• 𝓥𝓲𝓬𝓽𝓸𝓻𝓲𝓪 •

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05

[Victoria]

.

Antes de que pudiera darse cuenta, Angel lo había acostado de espaldas sobre su cama, cerró la puerta con seguro y prendió la lámpara de mesa, para tener una luz cálida que le diera un ambiente más adecuado a la situación.

—¿Siete pronti per me, Al?*

Ronroneó la araña con un toque sensual mientras retrocedía hasta quedar frente a la cama. El pelirrojo, distraído por la contradicción de lo que estaba sintiendo, ni se molestó en pensar qué le había preguntado el italiano.

Sin embargo, sonrió, pretendiendo que la situación no le alteraba ni un poco.

—Quand tu veux, mon coeur.*

Contestó, mostrando una confianza que empezaba a tambalearse secretamente por la intensidad en los ojos rosados. Aún no entendía cómo una mirada podía activar tantas sensaciones en su interior.

Angel no sabía francés, pero por el tono que usó el demonio entendió que estaba retándolo.

La araña balanceó su cadera de lado a lado, peinando su cabello con las manos superiores y usando las restantes para pasearlas por sus muslos y cintura.

Como si le estuviera indicando los lugares a observar. (O tocar).

»Te ves ridículo así, ¿no te gustaría algo de música?

Se burló el demonio ciervo. Angel se detuvo y rio cuando del micrófono salió una melodía cirquera.

»Perfecto. —comentó el pelirrojo de modo triunfante.

Como si aquella canción pudiera ridiculizar su rutina.

Angel llevó dos manos a la cintura, observándolo incrédulo.

—Eres tan inmaduro. —sentenció divertido.

—¿Preferirías otro acompañamiento musical para tu «elaborada» secuencia?

Cuestionó con marcado sarcasmo, pero el actor no respondió. En su lugar, giró, dándole la espalda y contoneó su cadera con suavidad, pasando las manos por su cuello, su silueta, su cadera, sus piernas y regresando todo el camino en ciclos hipnotizantes.

Se inclinó despacio y al ascender se enfocó en levantar primero su trasero. Sabía que a Alastor no le llamaba la atención esta zona, aún así deslizó sus dedos por los costados, logrando anclar su vista ahí.

Porque en eso consistían sus bailes: en manipular la atención del público a los puntos que ellos querían que vieran. Si Angel quería que observaran sus hombros, sabía cómo hacer que todos los ojos se enfocaran ahí.

Una vez que estuvo de pie, volteó, se desabotonó el saco y dejó que se resbalara por sus brazos, mientras veía el imperturbable semblante del ciervo.

La misma expresión atenta de sus otros dos encuentros, como si a pesar de lo ensimismado que lo dejaba la visión, no le afectara en absoluto lo que estaba presenciando.

Desabrochó su falda y dejó que cayera por sus piernas, pateándola lejos. No pasó desapercibida la sorprendida mirada del demonio ciervo cuando reveló su lencería negra de encaje.

Ah, así que le gustaba ver eso, pensó el italiano.

Pero la sonrisa de Alastor vaciló cuando Angel, con solo sus bragas y botas puestas, empezó a caminar hacia la cama con un deje sensual.

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