• 𝓣𝓸𝓬𝓪𝓶𝓮 •

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[Tócame]

.

Angel no podía pensar.

En cuanto cerró la puerta a su espalda, soltó los juguetes, sujetó el rostro de Alastor con sus manos superiores y estampó sus labios con los contrarios.

Su lengua estaba ocupada explorando la contraria, sus palmas inferiores descansaban sobre el estómago del pelirrojo, mientras los dedos del ciervo presionaban su cintura.

El actor apoyó la espalda en la puerta. Jadeó entre besos, ansioso por sentirlo más cerca. El recuerdo de lo que hicieron en la motocicleta anclada reavivó el calor en su vientre.

Alastor jaló su labio inferior con los dientes y sonrió al escucharlo gemir.

Finalmente, cortaron el beso y se miraron, al tiempo que trataban de regular sus respiraciones.

—¿No ibas a enseñarme? —insinuó Alastor, burlón.

—¿Quieres una carrera, cuore mio? —ronroneó juguetón.

No esperó una respuesta; empujó al demonio del pecho y estómago con las cuatro manos hasta sentarlo en su cama.

—¿Confías en mí?

Preguntó Angel, aún excitado, pero controlando su lujuria.

Alastor pensó, estudiando los irises rosados, y asintió.

El italiano, sin más aviso, trepó la cama y se sentó en el regazo del demonio.

—Te haré sentir muy bien. —prometió en voz baja, al sentir que se había tensado el otro.

Angel llevó las manos a su espalda para empezar a desvestirse.

No obstante, Alastor hizo una pregunta que no esperaba escuchar.

—¿Va a dolerte?

La araña frenó todo movimiento, congelado, no por lo que implicaba, sino porque no solían decirle eso.

No, jamás lo habían hecho. Ni siquiera Val, quien ya conocía sus límites, así que no los tanteaba.

Pestañeó, conmovido y acarició el rostro de Alastor con cuidado.

—No, cariño. —dijo en voz baja—. Ni siquiera nos quitaremos la ropa.

La confusión pintó su rostro y Angel sopló unas risitas antes de besar sus labios. Luego añadió:

—Aunque sí nos dará calor.

Alastor arrugó más el entrecejo pero se dejó mimar. Los dedos en su cabello y en sus mejillas relajaban los latidos de su corazón.

Los labios contra los suyos le inyectaban una adrenalina que no había conocido antes. Cerró los ojos, a la vez que colocaba una mano en el cuello del actor.

Sintió dos delgadas manos retirando su saco, mas no se opuso. Angel dijo que no necesitarían desnudarse, y eso le tranquilizaba.

De repente, se volvió a tensar cuando sintió la entrepierna de Angel presionar contra la suya. Presionó sus yemas con más fuerza de la que planeaba, y solo se percató cuando el actor sobó sus manos.

—¿Quieres que pare? —preguntó con suavidad.

—No, no deseo eso... —murmuró, aunque su voz develaba un ligero tinte de ansiedad.

—Podemos parar, Al, en cualquier momento. Solo dime.

Insistió, frenando los masajes en su cabello y rostro.

•|| Tus Manos En Mí ||•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora