• 𝓡𝓸𝓼𝓲𝓮 •

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17

[Rosie]

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Si había un alma en todo el infierno que podía leer a través del Demonio Radio con una sola mirada, esa era Rosie.

Ella, en un simple parpadeo, podía descifrar si estaba mintiendo o no, si ocultaba algo o no, si la situación le disgustaba o no.

Rosie conocía mejor a Alastor que él mismo y se sentía orgullosa de ello.

Sin embargo, llegó el día en el que conocería un nuevo lado de su peculiar amigo, uno se volvía más fascinante con cada segundo.

Lo interesante es que dicha etapa comenzó cuando se unió al proyecto de la princesa Charlie, es decir, casi dos meses atrás.

La dama continuó cuchareando su té, sin dejar de observar al demonio en cuestión.

—¡... Entonces me gritó que no volviera a acercarme a su «bebé»! ¿Puedes creerlo? —resopló sin separar los labios, como si con eso pudiera enfatizar la estupidez de aquel argumento.

Rosie dejó la taza en la mesa y colocó las manos sobre sus rodillas cruzadas. Luego inclinó su rostro hacia el costado para estudiarle con mayor atención.

—El cerdo estaba en el horno. —recapituló ella.

—Así es. —coincidió el pelirrojo.

—Tenía salsa encima.

—Por supuesto.

—Lo sacaste porque preferiste probarlo.

—Claro.

—Lo mordiste.

—¡Necesitaba asegurarme de que la salsa fuera buena! —se defendió con las palmas en alto—. Quién sabe, ¡quizá el sabor era mejor crudo que cocido!

—Y el cerdo empezó a chillar. —prosiguió luego de ignorar su razonamiento.

—¡Y él apareció furioso!

Énfasis en «él». La mujer sonrió.

—Oh, querido, creo que has perdido la batalla antes de empezarla. —comentó con una risa burlona y elegante.

Alastor, ante sus palabras, juntó sus cejas.

—¿Cuál batalla? —cuestionó, confundido.

Ella apenas bajó la taza para revelar sus dientes, sin disimular su pícara diversión.

—¿O debería decir «amor platónico»?

La expresión ofendida pintó de inmediato al rostro del demonio, incrementando la gracia de la situación.

—¡Eso es absurdo! ¿Yo? ¿Con quién? ¿El cerdo? ¡Tengo más amor por los ingredientes que utilicé en esa salsa que por cualquier alma en desgracia que pudieras mencionar! —rebatió sonrojado por la indignación.

Rosie cerró sus ojos mientras la carcajada sonaba al fondo de su garganta, incrementando la vergüenza en el ciervo (junto al rubor de sus mejillas).

»¡Basta ya de tus «ji, ji, ji»! —imitó sin éxito, con las orejas inclinadas hacia atrás.

Lejos de ofenderse, la dama se reincorporó en su asiento.

—Nifty ya me contó tu secretito. —reveló sin una pizca de culpa.

El ciervo cubrió su rostro y exhaló, humillado.

—No puede ser... —masculló entre dientes.

—Oye, podría ser peor. —respondió en un intento de consolación—. Ya sabes, por lo menos no lo vigilas mientras duerme. Eso sí sería enfermo. —recalcó.

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⏰ Última actualización: Feb 14 ⏰

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