• 𝓟𝓻𝓮𝓶𝓲𝓸 •

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[Premio]

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Alastor nunca hubiera imaginado una cita con juegos arcade, pero no se arrepentía en absoluto, mucho menos al ver la alegría deslumbrando en el rostro de Angel.

Probaron varios juegos más antes de sentarse a comer. Entre sus pausas, conversaban, reían y bromeaban. Angel revivía cada momento en el que ganaba y se burlaba de las sucias tácticas de Alastor.

Las carcajadas no hicieron falta. Al actor le dolían las mejillas de tanto reír.

Una vez que devoraron la comida, fueron a la barra para cambiar los boletos por un premio. Alastor le dio todas sus hileras de cartón a Angel, y éste lo abrazó emocionado.

El empleado contó los puntos mientras el italiano decidía qué juguete quería. Para su suerte, la cantidad era más que suficiente para el peluche de cerdito que quería.

-No te puedo dar ese. -dijo el empleado.

Tanto el ciervo como la araña se miraron, extrañados por su contundente respuesta.

-¿Por qué no?

-Esa es la cuota regular y digamos que como eres un cliente especial, tienes que pagar un precio extra.

Alastor hizo una mueca. Esa explicación era estúpida, y al instante comprendió las intenciones del hombre.

-¿Cuál precio extra? -interrogó el italiano.

-Ya sabes cuál, lindura. -insinuó colocando su garra sobre la de la araña, en un gesto confiado que pretendía ser sensual pero que era más que nada, repugnante.

Angel arrugó su entrecejo con asco y quitó las manos de la barra.

-¡No voy a acostarme contigo por un juguete! -repuso indignado.

-No te hagas el difícil, perrita. Solo una mamada y el muñeco es tuyo.

Angel cruzó sus brazos, molesto.

Era muy frecuente que lo reconocieran, después de todo, era una de las estrellas pornográficas más famosas del infierno. Lo que le molestaba era la forma tan cínica en que le exigían sus servicios.

Y por un breve momento, recordó las veces en las que sus mismas ex-parejas lo habían presionado a tener sexo con desconocidos a cambio de otras cosas.

Como una moneda de cambio en caso de quedarse sin dinero.

Angel resopló, furioso, y empuño sus cuatro manos, dispuesto a golpear al empleado, pero Alastor sostuvo su hombro.

-¡No me digas que no lo merece! -exclamó Angel, casi escupiendo su ira.

-Permíteme conversar con el caballero. Estoy seguro de que hay mejores formas de resolver esto.

Angel no podía creer lo tranquilo que lucía Alastor. Estaba imperturbable. Acababa de oír la «oferta» del imbécil, y no le molestaba. Ahora quería golpearlo a él.

-¡Buen día, noble ciudadano! -saludó el pelirrojo con su optimismo de siempre.

-Ya le di mis condiciones a su amigo. Ese juguete no sale de aquí sin que esa golfa me de unos minutos en el paraíso. -expuso, cortante, la situación desde su punto de vista.

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