• 𝓐𝓾𝓽𝓸𝓬𝓸𝓷𝓽𝓻𝓸𝓵 •

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16

[Autocontrol]

.

Alastor conocía muy bien sus cualidades, y se sentía bastante satisfecho de ellas, sobre todo, de su autocontrol.

Él nunca reaccionaba a las provocaciones, ni se molestaba con nimiedades.

Sin embargo, estaba conociendo una nueva faceta.

Una que jamás pensó que existiría.

Dirigió sus irises escarlata a la araña al final del pasillo, quien se peinaba el cabello con las manos superiores y abultaba la pelusa en su pecho con las restantes.

En cuanto percibió su mirada, le respondió con una sonrisa pícara.

Las comisuras en los labios de Alastor ascendieron.

No se detuvo a procesarlo antes de caminar hacia el actor.

Angel retrocedió lentamente sin dejar de observarlo, mordiéndose el labio inferior. Más tentaciones.

En menos de tres segundos, el pelirrojo tomó en brazos al italiano, lo sentó sobre la mesita, y lo recargó contra la pared para besarlo.

La araña, en cuanto las manos de Alastor tomaron su cintura jadeó, sin poder resistirse.

Y ese era el gran problema de Alastor: no podía resistirse a la araña.

Sus sonrisas, su voz, su mirada, su sonrojo, sus besos, sus gemidos, su cuerpo...

Paseó las manos por su cuello, sus hombros, su cadera, sus muslos, sus mejillas, sin decidirse a que tocar primero. Estaba desesperado, como si el tiempo se fuera a terminar y Angel fuera a esfumarse.

Era apenas el tercer día de relación, y Alastor ya estaba frenético por sentir a Angel en todo momento.

Desde la primera noche, cada vez que el ciervo veía a la araña, un profundo calor se encendía en su interior (¡Y él no era así, maldita sea, pero no podía resistirlo!).

Verlo, tocarlo, abrazarlo, besarlo, lamerlo, morderlo, frotarse, acariciarlo, eran todas nuevas adicciones para él.

Por supuesto, Alastor siendo novato en esta vorágine de lujuria, cayó de inmediato como un adicto por una pila de cocaína.

Así que en cuanto amaneció, volvieron a tocarse.

En la tarde también.

En la noche.

En los pasillos.

En el jardín.

Y cada vez que cruzaban miradas, era justo y necesario encerrarse en alguna habitación para compartir más que besos. Más que suspiros.

Alastor no era esta criatura primitiva que ansiaba frotarse con Angel, escuchar sus armonías, gozar de sus expresiones y hasta el más mínimo de sus escalofríos.

A pesar de que disfrutaba la compañía de Angel, y todo lo que conllevaban sus momentos íntimos, necesitaba controlar sus impulsos.

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