqueó su espalda.

Dejó caer saliva en su otra mano inferior para sumarla a su tronco y gimió con más fuerza. Aumentó la velocidad mientras sus manos superiores se encargaban de estrujar su cabello y su pelusa, la cual había comenzado a brillar.

Continuó con el masaje por varios minutos hasta que apresurado, jadeante, inquieto y tembloroso, con los escalofríos en su vientre, cubrió la cabeza de su pene con su mano inferior izquierda sin dejar de sacudir la derecha y terminó, eyaculando chorros blancos.

Expulsó su semen en la palma al tiempo que el resto de su cuerpo sufría los espasmos de su éxtasis y se dejó caer en la cama, respirando sofocado por la intensidad del momento.

Mareado con las sensaciones, no pudo evitar sonreír por lo bueno que había sido su orgasmo.

Luego de unos segundos se sentó y buscó en la mesita cercana un rollo de papel para limpiarse.

—Eso fue interesante.

Comentó Alastor en su usual tono cantarín, aunque una vez más, no se veía especialmente afectado por el espectáculo (ni nervioso, ni incómodo, ni avergonzado, nada).

—¿Te gustó? —preguntó mientras brincaba con cada roce que tenía el papel contra su miembro rosado, ya que aún estaba muy sensible.

—No estuvo mal.

Angel levantó una ceja con indignación, pero antes de poder reclamarle, Alastor dejó los billetes en la mesa y se esfumó, probablemente sabiendo que sus palabras no habían sido las mejores.

El actor exhaló, procesando lo que acababa de ocurrir a la vez que la luz en su pecho se atenuaba.

… ¿Acaso dijo «no estuvo mal»?

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